Un gran signo apareció en el cielo

En el misterio de la Asunción de la Santísima Virgen María a los cielos recordamos aquel hecho portentoso por el cual una vez ella había terminado su peregrinaje en esta existencia terrena fue asunta en cuerpo y alma a los cielos. Esta gracia particular de Nuestra Buena Madre nos dice tres cosas muy importantes a todos los cristianos:

En primer lugar: el cielo es posible, sí, muchas veces se nos olvida que todos aunque vivimos en un lugar determinado somos en este mundo espiritualmente extranjeros puesto que nuestra patria es el cielo y el Señor Jesús con su pasión, muerte y resurrección abrió sus puertas para que nosotros vayamos a habitar ahí junto a Él, y no sólo eso, nos ha dejado numeroso medios que a la vez son signos de que vamos por buen camino: una activa vida sacramental, la oración perseverante, el rezo del santo rosario, todas las ocasiones en buscando vivir virtuosamente vamos practicando diversas obras de misericordia, nuestra perseverancia en diversos apostolados e iniciativas de discipulado etc. Si los hacemos también nosotros nos “enjoyamos con oro de Ofir” como decía de la princesa el salmo, nuestra alma se presentará al Señor hermosa, “llena de alegría y algazara”. Es decir, María santísima asunta al cielo nos da razones de esperanza cristiana que, recordemos, es el anhelo del reino de los cielos como nuestra felicidad eterna y la confianza en que Dios nos da los medios para alcanzarlo.

En segundo lugar: nuestro buen Dios nos muestra en ella ya cumplido lo que tanto anhela otorgarnos al final de los tiempos, no sólo la glorificación del alma, como sucede con los santos en el cielo, sino también la glorificación del cuerpo, de la cual fue primicia el cuerpo de Cristo resucitado, este es el culmen de la obra del amor que expresó san Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual al decir “amada en el Amado transformada”, porque el amor hace semejantes a los que se aman. Sabemos que Cristo con su muerte ha triunfado sobre la muerte y el pecado y que todo bautizado vence con Él. Sin embargo el pleno efecto de esta victoria ha sido reservado para el final de los tiempos con la resurrección de los muertos, esto significa que los cuerpos de los santos se han disuelto luego de su muerte para volverse a unir un día con su alma glorificada.

En tercer lugar: al meditar que ella, nuestra Buena Madre, está ante la presencia de su Hijo amado y bendito, nuestro corazón encuentra serenidad, puesto que ella intercede por nosotros continuamente, en Él conoce todas nuestras necesidades y a Él mismo se las presenta así como hizo en Caná de Galilea, también hoy ante nuestras dificultades materiales, morales y espirituales ella pide a su Hijo que transforme nuestra agua insípida o amarga, en el dulce vino de la alegría que es una vida según su Corazón, hoy también por ti y por mí continúa a decir “no tienen vino”. Asimismo en las ocasiones de gozo y bien que vivimos también en nuestra existencia terrena como anuncio de la felicidad plena del cielo (que no todo es tristeza y miseria)  ella también se regocija con nosotros, ella también se muestra alegre en nuestras alegrías y sonríe con nuestras sonrisas y canta el precioso Magníficat diciendo “Mi alma glorifica al Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador…”

Ella es el signo que apareció en el cielo para indicarnos el camino, de alguna manera, san Óscar Romero -cuyo natalicio recordamos hoy- lo sintentiza diciendo: “…ese viaje de María en cuerpo y alma al cielo, es el índice más vigoroso a toda la humanidad para decirles que no está en esta tierra el destino del alma y del hombre que busca la verdadera felicidad, que hay un reino de los cielos definitivo, más allá de nuestras vidas, pero que se conquista precisamente trabajando en esta vida, entregándose al cumplimiento de los designios de Dios; así como María hizo de su vida terrenal un cumplimiento exacto, una colaboración íntima con el divino Redentor para salvar al mundo.” (San Óscar Romero, Homilía del 15 de agosto de 1977)

Que el Señor nos conceda la gracia en este día de renovar nuestro amor por Él para que un día con María santísima, podamos nosotros alabarlo y glorificarlo en cielo por siempre.

Lecturas:

• Ap 11, 19a; Ap 12, 1-6a.10ab. Una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies.

• Sal 44. De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.

• 1Co 15, 20-27a. Primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo.

• Lc 1, 39-56. El Poderoso ha hecho obras grandes en mí: enaltece a los humildes.

IMG: Detalle de «la asunción de María» de Palma Vecchio