En la celebración de la Solemnidad del “Corpus Christi” hacemos memoria del gran don que nuestro Señor Jesucristo nos ha dejado el Santísimo Sacramento del Altar. En Él se manifiesta la profundidad del amor con que Cristo ha abrazado a la humanidad, amor que san Juan describirá como un “amor hasta el extremo” puesto que dio su vida por todos. Cada vez que participamos de la Santa Misa no hacemos otra cosa sino participar de este misterio de amor, podemos gozar de los frutos de su pasión, volvemos al Calvario, participamos de su sacrificio en Cruz por nosotros. Nadie nos ha amado como Él, Jesús mismo nos enseñó “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” y Él nos ha llamado sus amigos y nos manifestó su amor aquel primer viernes santo. Ante este gran acto de amor no podemos quedar indiferentes hemos de corresponderle abriendo nuestros corazones a ese tesoro abundantísimo de Caridad que latió en su Sacratísimo Corazón.
De hecho, contemplar en la vida de la Iglesia el amor de Cristo Jesús que se ofrece como víctima en el santo sacrificio de la Misa, es lo que se conoce como la devoción al Corazón Eucarístico de Jesús, es aprender a descubrir en su Corazón santo ese movimiento interior que le llevo no sólo a dar su vida por nosotros en el madero de la Cruz, sino a perpetuar los efectos de su sacrificio incluso hoy en cada celebración eucarística, bien lo dijo Él que estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Fue la fuerza de ese amor purísimo la que lo movió a sellar la nueva y eterna alianza entre Dios y los hombres, su Preciosísima Sangre, que brotó aquel día de su costado abierto, es la misma que hoy continua a purificar nuestros corazones concediéndonos la fuerza necesaria para no dejarnos llevar por las corrientes mundanas que nos inducen al pecado y la muerte y que nos quieren apartar de Él, su Santísimo Cuerpo continua a ser nuestro “pan para el camino” que nos alimenta para permanecer y perseverar en fidelidad en nuestro peregrinaje hacia la patria celeste.
En cada santa Misa buscamos unirnos como Iglesia, Cuerpo Místico, a Cristo nuestra Cabeza, en el culto agradable al Padre, formando lo que san Agustín llamaría el “Cristo total”, cabeza y miembros. Anhelamos unirnos a su Corazón Eucarístico para:
- Adorar a Dios, Uno y Trino, fuente de la vida, de la salvación, de todo bien
- Agradecerle por todos los beneficios recibidos de su generosidad, ¡cuántos dones espirituales e incluso materiales nos son concedidos día con día!
- Expiar por nuestros pecados y los del mundo entero, buscando compensar por las veces en que no le hemos amado o en las que otros no le han amado. ¡En cuantos templos Jesús se encuentra solo en el Sagrario!
- Suplicar por todas nuestras necesidades, personales y familiares, por nuestros amigos y enemigos, comenzando por las gracias espirituales que nos auxilian en nuestro peregrinaje hacia el cielo e incluso por las cuestiones materiales que nos puedan resultar útiles en este caminar.
¡Cuántos beneficios nos vienen de la vivencia del amor al Corazón de Jesús que late de un modo especial en la Santísima Eucaristía! El llamado prisionero del amor en la Hostia Consagrada nos invita a corresponder al amor de Dios, Uno y Trino, entrando en su Corazón.
La adoración eucarística que tributamos fuera de la Santa Misa no hace otra cosa sino prolongar para nosotros ese encuentro de amor con el Señor, ahí nos nutrimos de la vida eterna que brotó del costado abierto del Redentor. Por lo que, venir a estar frente a su presencia, es gozar de una hora de cielo, de una hora de paraíso, de una hora de serenidad en la paz de la eternidad. Siempre que venimos a encontrarnos con Él podríamos hacer nuestras las palabras de un salmo “¡Qué deseables son tu moradas Señor del universo! Mi alma se consume y anhela en los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo” (Sal 84, 3), al llegarnos a su presencia podríamos orar diciendo “Amado Jesús mío, ¡cuánta es mi felicidad y qué alegría experimento al tener la dicha de venir a verte, de venir a pasar en tu compañía esta hora y poderte expresar mi amor! ¡Qué bueno eres, pues que me has llamado; cuán amable, no desdeñándote en amar a un ser tan despreciable como yo! ¡Oh, sí, sí; quiero corresponder amándote con toda mi alma!” (san Pedro Julian Eymard)
Y al considerar este amor que nos une, seremos movidos por él a salir al encuentro de nuestro hermano que pasa necesidad, contemplar el amor de Cristo en la Eucaristía nos interpela a realizar todo tipo de obras de misericordia por aquellos con quienes formamos un solo Cuerpo, con aquellos por quienes el también dio su vida, ¿cómo no amar a los que Él ama?
En este día santo, volquémonos hacia el Sacramento del Amor, ahí donde ha latido el Corazón de Cristo Jesús, volvámonos hacia Él y roguémosle las gracias que necesitamos para vivir cada vez más intensamente en el amor por Él, acerquémonos como quien se llega a una fuente y bebamos de las aguas que dan la vida, y la vida eterna.
Corpus Christi – Ciclo B
• Ex 24, 3-8. Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros.
• Sal 115. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
• Hb 9, 11-15. La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia.
• Secuencia (opcional): Lauda, Sion, Salvatorem.
• Mc 14, 12-16.22-26. Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre.
IMG: «Milagro de Bolsena» de Rafael Sanzio