La fiesta de santa María Magdalena es una ocasión de gran alegría en la vida de la Iglesia, en ella vemos como el amor se hace efectivo en actitudes y comportamientos concretos, junto a la cruz y el sepulcro, fue una de la mujeres que siguieron en fidelidad a Jesús, su corazón anhelaba la compañía de Aquel a quien tanto amaba y ¿de dónde le venía tanto amor? De haberse sabido amada por Él.
“Dice el evangelista Lucas que Jesús expulsó de ella siete demonios (cf. Lc 8, 2), o sea, la salvó de un total sometimiento al maligno. ¿En qué consiste esta curación profunda que Dios obra mediante Jesús? Consiste en una paz verdadera, completa, fruto de la reconciliación de la persona en ella misma y en todas sus relaciones: con Dios, con los demás, con el mundo.” Benedicto XVI, 22 de julio de 2012
El amor entre el alma y Dios es uno de los grandes misterios de la vida espiritual que se perfilan en el libro del Cantar de los cantares como escuchamos hoy, estas palabras se podrían poner en los labios de toda alma que busca con sinceridad y generosidad a su Señor, que es el único en quien encontrará sosiego. Todo cristiano debería hacerlas propias, anhelar con tal intensidad el vivir en unión con el Amado, ésta es la fuerza viva que le mantendrá lejos del pecado, ésta la fuerza viva que le hará perseverar en medio del sufrimiento, ésta es la fuerza viva que le hará no sólo caminar sino correr hasta las cumbres de la santidad.
El amor de Dios mueve a tanto el alma que suscita un amor cada vez más puro entre más se encuentra con Él, no hay violencia ni arrebato, se trata de una intensidad tan fuerte y a la vez tan suave y deliciosa, es como la leña en el fuego que después de arder con grandes llamaradas poco a poco se va transformando en brasa. San Juan de la Cruz llegaría a describir de alguna manera esto en lenguaje poético diciendo:
¡Oh llama de amor viva
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva
acaba ya si quieres,
¡rompe la tela de este dulce encuentro!
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda!
¡Oh toque delicado
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!
Matando, muerte en vida has trocado.
¡Oh lámparas de fuego
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!
¡Cuán manso y amoroso
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!
Al principio del capítulo veinte del evangelio de san Juan se ve como santa María Magdalena va al sepulcro y al encontrarlo vacío va y se lo comunica a los apóstoles. Mientras corren ellos a ver la tumba vacía, ella también corre con ellos, puesto que luego la vemos sentada fuera del sepulcro. Ella lloraba porque no encontraba a su Señor, pero ella se quedó ahí, con la esperanza de encontrarlo, y ese quedarse, fue el signo del amor que persevera y que alcanza incluso más de lo que espera.
«Lo que hay que considerar en estos hechos es la intensidad del amor que ardía en el corazón de aquella mujer, que no se apartaba del sepulcro, aunque los discípulos se habían marchado de allí. Buscaba al que no había hallado, lo buscaba llorando y, encendida en el fuego de su amor, ardía en deseos de aquel a quien pensaba que se lo habían llevado. Por esto, ella fue la única en verlo entonces, porque se había quedado buscándolo, pues lo que da fuerza a las buenas obras es la perseverancia en ellas»
San Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia 25,1-2.4-5
Que al celebrar este fiesta nuestro corazón se encienda en amor profundo por Jesús, para que movidos por su fuerza también nosotros seamos sus fieles testigos en este mundo.
Lecturas:
• Ct 3, 1-4a. Encontré al amor de mi alma.
• Sal 62. Mi alma está sedienta de ti, mi Dios.
• Jn 20, 1. 11-18. Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?
IMG: «Noli me tangere» fresco del Beato Fra Angelico