Santa María Magdalena, es considerada una de las patronas de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús, esto porque junto con María santísima y san Juan habrían acompañado al Señor en la hora suprema de la gloria, habría consolado a Jesús que moría solo colgado en el madero de la Cruz. Esta mujer había hecho experiencia del amor de Jesús al verse librada de siete demonios según nos dice la Escritura, le habría acompañado junto con otras piadosas mujeres y los discípulos de Jesús a través de sus predicaciones y en todo le habría servido con diligencia y prontitud. Una muestra de su profundo amor no sólo fue permanecer con Él en la hora en que todos les abandonaron en su pasión y en el calvario, sino que al tercer día yendo a perfumar su cuerpo en el sepulcro se quedaría perpleja y triste al no encontrarlo, mas cuál sería su alegría cuando se le aparece resucitado y glorioso, abrazándose a Él no quiere soltarlo ¿cómo dejar ir al amor de nuestras vidas? Sin embargo, Jesús la enviará en misión a decir a sus apóstoles que vayan a Galilea ya que ahí se verán, hermosísimo encargo por el cual la Iglesia la llama la “apostola de los apóstoles”.
El amor del Corazón de Cristo cambio la vida de la Magdalena, así ustedes y yo seguramente también hemos hecho experiencia de este amor misericordioso que ha salido a nuestro encuentro para librarnos del pecado y la muerte, para librarnos quien sabe de cuantas situaciones que nos apartarían de su compañía, de tantas ocasiones en los que podríamos entrar en la muerte, el también nos libera a nosotros como a la Magdalena de caer en las garras del enemigo seductor; y así como ella sentimos en nosotros un vivo deseo de seguirle, de ir con Él, de servirle con diligencia. Santa María Magdalena nos invita a acompañar a Jesús sobre todo ahí donde nadie le quiere seguir, hasta el calvario. Muchos van detrás de Cristo cuando multiplica los panes, eran más de 5000 contando solo los hombres, pero pocos les siguieron cuando se presentó a sí mismo como el Pan de Vida, muchos gustaban oír de sus predicaciones y le llevaban multitudes de enfermos, pero cuando toco probar la lealtad incluso de 12 que eran sus colaboradores más cercanos quedó solo uno, el discípulo amado. ¿A qué cruz has de seguir a Jesús? ¿cuál es el calvario por el que tienes que pasar a veces en soledad para seguir a Jesús? ¿Hasta donde habrás de acompañarlo para consolarlo cuando nadie lo quiere seguir? ¿Cuántos van detrás de los milagros del Señor y no detrás del Señor de los milagros? Acompañándolo ahí donde nadie lo sigue te preparas para gozar de su presencia como pocos lo pueden hacer, antes de su pasión muchos le escucharon, después de su resurrección solo lo vieron sus discípulos, primero los 12 y luego el resto, la alegría de la Magdalena abrazada a los pies de Jesús, también puede ser tu alegría cuando descubres que de la Cruz brota un retoño que da vida. Es más, sientes latir en ti ese impulso misionero que movió a santa María Magdalena a ir y anunciar Cristo vivo, y su presencia cercana a los hermanos.
Así pues como cristianos, al contemplar la figura de esta gran santa nos sentimos movidos a un seguimiento más entregado al amor de Cristo, más diligente en el servicio; nos sentimos compelidos a perseverar en medio de la adversidad, aunque muchos no lo sigan nosotros habremos de estar ahí al pie de la cruz; nos sentimos motivados a ir y anunciar al mundo que Cristo vive y que te espera para estar contigo y compartir su vida nueva.
Santa María Magdalena, una de los primeros miembros de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón nos recuerda que el que ama al corazón de Cristo ha de servir, reparar y misionar por amor a Aquel que nos amó primero.
“La Magdalena siguió hasta el Calvario a Cristo, que la había curado. Estuvo presente en la crucifixión, en la muerte y en la sepultura de Jesús. Junto con la Madre santísima y el discípulo amado recogió su último suspiro y el tácito testimonio de su costado traspasado: comprendió que su salvación estaba en aquella muerte, en aquel sacrificio. Y el Resucitado, como nos narra el evangelio de hoy, quiso mostrar su cuerpo glorioso ante todo a ella, que había llorado intensamente por su muerte. A ella quiso confiarle «el primer anuncio de la alegría pascual» (Colecta), para recordarnos que precisamente a quien contempla con fe y amor el misterio de la pasión y muerte del Señor, se le revela la luminosa gloria de su resurrección.
Así María Magdalena nos enseña que nuestra vocación de apóstoles se arraiga en nuestra experiencia personal de Cristo. Nuestro encuentro con Él suscita un nuevo estilo de vida, ya no centrado en nosotros mismos, sino en Él, que murió y resucitó por nosotros (cf. 2 Co 5, 15), renunciando al hombre viejo para conformarnos cada vez más plenamente a Cristo, el Hombre nuevo.”
San Juan Pablo II, 22 de julio de 2000