“En aquella ocasión se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: —¿Quién piensas que es el mayor en el Reino de los Cielos? Entonces llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: —En verdad les digo: si no se convierten y se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Pues todo el que se humille como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos; y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe. Pero al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino, de las que mueve un asno, y lo hundieran en el fondo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Es inevitable que vengan los escándalos. Sin embargo, ¡ay del hombre por cuya culpa se produce el escándalo! Si tu mano o tu pie te escandaliza, córtatelo y arrójalo lejos de ti. Más te vale entrar en la Vida manco o cojo, que con las dos manos o los dos pies ser arrojado al fuego eterno. Y si tu ojo te escandaliza, arráncatelo y tíralo lejos de ti. Más te vale entrar tuerto en la Vida, que con los dos ojos ser arrojado al fuego del infierno. Guárdense de despreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles en los cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos. ¿Qué les parece? Si a un hombre que tiene cien ovejas se le pierde una de ellas, ¿no dejará las noventa y nueve en el monte y saldrá a buscar la que se le había perdido? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se habían perdido. Del mismo modo, no es voluntad de su Padre que está en los cielos que se pierda ni uno solo de estos pequeños.” Mt 18, 1-14
El capítulo 18 marca el llamado “Discurso Eclesiástico” del evangelio de san Mateo, se trata de unas instrucciones destinadas a la comunidad cristiana para vivir con autenticidad y fidelidad su discipulado.
¿Cuál es el punto de partida? Podríamos decir la sencillez y humildad. Al poner como ejemplo a un niño, el Divino Maestro, nos enseña cuál es el paradigma que ha de guiar las actitudes del cristiano. Un niño habitualmente es considerado como una persona dócil, dulce, que confía en sus padres y los demás, sabe establecer relaciones con facilidad y delicadeza, asi como también es pronto para perdonar y amar. Muchas veces esto ha sido recogido bajo el concepto de la “santa simplicidad” que implica la infancia espiritual.
“La sencillez, como su nombre indica, es lo opuesto a la doblez, que consiste en pensar una cosa y decir otra. Por tanto, la simplicidad pertenece a la virtud de la veracidad. Y rectifica la intención, no directamente, pues esto es propio de toda virtud, sino excluyendo la doblez por desacuerdo entre lo que se intenta y lo que se manifiesta.” Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II, q.109, a.2, ad.3
La sencillez o simplicidad se vive tan profundamente que afecta no sólo el modo de hablar, sino también el de obrar y por ende incluso el de orar, de hecho los maestros de vida espiritual han calificado los grados más altos de oración como una oración simplificada, uno de los grandes signos del hombre sencillo es el silencio, que no es visto como un vacío sino como la presencia del Amado.
El hombre sencillo vive con toda seguridad y confianza, viviendo el Evangelio llega a transparentar al mismo Cristo en sus palabras y obras, es la lámpara que se pone en un lugar alto que todo lo ilumina, puede relacionarse con el hombre que es pobre de espíritu porque no posee afanes desordenados que simular, con el manso de corazón pues su sencillez le protege de la turbación, con el pacífico porque vive la “tranquilidad en el orden” tanto en su mundo interior como en sus relaciones con el prójimo y con Dios.
Asimismo hemos de estar atentos a discernir como la prepotencia y el afán desordenado de propia excelencia pueden conducir al escándalo de los pequeños, que propiamente hablando es una incitación al mal, aunque popularmente la palabra “escándalo” se asocia con “sorpresa” en términos de vida moral tiene más bien la incitación de un motivar al otro a apartarse del recto sendero, qué importante son los buenos ejemplos, las buenas palabras y los buenos modos para cuidar la inocencia y sencillez de los que se nos presentan como más pequeños, pero también para que nosotros adquiramos dicha medida.
Es muy oportuno de cuando en cuando, detenernos a pensar que ocupa nuestra mente y nuestros afectos, dónde está puesto nuestro corazón, cuáles son nuestras preocupaciones, nuestras aficiones, nuestros gustos y disgustos, que predisposiciones hemos ido acumulando como mecanismo reflejo de respuesta frente a las diferentes realidades que hemos de enfrentar. Cuanto más complejos, o mejor dicho, complicados, nos descubramos, más hemos de combatir por purificar nuestro interior, teniendo presente que el verdadero camino de santidad es un proceso de simplificación, al punto que el santo ya sólo busca vivir amando, esto es procurando el bien efectivo y afectivo a Dios y al prójimo, vive en relaciones ordenadas con las criaturas y sabe propiciar espacios de comunión, su lema podríamos resumirlo “todo lo que hago, lo hago por amor a Dios, ya que Él me amó primero” ¿qué otra motivación se encontrará más grande y la vez más sencilla que ésta?
“El Señor enseña que no se puede entrar en el Reino de los Cielos si uno no se hace como los niños. Es decir, los vicios de nuestro cuerpo y de nuestra alma deben ser eliminados en la sencillez del niño. Llama niños a todos los que creen mediante la fe en la predicación. En efecto, esos son los que obedecen al propio padre, aman a su madre, no desean el mal del prójimo, no conocen la preocupación por las riquezas, no son arrogantes, ni odian, ni mienten, creen lo que se les dice y tienen por verdadero lo que oyen. Cuando todos nuestros sentimientos asumen esta conducta y esta tendencia, se nos hace andadero el camino hacia el cielo. Por tanto, es necesario volver a la sencillez de los niños, porque en ella abrazaremos la imagen de la humildad del Señor” San Hilario de Poitiers, Sobre el Ev. De Mateo, 18, 1