Entrando en el Corazón de Jesús

Habitualmente cuando hablamos de la Solemnidad y la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, lo primero que se nos viene a la mente son los fenómenos extraordinarios que viviese santa Margarita María Alacoque, una monja visitandina que vivió hace varios siglos en un pueblo llamado Paray-le-Monial en el sur de Francia. Sin embargo, sin menospreciar el gran valor y la importancia de las experiencias y el rol de la santa en cuanto a la celebración la fiesta, hemos de recordar siempre que el culto al corazón de Cristo puede ser visto desde diferentes perspectivas: a través de la Sagrada Escritura, los escritos de los Padres de la Iglesia acerca del costado atravesado del redentor, las vidas de los místicos experimentales, los escritos de los santos, el Magisterio de la Iglesia, la Sagrada Liturgia, la Piedad Popular, la Historia misma de la devoción, etc.

Pero ¿qué es lo central que tiene que tener presente una persona que busque vivir una espiritualidad según el Corazón de Jesús? ¿qué es lo que debería caracterizar a esta espiritualidad “cordial”? Quisiera presentarles dos puntos que juzgo oportunos para prepararnos a vivir con profundidad esta fiesta pero sobre todo para que a partir de ella podamos sacar frutos que marquen toda nuestra vida espiritual:

En primer lugar hemos de recordar lo que la Iglesia nos enseña, que el corazón físico de Cristo es un símbolo del amor del Verbo Encarnado, un símbolo del amor de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, el papa Pío XII nos enseña que Nuestro Señor nos ha amado con un triple amor:

-un amor divino, ya que en su pecho latió el amor de nuestro Dios Uno y Trino, un amor que se nos hace misericordia, puesto que viendo nuestra pobreza y nuestra miseria, nuestra pequeñez y nuestro pecado, no nos abandonó a la muerte, sino que, asumiendo nuestra condición humana se hizo hombre como nosotros, y por su Pasión, Muerte y Resurrección, nos ha hecho gozar de su misma vida divina, a tal punto que ahora podemos llamarnos “hijos de Dios”;

-un amor humano espiritual, es decir el amor de Jesús es la forma más pura de la virtud teologal de la caridad, Él es el modelo para nosotros de cómo hemos de amar a Dios por sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismo al punto de dar la vida por los demás tal y como lo hizo Él;

y un amor sensible, es decir que en Jesús hemos de considerar toda su ternura, toda su dulzura y compasión para con nosotros. La devoción al Corazón de Cristo nos previene de la trampa del racionalismo y el voluntarismo, nos recuerda que la dimensión sentimental, o mejor dicho, que la dimensión afectiva en nuestra relación con Dios también cuenta, y ciertamente es muy importante, o acaso no es eso lo que expresa el arte sacro a través de la pintura, la escultura, la música o la poesía.

En segundo lugar podemos considerar, los dos actos que marcan la vida de quien busca vivir este tipo de espiritualidad, a saber, la consagración y la reparación.

-Por un lado, el primer acto es el de la consagración, esta puede ser ejecutada con diferentes fórmulas, lo más importante es recordar, en que cualquiera de ellas, siempre hemos de tener presente que el punto importante aquí es el abandono en el amor de Jesús. Se trata de vivir como personas que se quieren entregar totalmente al amor de Cristo, confiándole todo lo propio y haciendo propio todo lo que a Él le interesa, es un acto de entrega de todo nuestro ser, para vivir sólo para Él. Se trata de la transformación de nuestra voluntad de modo que siempre sea una con la de Cristo.

De tal modo que nuestro corazón lata al ritmo del Corazón de Jesús, que busca en todo hacer la voluntad del Padre eterno. El Corazón de Cristo es el lugar donde la voluntad del hombre es reconciliada con la voluntad de Dios, ahí laten al unísono, ahí el hombre descubre el verdadero sentido de su libertad. Por eso podemos decir que la oración del Getsemaní “Padre que no se haga mi voluntad sino la tuya” es la oración del Corazón de Jesús.

-Por otro lado, el segundo acto es el de la reparación, esta implica la consolación del Corazón de Jesús frente a tantos atropellos que sufre a causa de las ofensas recibidas por los pecados de los hombres, podríamos decirlo con una expresión sencilla: reparar es amarLe por aquellos que no Le aman. De ahí mismo brota la dimensión apostólica de esta espiritualidad, sea a través de las mortificaciones voluntarias que tantos cristianos ofrecen uniendo muchas veces los dolores de la enfermedad y del sufrimiento a la cruz de Cristo para expiar por los pecados cometidos en el mundo entero, sea también a través de la misión evangelizadora buscando sembrar el Evangelio en el corazón de sus hermanos a través de la predicación de la Palabra y el ejercicio de una vida virtuosa, llevando la Redención de Cristo a todos los rincones del mundo, colaborando efectiva y afectivamente con la gracia de Dios para la extensión del Reino, recordando lo que decía un viejo párroco a sus fieles una vez “nada cambia tanto como cuando tú cambias primero”.

Así, a través de la consagración y de la reparación, buscamos vivir una verdadera cristificación cordial, es decir buscamos imitar a Jesús a en su modo de amar, ello ciertamente implicará una profunda vida de oración, el contacto asiduo con la Sagrada Escritura, una vida sacramental activa, particularmente la Eucaristía y Confesión frecuente, y la práctica de las obras de misericordia. De este modo nuestro corazón latirá al ritmo del Corazón de Jesús, en cada palpitar suyo descubriremos la voluntad del hombre que es purificada, elevada y transformada por la voluntad de Dios. De modo que también nosotros entrando en el costado atravesado del redentor comenzamos a beber de esa fuente que da la vida.

En este mundo pudiera ser que el desaliento haga mella en nosotros veces al toparnos con nuestras debilidades, con nuestros pecados (pongamosle el nombre que sea), incluso con los pecados de otro, o con aquellas situaciones que nos hacen sentir impotentes, tales como la pobreza, la enfermedad, las dificultades en la convivencia humana, la violencia, etc. En esos momentos volvamos la mirada al Corazón de Jesús, y recordemos aquellas palabras de santa Teresita “nuestra miseria atrae su misericordia”,  así traeremos a nuestra memoria la gran obra de la salvación, Él se ha apiadado de nosotros, ha asumido todas esas realidades de pecado y dolor por amor para transformarlas al lavarlas con su sangre preciosa. El mal no tiene la última palabra, es el bien el que triunfa como lo hizo el día de Pascua. Así como decía el profeta Ezequiel que del lado derecho del templo brotó una corriente de agua que saneaba todo lo que tocaba, del costado de Cristo, de su corazón traspasado a surgido la gracia que transforma todo lo que toca, de Él mana esa fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna.

Por eso hermanos hoy que celebramos esta solemnidad, dispongámonos con corazón sincero al amor del Corazón de Jesús, y dejémonos transformar por Él, de modo que viviendo como consagrados suyos, podamos vivir amando como Él nos ha amado, y reparando por aquellos que no le aman, de modo que por la fuerza de su Amor colaboremos a la extensión de su Reino en medio de las realidades en las que nos movemos, así sea.

IMG: vitral en la parroquia All Saints Catholic Church (St. Peters, Missouri)