Del Evangelio según san Mateo (10, 16-20)
«Miren que los envío como ovejas en medio de lobos: sean, pues, precavidos como la serpiente, pero sencillos como la paloma. ¡Cuídense de los hombres! A ustedes los arrastrarán ante sus consejos, y los azotarán en sus sinagogas. Ustedes incluso serán llevados ante gobernantes y reyes por causa mía, y tendrán que dar testimonio ante ellos y los pueblos paganos. Cuando sean arrestados, no se preocupen por lo que van a decir, ni cómo han de hablar. Llegado ese momento, se les comunicará lo que tengan que decir. Pues no serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu de su Padre el que hablará en ustedes»
Compartir la suerte del Cristo en la Cruz es un don concedido a algunos de sus servidores más cercanos, perseverar fiel al Evangelio en medio de la persecución, la incomprensión, las amenazas, es ciertamente una de las pruebas más grandes que puede experimentar un cristiano, sólo la fuerza del amor es capaz de llevar a alguien a dar la vida. Nuevamente el hombre que vive según las categorías del Reino no pretender quitar, ni arrebatar, ni tomar violentamente nada, antes bien busca entregarlo todo, busca darse por entero, esto fue lo que vivió el P. Rutilio Grande.
La Iglesia nos enseña que:
“El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. “Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 4, 1)”. (Catecismo de la Iglesia Católica n.2473)
El martirio es la manifestación heroica de la fortaleza cristiana que, animada por la fe, la esperanza y la caridad, alcanza las cumbres de su perfección, brevemente veamos cada una de estas virtudes. Comencemos por la fortaleza, se trata de una disposición firme y estable por la cual un hombre se lanza valientemente en la búsqueda del bien arduo, aquel que es difícil de conseguir; su movimiento es doble, por un lado resiste ante los males que ha de sufrir y por otro persevera en el combate por el bien hasta alcanzar la meta. La fortaleza crece de un modo especial cuando tiene que arraigarse en medio del suelo de la adversidad, su raíz se profundiza porque la voluntad se robustece, sin embargo ¿qué mueve a un hombre a resistir durante tanto tiempo? ¿qué le lleva incluso a jugarse la vida con tal de perseverar? ¿de donde nace esa convicción firme que sobre pasa la debilidad de la propia sensibilidad humana tan natural?
Es ahí donde vemos la influencia de las otras virtudes, la fe, le da al mártir una luz sobrenatural que le lleva a contemplar la verdad del Evangelio y los valores del Reino en la tarea ardua que supone el discernimiento espiritual cuando la catequesis del mundo invade con sus tinieblas la realidad llevando al hombre al silencio mortal que supone ser complices del pecado, esta luz de la fe es para el mártir también ocasión de seguridad puesto que no se amedrenta ante la muerte ya que cree firmemente en que Aquel que resuscitó a Jesús de entre los muertos podrá resuscitarlo a él también, y como sabemos a mayor fe mayor esperanza, pues la esperanza confía en alcanzar lo que la fe cree, es el anhelo de la voluntad de Dios como suprema felicidad, por ello el mártir parece llevar en su corazón escritas las mismas palabras que siete hermanos que murieron en la persecución de Antíoco IV Epífanes dirigían a su verdugo cuando amenazados a muerte decían: “—Tú, malvado, nos borras de la vida presente, pero el rey del mundo nos resucitará a una vida nueva y eterna a quienes hemos muerto por sus leyes.” (2 Ma 7, 9) “De Dios he recibido estos miembros, y, por sus leyes, los desprecio; pero espero obtenerlos nuevamente de Él.” (2 Ma 7, 11), “Es preferible morir a manos de los hombres con la esperanza que Dios da de ser resucitados de nuevo por Él…” (2 Ma 7, 14).
Creer en Dios y su Palabra, esperar seguros en su cumplimiento lleva al mártir a la grandeza de ánimo propia del que ama hasta el extremo, recordemos que el amor en su sentido más propio y auténtico es un acto de la voluntad por el cual se busca el bien para el otro, respecto a Dios que es la fuente de todo bien y a quien no podemos dar nada que ya posea ¿cómo se traduce este amor? Esto lo vemos através del amor de complacencia, cuando el cristiano busca obrar según su voluntad busca complacer al Señor, movido por el Espíritu Santo que lo ha hecho hijo por adopción en Cristo, el cristiano busca entrar en las actitudes y comportamientos de un hijo frente a su padre, y la obediencia es la actitud propia del Hijo eterno que modela la obediencia de los hijos de adopción, de ahí que en la Transfiguración del Señor la voz que venía de lo alto decía “Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido, escúchenlo” (Mt 17, 5), la obediencia de Jesús manifestaba el amor hasta el extremo por el Padre, puesto que fue obediente hasta la muerte, pero ojo recordemos que la Cruz no es sólo la medida del amor a Dios sino también al hermano, porque Jesús también realizó aquel acto supremo por amor a nosotros, y he aquí otra característica del mártir, muere en testimonio, es decir como modelo de amor para todos los demás cristianos, el anciano Eleazar mártir en la persecución narrada por el libro de los Macabeos nos explica esto: “Porque no es digno de nuestra edad fingir, de manera que muchos jóvenes crean que el nonagenario Eleazar se ha pasado a las costumbres extranjeras, y a causa de mi simulación y de una vida breve y pasajera, se pierdan por mi culpa, y yo acarree ignominia y deshonor en mi vejez. Pues incluso si al presente yo escapara del castigo de los hombres, no huiría de las manos del Todopoderoso, ni vivo ni muerto. Por eso, entregando ahora valerosamente la vida, me mostraré digno de mi vejez, dejando a los jóvenes un noble ejemplo de morir voluntaria y noblemente por las santas y venerables leyes.” 2 Ma 6, 24-28. Así la caridad tiene su plena manifestación en la fortaleza del amor del mártir que le lleva al supremo testimonio de la fe.
“Ser cristiano es poseer una contextura mental e ideológica que responda fielmente a todos los postulados del evangelio y una vida concorde con las exigencias de esos postulados hasta sus últimas consecuencias” (P. Rutilio Grande, Homilía del 6 de agosto de 1970)
Fe, esperanza y caridad, son características de mártir que le impulsan a vivir la fortaleza de un modo sublime gracias a un particular impulso del Espíritu Santo a través de sus siete sagrados dones, el Señor va concediendo al cristiano las gracias que necesita para dar testimonio de Cristo en su historia. Por eso decimos que el mártir se adhiere cada vez más firmemente a la voluntad de Dios en la correspondencia a la gracia del amor de Cristo, y es que la intensidad del rojo que adorna la rosa roja del martirio le viene propiamente de ahí, de haber amado a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo por amor a Él. El Papa Francisco nos recordará que “los cristianos son pues hombres y mujeres contracorriente. Es normal: porque el mundo está marcado por el pecado, que se manifiesta en diversas formas de egoísmo y de injusticia, quien sigue a Cristo camina en dirección contraria. No por un espíritu polémico, sino por fidelidad a la lógica del Reino de Dios, que es una lógica de esperanza, y se traduce en el estilo de vida basado en las indicaciones de Jesús.”[1] y en otra ocasión nos diría: “El martirio es un servicio, es un misterio, es un don de la vida, muy especial y muy grande”[2]
Esto lo comprendía muy bien el p. Rutilio, su palabra profética era una actualización del Evangelio al momento histórico en que vivió, no estaba movido por el afán de llevar la contraria ni por generar caos y divisiones, le movía la fuerza del amor, de ahí que la meta de su obrar no sería la destrucción del otro sino conformar la propia vida a la de Cristo que se entregó por los hombres para su salvación. La palabra de un cristiano que vive el carácter profético de su bautismo, más aún un sacerdote que consagra su vida al servicio del Evangelio, será una palabra que llega como espada de doble filo que penetra a los más profundo del corazón, porque su palabra es Cristo, el profeta es siempre parcial, siempre está del lado de Dios y de lo que su voluntad manifiesta, de ahí porque siempre buscará defender al pobre, así como en la antigüedad los profetas vivían recordando al Pueblo “aprendan a hacer el bien: busquen la justicia, protejan al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan la causa de la viuda.” (Is 1, 17) y como Jesús nos llegó a decir “cuanto hicieron con uno de estos más pequeños conmigo y lo hicieron” (Mt 25, 40). Y es que le profeta busca que la relación del hombre con Dios vaya de acuerdo al plan divino de salvación que busca la vida del hombre, y una vida que se prolonga hasta la eternidad.
“No hay que quitar la vida a nadie. No hay que poner el pie en el pescuezo de ningún hombre, dominándolo, humillándolo. En el cristianismo hay que estar dispuesto a dar la propia vida en servicio por un orden justo para salvar a los demás por los valores del Reino” (P. Rutilio Grande, Homilía de Apopa, 13 de febrero 1977)
El martirio constituye la identificación suprema con Cristo crucificado, por este acto el p. Rutilio encarnó plenamente los valores del Reino viviendo el espíritu del Sermón de la Montaña, él vivió por buscar sembrar la buena semilla de la Palabra de Dios para que produjese frutos que transformaran la realidad en la que vivía, su celo no obedecía afanes terrenos, ni materiales ni ideológicos, su anhelo fue la vida según el Evangelio, por ello de él se puede decir “bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados” (Mt 5, 6), su obrar fue coherente con su fe, en medio de las críticas y las mentiras que se inventaban en contra suya el continuó a defender la Verdad que es Cristo, en medio de la tristeza que supone la muerte de un justo e inocente bien cabe la alegría cristiana, el mártir entrega su vida sabiendo que hay un cielo prometido, una resurrección futura, por ser coherente con la herencia eterna a la cual aspira busca vivir su fe a plenitud, las nostalgia del paraíso le mueve a llevar su compromiso bautismal al límite de su existencia terrena en anhelo de gloria que no conocerá el ocaso, se cree la palabra de Cristo que dice: “bienaventurados ustedes cuando los insulten y los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque vuestra recompensa será grande en el cielo…” (Mt 5, 12)
Esto es vivir con coherencia la fe, el mártir tiene siempre como fundamento de todo el amor, el Papa Francisco nos recordará que “La altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es «el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana». Sin embargo, hay creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de sus ideologías al resto, o en la defensa violenta de la verdad, o en grandes demostraciones de fortaleza. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar (cf. 1 Co 13,1-13).” (Fratelli Tutti 92) ¿Pero de donde brota ese amor? Ese amor brota del encuentro personal con Cristo Jesús, de ahí que Papa Benedicto XVI nos ensañase: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est 1).
“Cristo Salvador vino a salvar a todo hombre y a todo el hombre, para transfigurarlo en todo sentido, en un hombre nuevo, auténticamente libre de toda situación de pecado y de miseria, capaz de autodeterminarse y de gozar de todas las prerrogativas del hijo de Dios, conquistadas por el triunfo de la Resurrección de Cristo. Esta transfiguración del hombre, conquistada, pregonada y exigida por Cristo a sus seguidores tiene su punto de partida en el bautismo, compromiso de cada bautizado con Cristo resucitado” (P. Rutilio Grande, Homilía del 6 de agosto de 1970)
Al leer las homilías que nos han llegado del P. Rutilio, al escuchar los testimonios de los que le conocieron, de un modo especial al escuchar las palabras que un santo como Mons. Romero nos refiere, no podemos dudar que su vida fue un ejercicio de amor. Amor a la Iglesia que le animó en su años como formador en el seminario acompañando a tantos jóvenes que se sentían llamados al sacerdocio, amor al obispo, con quien siempre buscó tener un trato cercano y amable, amor a sus hermanos jesuitas con quienes formó comunidad, amor a los sacerdotes del presbiterio de San Salvador, particularmente a los de la vicaría de Quezaltepeque (hoy vicaría Rutilio Grande) con quienes compartía los ideales de la nueva evangelización y con quienes también sufría las incomprensiones de las autoridades de la época y de las mentalidades rígidas de algunos que se quería aferrar a estructuras caducas; amor a los pobres y más desprotegidos, a quienes busco llevar la luz del Evangelio que transforma la vida entera, y por sobre todo amor a Dios, el cual sería el motor de todo su accionar, como religioso, como sacerdote, como cristiano.
Algún testigo de la vida del padre Rutilio recuerda “…en la etapa que yo le conocí, ciertamente destacaba por su virtud de piedad, rectitud, solidaridad, responsabilidad. Hacía su oración, rezaba la liturgia de las horas. Muy de mañana, en el patio del convento, debajo de un árbol de morro, estaba haciendo su oración personal. Otras veces, en su habitación o frente al Santísimo”[3] Un sacerdote que le conoció comentaba que “Era admirado por todos nosotros sacerdotes por su virtud y su labor pastoral. Fue admirable como párroco de Aguilares. Mucha renovación espiritual se vivió en los movimiento de su parroquia. Fue ejemplar…fue fiel al Magisterio. El Arzobispo Mons. Chávez y luego Mons. Romero tuvieron una total confianza en él y lo admiraron mucho por su integridad sacerdotal y por su labor pastoral”[4]
Pero si vamos a hablar de testigos como no citar a san Óscar Romero que nos hace un bella síntesis de la vida en el amor que llevaba su amigo jesuita: “El amor verdadero es el que trae a Rutilio Grande, en su muerte con dos campesinos de la mano. Así ama la Iglesia. Muere con ellos y con ellos se presenta a la trascendencia del cielo. Los ama y es significativo que mientras el padre Grande caminaba para su pueblo a llevar el mensaje de la misa y de la salvación, allí fue donde cayó acribillado. Un sacerdote con sus campesinos, camino a su pueblo para identificarse con ellos, para vivir con ellos no una inspiración revolucionaria, sino una inspiración de amor” (San Óscar Romero Romero, Homilía en la misa exequial del P. Rutilio Grande)
Es hermoso también unir al testimonio del beato Rutilio aquel del beato Nelson Rutilio Lemus, un joven de 16 años cercano al padre, que le colaboraba en Misa y que muere junto a su párroco, este muchacho un joven adolescente, como todos en el pueblo, habría escuchado las propaganda contraria a los sacerdotes jesuitas misioneros en Aguilares, sin embargo aún así se sube al vehículo junto con el p. Rutilio para celebrar la misa de la novena en honor a san José ¿qué llevo a Nelson Lemus a los altares? El amor propio de un joven que quiere mucho a su párroco y quiere ir a su lado, el amor de un servidor del altar que quiere servir junto al sacerdote en la santa Misa, el amor de un cristiano que quiere prepararse con la comunidad cristiana para celebrar la gloria de Dios en sus santos. Los cristianos creemos firmemente que la santa Misa hace presente en el momento actual el santo sacrificio de Cristo que se inmoló en la Cruz en el calvario en ofrenda de amor al Padre celestial, pensar en los jóvenes servidores del altar trae a la memoria a los acólitos, aquellos niños y jóvenes que ayudan al sacerdote en la celebración de este sacrificio de la Misa, o quizás los jóvenes lectores y miembros del coro, todos los jóvenes que ayudan en la pastoral litúrgica, podría pensar que Nelson sirvió del modo más perfecto el santo sacrificio aquel día, no en la parroquia san José en Aguilares, sino en la carretera uniendo su propia sangre a la de Cristo Sacerdote, Víctima y Altar, corriendo su misma suerte en la esperanza de la resurrección.
Don Manuel Solórzano era un anciano catequista, testigo del proceso de pastoral de conversión que el P. Rutilio impulsó en Aguilares también dará el supremo testimonio de la fe. Recordemos que la misión que impulsaron los padres jesuitas en ese momento buscaba llevar la actualización pastoral que Concilio Vaticano II supuso en la vida de la Iglesia, de ahí que comenzaran a formar comunidades en los diferentes cantones de la parroquia para que la gente reflexionara la Palabra de Dios y fueran discipulos de Cristo que supieran discernir la voluntad del Señor en el aquí y ahora que les había tocado vivir, que aprendieran a vivir como mayor intensidad y consciencia los sacramentos celebrados, que hicieran experiencia de la dimensión comunitaria de la fe, que recapacitaran en la labor transformadora que tiene la comunidad cristiana en el lugar donde se inserta. Don Manuel siendo catequista en Aguilares sería lo que llamamos hoy un agente pastoral en la parroquia, como parte del oficio propio que tenía buscaba en su sencillez transmitir la doctrina de la fe, estamos ante un anciano, esposo y padre de familia, que se sube junto al sacerdote al vehículo. Un catequista cumple un ministerio de enseñanza, prepara de ordinario a los hombres y mujeres para vivir la fe y celebrar los sacramentos, pues su mejor y más grande catequesis le esperaría rumbo al Paisnal junto con el P. Rutilio, con su muerte junto al sacerdote enseñaría a los cristianos de hoy en día cual es el camino que conduce al cielo, la cruz, y que el modo más auténtico de vivencia de la fe sería el ofrendar la propia vida manifestando el amor hasta el extremo.
“…la vivencia exterior de nuestra fe pasa en la Iglesia por la eucaristía. Desde los comienzos de la Iglesia primitiva, es la esencia concentrada de nuestra fe comprometida como servicio al mundo. Es la celebración de la muerte y la resurrección del Señor…los valores se vivencian y se manifiestan aquí sin ninguna vergüenza. Se proclaman los valores del Reino al levantar la copa y levar el pan de Alguien que en el seguimiento de esos valores quedó triturado. Así, mis amigos, yo les digo que esto será el distintivo de aquellos que se vayan comprometiendo. Haber entendido la esencia de la eucaristía como quintaesencia de los valores cristianos: la vida, la muerte, la resurrección del Señor. Es decir, ese cambio profundo de morir uno mismo y hacer salir lo nuevo que transforme la humanidad…la vida es eucaristía. Hemos dicho que todo eso está amarrando el evangelio a la vida” (P. Rutilio Grande, Homilía del 15 de agosto de 1976, Tercer festival del maíz)
La muerte de los mártires produce de un modo misterioso abundantes frutos de fe en la vida de la Iglesia, por ello ya los antiguos cristianos decían que su muerte “es semilla de cristianos” san Óscar Romero nos testimonia en la homilía del aniversario de la muerte del P. Grande esta realidad:
“…yo quiero aquí, en este momento, agradecer a este cristiano, junto a los cristianos que con él murieron, junto a los cristianos que con él trabajaron, esta siembra de primavera que estamos recogiendo ahora. Se dice que en la Arquidiócesis, que en nuestra Iglesia, no había sacudido tanto su alegría de esperanza como en estos tiempos. Bendito sea Dios que es la muerte del cristiano, semilla de más cristianos, semilla de vocaciones, como diría el P. General de los Jesuitas. Esta es la vida de este cristiano que por el Bautismo emprendió unas perspectivas tan amplias que no las podemos abarcar desde la tierra.” (San Óscar Romero, Homilía 5 de marzo de 1978)
La vida y obra del P. Rutilio Grande y el testimonio de sus compañeros mártires, es un llamado de atención para todo hombre que busca entregar su vida al Señor por la causa del Reino, interpela a todo cristiano, a más de 40 años de su martirio el testimonio de su fe despierta nuevamente el anhelo por un mundo mejor, un mundo más cristiano, un mundo donde el Evangelio resplandezca cada vez más, por ello nuestra esperanza en Cristo se renueva.
¿Cómo estamos viviendo el Evangelio? ¿qué persecuciones sufrimos hoy? ¿cómo las asumimos? ¿soy capaz de negarme a mí mismo antes que traicionar la fe que mi madre la Iglesia me ha transmitido? ¿o soy de los que fácilmente tiran la toalla y que como se dice poco a poco “van quedándose”? ¿vivo la abnegación, un verdadero espíritu de sacrificio, de entrega por un vida en el amor de Cristo? ¿mi vida de oración es traducción de un hombre que busca iluminar su realidad personal y comunitaria con la Palabra de Dios? ¿Cómo asumo mi participación en la vida de la Iglesia? ¿soy miembro vivo o engangrenado? ¿soy verdadero discípulo que busca imitar al maestro a pesar de las propias debilidades o ya me conformé con la mentalidad del mundo? ¿ante el mal como respondo? ¿soy cómplice? ¿o busco vencerlo a fuerza de bien? ¿mi celo por dar a conocer a cristiano se traduce en un verdadero espíritu misionero que atraviesa todas mis acciones o vivo pensando en que otros se encarguen de transmitir la fe?
Estamos en cuaresma tiempo de conversión, es significativo para nosotros que esta celebración ocurra justamente hoy por que si no estoy viviendo el Evangelio del amor por el cual estos hombres dieron la vida te recuerdo haz la prueba y veras que bueno es el Señor, conviértete y comienza a caminar en fe, Él no se deja ganar en generosidad a quien le confía su vida, puesto que se la devuelve para la eternidad gozosa en su presencia.
[1] Papa Francisco, Audiencia General del 28 de junio de 2017
[2] Papa Francisco, Homilía del 8 de febrero de 2019
[3] Congregatio de Causis Sactorum, o.c., Summarium Testium, Testigo XVIII, SS 345 o.c. R. Cardenal “Vida Pasión y Muerte del Jesuita Rutilio Grande, UCA editores, San Salvador 2020, p.157
[4] Ibid. P. 327