Divino Niño

Con fe y alegría nos reunimos hoy para celebrar la fiesta del Divino Niño Jesús, al contemplar la imagen que en muchos despierta confianza, ternura y paz, podemos hacer 4 consideraciones que nos lleven a vivir como un verdadero camino de santidad esta devoción.

  1. Cristo Jesús es la fuente de la vida a la cual venimos a encontrar nuestro reposo y recobrar las fuerzas, tantas veces andando por los caminos de este mundo nuestro corazón se ve angustiado, cansado, a veces lástimado, el peso de la debilidad humana, las enfermedades, las consecuencias del propio pecado o de los pecados que otros puedan cometer y que dejan secuelas en nosotros, nuestras aficiones desordenadas, etc. hacen que nuestra alma se vea como herida, san Juan de la cruz la compara un ciervo, un venado, que andando por el bosque ha sufrido las heridas de un depredador del cual ha logrado escapar, como esta criatura que cuando se ve lastimada se sumerge un río para que la frescura del agua mitigue su dolor, así nosotros venimos hacia este Divino Niño con nuestra oración suplicante buscando un consuelo, pues Él mismo nos dijo “Vengan a mí los que están cansados y agobiados que yo les aliviaré” (Mt 11, 28) y vaya que no sólo nos alivia sino que nos da una nueva vida, la vida eterna
  • Cristo Jesús es el modelo de santidad, sí, aún al contemplar los misterios de su infancia no podemos obviar que en toda ocasión Él nos revela como viven los hijos de Dios, por eso san Juan Eudes decía que hemos de buscar reproducir en nuestra vida los misterios de la vida de Cristo, ¡cuántas virtudes contemplamos en el Divino Niño! la Sagrada Escritura en los evangelios de Mateo y Lucas nos dan referencias breves, pero grandiosas, la sencillez en la que vivió, la santa pobreza, la obediencia, el celo por los asuntos del Padre celestial, la fortaleza que propiciaba en María y José ante la persecución que se desató contra Él, la humildad, la fidelidad a la Palabra de Dios que se manifestaba en la búsqueda de ser observantes de la Ley, y el silencio bajo el cual vivió aquellos años de Nazaret con los cuales nos muestra que en lo ordinario del día a día con el trabajo cotidiano el hombre agrada al Señor. Él nos da ejemplo y nos da la fuerza de la gracia para vivir en santidad.
  • Cristo Jesús nos revela su misericordia, sí porque también nos hace recordar el misterio de la Encarnación, es decir como el Hijo de Dios se hizo hombre para que por los méritos de su pasión, muerte y resurrección el hombre llegara ser hijo de Dios, Él nos ha liberado del pecado y de la muerte, nos ha reconciliado con el Padre, y nos ha concedido la gracia de vivir de bendición en bendición. Más aún viendo que por nuestras solas fuerzas no podemos nada, nos ha invitado a clamar en su Nombre cuando estemos en necesidad, nos ha dicho “Lo que pidan en mi Nombre yo lo haré” (Jn 14, 14) y también “Pidán y se les dará” (Mt 7,7) y en Él, nos enseñan los apóstoles, lo podemos todo. ¿Por qué dudar en pedir en nuestras necesidades cuando el mismo en el Padre Nuestro modelo de toda oración la ha conformado con siete peticiones?
  • El Divino Niño nos enseña también a ponernos con confianza en los brazos del Padre, dedicarnos a su Reino, todo lo demás tiene sentido sólo en cuanto vivimos para Él.

Estas cuatro lecciones son una luz maravillosa que alumbra la vida de fe, con razón tantos santos han sido devotos del Niño Jesús, la misma historia atestigua como los antiguos carmelitas que se reunieron en el monte Carmelo gustaban de considerar la infancia del Señor ya que según la tradición Él se retiraría ahí de Niño con la Santísima Virgen y san José, junto a san Joaquín y santa Ana. Muchas devociones han surgido en torno a Él, el santo Niño de Atocha, el Niño Jesús de Praga y la que nosotros contemplamos hoy.

Santa María Micaela del Santísimo Sacramento nos contaba que en una aparición le decía que pidieramos lo que necesitabamos por los méritos de su infancia. Y así numerosos santos nos han invitado a acudir a este Niño Divino ¿Por qué no confiar el testimonio de los amigos de Jesús?

Escuchemos por ejemplo a santa Teresa Benedicta de la Cruz que nos dice:

«El Hijo del Padre eterno debía bajar de la gloria del cielo porque el misterio de la iniquidad había envuelto la tierra.  El vino como la luz que ilumina las tinieblas pero las tinieblas no la recibieron. A cuantos lo acogieron les dio la luz y la paz con el Padre celeste, la paz con cuantos como ellos son hijos de la luz y de la paz del Padre celeste, y la paz interior y profunda del corazón; pero no la paz con los hijos de las tinieblas. A esos el Príncipe de la paz no les trae la paz, si no la espada. Para ellos Él es la piedra de tropiezo, contra la que se golpean y estrellan. Esta es un verdad grave y seria, que el encanto del Niño en el pesebre no debe ocultar a nuestros ojos. El misterio de la encarnación y el misterio del mal están estrechamente unidos. A la luz, que ha bajado del cielo, se opone tanto más ansiosa e inquietante la noche del pecado.

El Niño extiende en el pesebre sus pequeñas manos, y su sonrisa parece ya decir cuanto más tarde, de adulto, sus labios nos dirán “Vengan a mi todos los que están cansados y agobiados”. Algunos siguieron su invitación. Así los pobres pastores dispersos por el campo en torno a Belén que, viendo el esplendor del cielo y escuchando la voz del ángel que les anunciaba la buena noticia, respondieron llenos de confianza “Vayamos a Belén” y se pusieron en camino; así los reyes, que partieron del lejano Oriente, siguieron con la misma fe sencilla la estrella maravillosa. Las manos del Niño derraman su gracia y ellos “experimentaron un gran gozo”

Estas manos dan y exigen al mismo tiempo: ustedes sabios depongan su sabiduría y háganse sencillos como los niños; ustedes reyes donen sus coronas y sus tesoros e inclínense humildemente frente al Rey de reyes; tomen sobre ustedes sin titubear las fatigas, los sufrimientos que su servicio requiere. Ustedes niños, que aún no pueden dar algo de parte de ustedes: de ustedes las manos del Niño en el pesebre toma la tierna vida antes que propiamente comience; el modo mejor de emplearla es el de sacrificarla por el Señor de la vida.

“Sígueme” dicen las manos del Niño, como más tarde dirán los labios del hombre adulto. Así dijeron al joven amado por el Señor y que ahora formar parte del guardia puesta en torno al Pesebre. Y san Juan, el joven de corazón puro e infante, lo siguió sin preguntar: ¿a dónde? ¿para qué? Abandonó la barca del padre y se fue tras el Señor por todos los caminos hasta el Gólgota. Figuras luminosas son aquellas que se arrodillan frente al pesebre: los tiernos e inocentes niños, los pastores confiados, los reyes humildes, el discípulo entusiasta y Juan, el apóstol del amor; ellos siguieron todo las llamada del Señor. Frente a ellos esta la noche de la dureza y de la ceguera incomprensible: los escribas, que son capaces de decir el tiempo y lugar en el que el Salvador del mundo debe nacer, pero que no deducen a partir de ahí ningún “Vamos a Belén”; el rey Herodes, que quiere asesinar al Señor de la vida.

Frente al Niño en el pesebre los espíritus se dividen. Él es el Rey de reyes y el Señor de la vida y de la muerte, Él pronuncia también para nosotros su “Sígueme” y quien no está con Él está contra Él. Él lo pronuncia también para nosotros y nos pone frente a las decisión de escoger entre la luz y la tiniebla.

En la noche del pecado brilla la estrella de Belén. Sobre el esplendor luminoso que irradia desde el pesebre cae la sombra de la cruz. La luz se apaga en la oscuridad del viernes santo, pero vuelve a brillar más luminosa, sol de misericordia, la mañana de la resurrección. El Hijo encarnado de Dios llega a través de la cruz y la pasión a la gloria de la resurrección. Cada uno de nosotros, toda la humanidad llegará con el Hijo del hombre, a través del sufrimiento y la muerte a la misma gloria.»

(Santa Teresa Benedicta de la Cruz, El Misterio de la Navidad)

Acudir al Divino Niño hermanos es para nosotros ocasión de gran alegría, no olvidemos la recomendación que el padre Juan del Rizzo hacía cuando alguien quería acercarse a pedir un favor al Señor:

  1. Confesarse y comulgar durante 9 domingos
  2. Dar una libra de chocolate (o su equivalente en limosna) a los pobres
  3. Dar víveres para los más necesitados
  4. Contar a otros el testimonio de las gracias recibidas

Así pues continuemos nuestra celebración poniendonos en manos del que todo lo puede sabiendo que el será fiel a su palabra cuando dice “Pon tus delicias en el Señor y colmará los anhelos de tu corazón” (Sal 37, 4)