Amadísimos hermanos estamos llegando al final del tiempo de cuaresma, este domingo es como un preámbulo a los misterios que estamos por contemplar en la semana santa, los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús por amor a la humanidad.
Al escuchar la profecía de Jeremías y las palabras de Pablo nuestro corazón se abre para acoger la Palabra de Cristo en el Evangelio. Por un lado, el profeta había anunciado el establecimiento de una nueva alianza, por otro, el apóstol nos dice de qué modo se obtuvo a través de los padecimientos de Jesús en Cruz, así nuestros ojos se abren, nuestros oídos prestan atención y nuestro corazón se enardece al escuchar a Jesús que con toda libertad, generosidad y amor nos dice que ha llegado la hora de su glorificación, hora en que será elevado en el madero de la Cruz.
Las palabras de los griegos que se acercaron a Felipe se repiten hoy en día “queremos ver a Jesús”, hermanos ¿no es acaso ese el anhelo de nuestro corazón? ¿no es eso lo que todos venimos buscando? ¿no es esto lo que muchos hombres y mujeres continúan a manifestar? ¿no es eso lo que también nosotros pedimos a la Iglesia? Y ella nos señala a Cristo glorificado mostrándonos el Crucifijo. Ahí contemplamos el amor de Dios por todos y cada uno de los que estamos aquí. Parafraseando al Papa Francisco al contemplar sus llagas nos vamos abriendo paso hasta su Corazón.
Al verlo, nuestro ser ha de estremecerse, el Hijo de Dios, es el grano de trigo que muriendo produce frutos de eternidad para la humanidad, al verlo, cada uno puede decir “contemplo lo que yo habría de haber sufrido por mi pecado, Él ofreciendo su vida por mi ha pagado la factura, mi pecado es perdonado, y al reconocer el gran amor con el que realizó el supremo sacrificio ¿podré quedar indiferente?” En la hora de su gloria Él abrió las puertas del cielo, nos reconcilió con el Padre, y al resucitar al tercer día y concedernos el don del Espíritu Santo nos ha dado una nueva vida.
Desde entonces, nuestra renuncia al pecado y a una vida alejada de Dios, es el modo en que abrazamos su sacrificio en cruz, y en cada acto de bondad hecho por amor a Dios damos testimonio de la vida eterna de la que nos ha hecho participar en su resurrección. Muchas veces somos tan flacos, débiles y temerosos a la hora de abrazar la cruz, mas no nos damos cuenta del gran beneficio que recibimos nosotros y nuestros prójimos al unirnos con Jesús en la hora de su gloria, porque en el modo en que vivimos la tribulación es que muchas veces llevamos a otros a ver a Jesús.
“Cristo fue también en el mundo despreciado de los hombres, y entre grandes afrentas, desamparado de amigos y conocidos, y en suma necesidad. Cristo quiso padecer y ser despreciado, y tú ¿te atreves a quejarte de alguna cosa? Cristo tuvo adversarios y murmuradores, y tú ¿quieres tener a todos por amigos y bienhechores? ¿Con qué se coronará tu paciencia, sin ninguna adversidad se te ofrece? Si no quieres sufrir ninguna adversidad, ¿cómo serás amigo de Cristo? Sufre con Cristo y por Cristo, si quieres reinar con Cristo.” Imitación de Cristo, Libro II, 1, 5.
La vida cristiana implica ciertamente una lucha, un hacer morir al hombre viejo como diría san Pablo, eso es lo que significa “perder” y “odiar” la propia vida en este mundo, es la renuncia a una vida mundana, eso es estar con Él en la cruz. Y aunque sabemos que eso supondrá un combate, que hemos de abandonar viejos vicios y mañas a los que nos habíamos acostumbrado, e incluso ciertas compañías, que será incomodo y que también nos puede causar dolor, no por eso perdemos de vista en la meta, antes bien nos gloriamos en la Cruz. Ya que obrando conforme a lo que Cristo y sus apóstoles nos han enseñado, esto es participando activamente en la vida de la Iglesia, forjando virtudes, practicando obras de misericordia, orando frecuentemente y llevando una practica sacramental activa, gozaremos de la vida eterna incluso desde ya, porque ¿qué es todo esto sino amar, conocer y servir a nuestro Señor? Es entonces cuando podremos decir que la nueva alianza, como decía Jeremías, estará inscrita en nuestro corazón.
En este tiempo de Cuaresma, si has estado alejado y después de mucho tiempo es la primera vez que vienes, si te has acomodado quizás a vivir superficialmente la fe o si sientes que has pecado gravemente y no eres “digno” de estar aquí, o si quizás has estado perseverando, pero simplemente te sientes cansado sobre todo al ver que no todos responden con entusiasmo a las invitaciones del Señor, hoy te digo ¡ánimo, hermano! continúa a caminar ¡Bienvenido! ¡Pasa a la casa del Padre! Dile como el salmista “Oh Dios crea en mi un corazón puro” ¡Contempla las llagas abiertas de Cristo Crucificado! Dile “Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con un espíritu generoso” ¡Ven, descansa y adquiere nuevas fuerzas al unirte en amor a Jesús!
V Domingo de Cuaresma – Ciclo B
Jr 31, 31-34. Haré una alianza nueva y no recordaré los pecados
Sal 50. Oh, Dios crea en mí un corazón puro
Hb 5, 7-9. Aprendió a obedecer; y se convirtió en autor de salvación eterna
Jn 12, 20-33. Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto
IMG: «Cristo en la Cruz con la Virgen y san Juan» de Rogier van der Weyden