Acercarnos a las profundidades del amor del Corazón de Cristo, es un entrar ese abismo de ternura y misericordia que se manifiesta hacia todos los hombres, particularmente aquellos que sufren la miseria y la exclusión, que no sólo es material, sino también moral y afectiva. Jesús no es indiferente ante las preocupaciones y el drama que vivimos tantas veces, pero también nos enseña a ver la vida como una ocasión de alegría y encuentro con Él y los hermanos.
Lo vemos ahora en el Evangelio seguido de una multitud de gente, sus milagros de curación le habían granjeado una gran fama y muchos quería venir a verle. La Escritura nos testimonia como en estas ocasiones Él siempre les daba una palabra, les enseñaba el camino de la vida y llamaba a la conversión del corazón, sin embargo, hoy atestiguamos como su corazón de pastor no fue indiferente ante el cansancio físico y natural que pudieron haber experimentado, se preocupa por alimentarles y es en ese contexto que presenciamos el gran milagro de la multiplicación de los panes y peces. Todos comieron, todos se saciaron e incluso sobre alimento.
El Señor por un lado manifiesta su ternura y compasión por el hombre, pero también, aquel gran prodigio nos revela su gloria y poder. De igual manera la Palabra de Cristo reconforta los corazones, los colma, los sacia, y les da nuevas fuerzas para seguirle. Es más, Cristo mismo se nos da en la Santísima Eucaristía como el pan para el camino, como la fuerza viva que nos colma de su gracia para permanecer y perseverar en su seguimiento, Jesús nos invita a todos y cada una a saciarnos con este sacramento de amor.
Es muy sugestivo también el “denles ustedes. de comer” que dirige a sus apóstoles, la Iglesia está llamada a llevar este pan de vida eterna, que es el mismo Cristo a todos los hombres, es una alusión al mandato misionero que los obispos en Aparecida nos recordaban de ir y anunciar la vida plena en Cristo, en este sentido es también una ocasión para recordarnos que hemos de vivir como hombres y mujeres “en salida” como diría el Papa Francisco, que van al encuentro del otro para llevarle al Señor haciéndole vivir una experiencia de su amor incondicional, misericordioso, generoso y tierno.
Hoy de modo especial recurre la jornada mundial de los mayores y de los abuelos, que ocasión más propicia para que nosotros vayamos a nuestros hogares y vecindarios y llevemos el amor de Cristo a nuestros hermanos, sobre todo si sabemos que están pasando necesidad, recordemos también a nosotros se nos dice “denles ustedes de comer”. Es un día no sólo para hacerles sentir especiales sino para recordarnos y recordarles el gran valor que tienen en nuestra comunidad, el anciano es muchísimas veces un testimonio vivo de entrega fiel al Señor, en medio de los achaques propios de la edad nos enseñan la importancia de permanecer y perseverar, es más ellos continúan misionando tantas veces con sus oraciones y súplicas en favor de sus familias ofreciéndole a Dios sacrificios espirituales que sólo el conoce en lo íntimo de sus corazones.
Hoy el Papa recuerda a los ancianos que las palabras del Señor antes de subir al Cielo “yo estoy contigo todos los días” y también su llamado a la misión desde una perspectiva renovada y propia de la edad: el anciano vive su apostolado “custodiando las raíces, transmitiendo la fe a los jóvenes y cuidando de los pequeños” para lo cual da tres pilares: “sueños” de modo especial el sueño de un futuro mejor, saber transmitir a los más jóvenes que es posible salir de las situaciones difíciles, la experiencia lo atestigua; la memoria, pues esta ayuda a tener presente la historia y evitar repetir los mismos errores, ella es el cimiento en el que se construye el futuro; y el último la “oración”, más aún en estos tiempos difíciles: “ el mar tormentoso de la pandemia, tu intercesión por el mundo y por la Iglesia no es en vano, sino que indica a todos la serena confianza de un lugar de llegada.” (Mensaje del Papa Francisco para la I Jornada mundial de los abuelos y de los mayores)
La multiplicación de los panes nos abre una visión importante también de como en el partir el pan todos los cristianos formamos comunidad, de hecho es maravilloso contemplar el sentido sacramental de esto en el momento de la Santa Comunión en la Eucaristía, todos los que nos alimentamos del Cuerpo del Señor, pasamos a ser uno con Él. Y aquel lazo de unión es sumamente íntimo y profundo.
“Creo que nada manifiesta tanto el amor de Dios a los hombres como la Eucaristía. Es la unión, la consumación. Es Él en nosotros y nosotros en Él. ¿No es esto ya el cielo en la tierra? Es el cielo en la fe mientras esperamos la visión facial tan deseada. Entonces nos saciaremos cuando aparezca su gloria y cuando lo veamos en la luz. ¿No cree que es un reposo para el alma pensar en ese encuentro, en esa entrevista con el único al que ella ama? Todo desaparece entonces y tenemos la impresión de que penetramos ya el misterio divino…Es así como Él habla a nuestra alma en el silencio. Ese amado silencio es un paraíso” (Santa Isabel de la Trinidad, Carta 143)
Lecturas:
2 Re 4, 42-44. Comerán y todavía sobrará
Sal 144. Bendeciré al Señor eternamente
Ef 4, 1-6. Un solo cuerpo, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo
Jn 6, 1-15. Jesús distribuyó el pan a los que estaban sentados, hasta que se saciaron
IMG: Giovanni Lanfranco – Milagro de la multiplicación de los panes y peces