Auxilio de los Cristianos

“No tienen vino”

En medio de la dificultad que podría haber pasado el matrimonio del cual nos habla el Evangelio, probablemente incluso antes que los mismos novios se dieran cuenta, María sale a su rescate avocándose con prontitud hacia su Hijo, y es que en esas tres palabras que escuchamos hoy, en esas tres palabras que son la síntesis de la oración de María a Jesús por nosotros, en esas tres palabras que la Reina del cielo dirige a su Rey soberano, encontramos la expresión de la solicitud nuestra Buena Madre en favor de todos, ahí encontramos el porqué le llamamos Auxilio de los cristianos.

El vino en una celebración es símbolo de la alegría y el gozo del acontecimiento celebrado, de ahí que la ausencia de vino es símbolo de tristeza y amargura. De alguna manera, todos los hombres en medio del combate espiritual contra las fuerzas del mal que buscan conducirlos a la muerte del alma muchas veces nos vemos en el peligro de caer en la tristeza que surge fruto de la inquietud de las tentaciones, de la negligencia, de la tibieza y que no decir si hemos llegado a caer en el pecado mortal. Y es que recordemos existen tres grandes enemigos del alma que buscan extinguir de nosotros la alegría de la vida en Cristo: el mundo, ese ambiente malsano de relajación de costumbres e inmoralidades de todo tipo, del cual se sirve el demonio, para seducirnos al pecado, valiéndose de la debilidad de nuestra carne, por la cual experimentamos un horror a todo lo que sea sufrimientos y apetecemos de modo insaciable el placer sea sensible, como el que nos hace caer en los vicios de la gula, la lujuria y la pereza, sea el placer “emocional” -si es que pudiéramos llamarlo así- que nos hace caer en los vicios de la vanagloria y la soberbia, todo lo cual aleja nuestra mente y nuestro corazón del anhelo verdadero de la felicidad que no acaba, de la bienaventuranza eterna, de la unión plena y perfecta en el amor con Dios, Uno y Trino.

En ese combate ciertamente es importante recordar que recibimos los auxilios de la gracia de Dios de modo ordinario, en la frecuencia de la sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, en la oración personal y comunitaria, en la meditación de la Palabra de Dios y la lectura de libros santos que nos lleven a mantener encendido nuestro amor por Dios y la mente elevada a las cosas celestiales, aquellas que de verdad valen; en la solidaridad fraterna que nos hace salir de nuestros propios egoísmos y nos lleva a experimentar el amor de Dios en el pobre y necesitado, en la práctica de toda virtud, etc. ¡Qué bendición nos ha dado el Señor en todos estos medios de crecimiento en la vida espiritual! 

Y por si esto fuera poco, la Iglesia nos recuerda continuamente que no vamos solos, Jesús nos confió a los auxilios de su Madre santísima que nos acoge como hijos propios y nos colma de toda suerte de gracias y bendiciones. ¿Cómo sucede esto? 

El rol de María santísima se explica de un modo especial a través del misterio de la comunión de los santos, lo que se dice de ellos, se dice de modo superlativo de la gloriosa Madre de Dios, de tal modo ejercen los santos una influencia sobre los demás miembros de la Iglesia que, por un lado, interceden por nosotros con todo género de súplicas en favor nuestro, por otro lado, se convierten para nosotros en modelos de todo tipo de virtudes. Ahora bien, la “llena de gracia” cumple con este rol de un modo particular, pues ella habiendo sido asociada en el Calvario a la obra de la redención por su Hijo, le fue conferida la misión particular de velar por nosotros cuando le fue dicho “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y a nosotros nos fue mandado avocarnos a ella cuando se nos dijo en el discípulo amado “Ahí tienes a tu Madre”.

De modo que en lo ordinario de la vida en donde se desarrolla el buen combate de la fe, María santísima, es la Auxiliadora del Pueblo santo de Dios, ya que vela por él con su intercesión, y de un modo especial con su ejemplo le enseña a combatir el buen combate de la fe.

Al entablar una batalla es importante recordar que todo combate implica dos movimientos, por un lado: el acometer, el atacar, el avanzar; y por otro, el resistir, defender, mantenerse firme. María santísima, la Virgen prudente, nos da ejemplo de esto, ella sabía cuando actuar, como cuando asistió a santa Isabel, y cuando meditar en el silencio interior de su corazón, como cuando escuchaba las palabras de Jesús al encontrarlo en el Templo en medio de los maestros de la Ley. La santa Madre de Dios es un claro modelo para nosotros en el combate espiritual que emprendemos los que vamos como peregrinos hacia el cielo, y no sólo es modelo como buena y tierna madre, sino que por su intercesión nos son concedidos todo tipo de auxilios del cielo, de hecho todas las gracias nos vienen por medio de María pues por ella nos vino la fuente de la gracia en el fruto bendito de su vientre, nuestro Señor Jesús, san Bernardo la comparaba a un “acueducto” ya que por medio de ella se irrigaban a todas partes el agua viva de la gracia que brotó del costado.

Existirán períodos en este combate en el que experimentaremos paz y sosiego ya que nos consolará en nuestras aflicciones como Madre de Misericordia; en otros momentos, al contemplar como se prolongan a veces los momentos difíciles, ella como Madre de la esperanza, que sabe que en cada paso es importante tener siempre a la vista la meta de la patria celeste y de la unión con Dios, nos alentará y ayudará a perseverar hasta el final; y cuando sea tal el sufrimiento que nos toque unirnos a la Cruz de Cristo, ella como Virgen Fiel permanecerá a nuestro lado, la Dolorosa cual Reina de los Mártires nos asistirá para que también nosotros sepamos ser testigos de su Hijo, recordándonos que si morimos con Cristo, con Él habremos de resucitar.

Todo temor, toda vacilación, todo dolor, viene a ser transformado por su presencia en nuestras vidas, ahí el hombre adquiere valor, firmeza y consolación, para reemprender la lucha, si tropieza o incluso si cae, sabe que cuenta con una Buena Madre en el cielo que vela por Él ante el Corazón santísimo de su Hijo. Por ello no hemos de dudar nunca en acudir a ella y presentar al Señor nuestras súplicas por medio de ella, si algo va torcido ella sabrá enderezarlo de modo que todo concurra en nuestras vidas para mayor gloria de Dios, ella ha de ser nuestro recurso ordinario, presentar todo a Jesús por María y entregarle todo a María para Jesús, debería ser nuestra norma de conducta.

Que hermoso es contemplar con cuanta confianza podemos acudir a ella, definitivamente con toda propiedad podemos llamarle Auxilio nuestro, pero esto significará también que con toda seguridad hemos de atender a lo que ella nos pide, y ¿qué nos pide? Que hagamos caso de su sabio y tierno consejo, que aprendamos el camino de la obediencia de la fe, entrar en la voluntad de su Hijo, todo lo cual lo encontramos resumido en aquel versículo precioso del Evangelio de san Juan: “Hagan lo que Él les diga”.

Lecturas: 

Ap12, 1-3. 7-12ab. 17. Apareció una figura portentosa en el cielo
Sal Jdt 16, 13-15. Ensalzad e invocad el nombre del Señor
Jn 2, 1-11. Jesús comenzó sus signos

IMG: Pintura de Tommaso Andrea Lorenzone