¿A quién iremos?

¿Cuántas veces nos hemos enfrentado a situaciones en las que sentimos que nuestra fe se pone a prueba? ¿cuántas veces un cristiano por dar testimonio de aquello, o mejor dicho Aquel en quien cree, debe de enfrentar dificultades? ¿Cuántos cristianos en el día a día por ser coherentes en su vida queriendo imitar a Jesucristo deben abandonar situaciones a las que el mundo ve con normalidad a pesar de ser inmorales, deshonestas o peligrosas? ¿Cuántas veces un cristiano por querer vivir con cada vez más intensidad en el amor del Señor es tildado de irracional, loco o fanático porque renuncia a aquello que es bueno por algo que es mejor?

El evangelio que contemplamos este domingo es la conclusión del Discurso del pan de vida, en el cual Jesús revela su presencia real en la Eucaristía. La fe de la Iglesia profesa que en el pan y vino consagrados en la Santa Misa está presente Cristo mismo, su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad. Ante esta realidad, dice la Palabra, muchos de sus discípulos dejaron de seguirle. La fe en Cristo Jesús se pone a prueba. Pero ¿qué es la fe? Habitualmente contestamos con la carta a los hebreos “es la certeza de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve”, el acto de la fe es creer, entonces surge la siguiente pregunta ¿por qué creo? Creemos por la autoridad de Dios que se revela. Nos servirá de ejemplo pensar en la fe humana, por ella llegamos a tener por cierto algo por la autoridad de quien nos lo dice, por ej. El diagnóstico de un médico en una enfermedad, el peritaje de un ingeniero en una estructura luego de un terremoto o incluso el niño pequeño en sus profesores de primaria (“la señorita lo dijo”). La fe divina tiene por cierto aquello que Dios dice, por ella el hombre cree en Dios, en lo que ha dicho y revelado, porque Él lo ha dicho.

Dice el Catecismo de la Iglesia nn.156: “El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos «a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos». «Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación» (ibíd., DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad «son signos certísimos de la Revelación divina, adaptados a la inteligencia de todos», motivos de credibilidad que muestran que «el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu» (Concilio Vaticano I: DS 3008-3010).”

Ahora bien, así como Cristo preguntó a sus apóstoles “también ustedes quieren marcharse” también nosotros podemos hacer experiencia de esta realidad cuando vemos que muchos de nuestro hermanos abandonan el camino del Señor por no creer en su Palabra, quizás no niegan abiertamente la fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía o algún dogma de fe, pero también es posible marcharse negando el estilo de vida en Cristo Jesús dejándose llevar por las distracciones del mundo, las seducciones del pecado o simplemente por no querer asumir con coherencia y radicalidad la vida cristiana. ¿No nos hemos sentido tentados también nosotros de marcharnos bajo la excusa de que “es muy difícil” o como dijeron aquellos que abandonaron a Jesús “este lenguaje es muy duro”?

La invitación en este domingo es de no dejarnos llevar por esa mentalidad, sino de unirnos a Pedro, a los demás apóstoles y a la multitud de santos que han dicho “Señor, a quien vamos a ir, tu tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos que tu eres el Hijo de Dios”. Hemos de decir: “Aunque otros no te sigan, aunque otros te abandonen, aunque otros te rechacen, yo te seguiré”. ¿Por qué vivo como vivo? Porque Cristo me dio una vida nueva y porque Él mismo me enseñó como vivirla, Él hizo de mí un hijo amado del Padre, y me enseñó a vivir como tal. Creo porque Él siempre me ha dicho la verdad y a buscado siempre mi bien. En medio de la situaciones más contradictorias aparentemente o más adversas, es Cristo quien en la escuela del amor incondicional me llevó a la fe. Creo porque me he reconocido amado por Él.

“¿A quien iremos?, dice Pedro. Quiere decir: ‘¿quién nos instruirá como Tú en los misterios divinos?’ o incluso: ‘¿Al lado de quién encontraremos algo mejor? ¿Tu tienes palabras de vida eterna? No son intolerables, como dicen otros discípulos. Al contrario, todas ellas conducen a la realidad más extraordinaria, la vida infinita, la vida imperecedera. Estas palabras nos muestran bien que debemos permanecer a los pies de Cristo, tomándolo por nuestro solo y único dueño, y mantenernos constantemente cerca de Él…Ciertamente, el camino, en compañía y al lado de Cristo Salvador, no se hace en un sentido material, sino más bien por las obras de la virtud. Los discípulos más sabios se comprometieron firmemente a esto con todo su corazón; con razón dicen ¿A dónde iremos? En otros términos: ‘Estaremos siempre contigo, cumpliremos, creeremos tus palabras, sin recriminar nada. No como creeremos, como los ignorantes, que tu enseñanza es dura de oír. Al contrario, diremos: Qué dulce al paladar tu promesa: ¡más que miel en mi boca!”

San Cirilo de Alejandría, Comentario al Evangelio de Juan 4,4

IMG: «Quo vadis?» de Annibale Caracci

Lecturas.

• Jos 24, 1-2a.15-17.18b. Serviremos al Señor, ¡porque Él es nuestro Dios!

• Sal 33. Gustad y ved qué bueno es el Señor.

• Ef 5, 21-32. Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.

• Jn 6, 60-69. ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.