Punto de partida: Jesús

Pablo, siervo de Jesucristo, apóstol por vocación, designado para el Evangelio de Dios, que Él de antemano prometió por sus profetas en las Santas Escrituras acerca de su Hijo Jesucristo, Señor nuestro, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santificación por la resurrección de entre los muertos, por quien hemos recibido la gracia y el apostolado para la obediencia de la fe entre todas las gentes para gloria de su nombre, entre las que están también ustedes, elegidos de Jesucristo, a todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: gracia y paz a ustedes de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. (Rm 1, 1-7)

Comenzamos en este día la meditación continuada de la carta de san Pablo a los Romanos, caminaremos junto al apóstol a lo largo de cuatro semanas reflexionando en diversos puntos muy importantes acerca de nuestra fe, la salvación y la vida cristiana. Esta carta fue escrita como una preparación antes de su llegada a Roma entre el año 57-58 y hay quienes la consideran la carta más importante del apóstol debido a la delicadeza de su exposición doctrinal.

Hemos escuchado hoy el saludo, el cual no ha de pasar desapercibido, la presentación que hace de sí mismo san Pablo nos dice quien es él respecto a la comunidad cristiana, es un “siervo de Jesús”, “un apóstol por vocación” “elegido por Él para anunciar el Evangelio”, esas tres expresiones sitúa a Pablo en una relación estrecha con el Señor, se presenta como su siervo así como Moisés lo era de Dios, un apóstol como los doce y por consiguiente partícipe también de la misión de anunciar la Buena Nueva.

Ahora bien, aunque antes dijimos que esta carta brilla por la exposición doctrinal que hace el apóstol sobre la fe cristiana, es maravilloso contemplar como el punto de partida no es la enumeración de argumentos a desarrollar, sino la presentación de una persona, Jesús, quien al ser descrito como perteneciente al linaje de David y a la vez como Hijo de Dios, se nos está profesando una de las verdad más básicas, Jesús es verdadero hombre y verdadero Dios, ante todo el Evangelio es relación con una persona Jesucristo, el Hijo amado del Padre que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, como decimos en el Credo, y asumió nuestra naturaleza humana.

El punto de partida de cualquier meditación, reflexión, discurso acerca del Evangelio es el encuentro con Cristo, todo deriva de ahí, la contemplación de sus palabras y obras son el inicio del camino que nos llevará a asumirlo como nuestro Salvador y Redentor lo cual tendrá como consecuencia unas actitudes y comportamientos concretos, que harán que la vida moral de los que andan en fe sea conocida propiamente como una “vida en Cristo”.

Con razón, la Sagrada Liturgia nos propone junto a esta introducción el salmo 97, al ver a Dios revelado en Jesús justamente podemos también decir “El Señor ha dado a conocer su victoria y ha revelado a las naciones su justicia. Una vez más ha demostrado Dios su amor y su lealtad”.

«Gracia y paz a vosotros: ¡Oh salutación, causa de todos los bienes! Esta apalabra mandó Dios a los apóstoles que pronunciaran la primera al entrar en las casa y por eso Pablo comienza siempre por ella, por la gracia y la paz. Porque no fue pequeña la guerra que Cristo llevó a cabo, sino varia, larga y de mil maneras; y esto no a costa de trabajos por parte nuestra, sino por medio de su gracia. y al igual que su dilección concedió la gracia, y ésta nos trajo la paz, saludando con estas palabras, pide que permanezca perpetua y firme, sin que se suscite nueva guerra, y ruega al dador que la conserve» San Juan Crisóstomo, Homilías sobre la Carta a los Romanos, 1, 3

IMG: «Cristo Pantocrator» en el Monasterio de santa Catarina en el Monte Sinaí