XVII Domingo Tiempo Ordinario – Ciclo C
La Liturgia de este día queridos hermanos, nos presenta como una constante el tema de la oración de súplica, pero al contemplar el Evangelio de san Lucas reconocemos que el punto de partida en la vida de oración es la imitación de Cristo, toda nuestra vida espiritual es buscar irnos configurando con Él, pareciéndonos a Él, que su vida se manifieste en la nuestra, este ardor es el que nos mueve a seguirle, es así que los discípulos se acercan al Señor para pedirle que les enseñe a orar, puesto que admiraban como oraba Él. Jesús entonces les invita a elevar sus plegarias contemplando a Dios como un Padre atento y bondados con sus hijos, al poner el ejemplo del un amigo inoportuno que se acerca a pedir algo por la noche a una hora inapropiada, nos dice que si un hombre aun con sus egoísmos es capaz de atender una petición, cuanto más nuestro Padre celestial. Así mismo en ese ejemplo como en la oración de Abraham encontramos que la súplica no sólo es confiada, sino que apelando a la misericordia divina, es también perseverante.
En la Sagrada Escritura a la hora de mostrarnos la oración del cristiano se ve como entre el Nuevo y el Antiguo Testamento hay una diferencia particular, cuando observamos el Antiguo vemos muchas oraciones de lamentación mientras que en el Nuevo, en Cristo resucitado apenas si hay estas expresiones, “la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en la espera y tengamos que convertirnos” (Catecismo n.2630). Este tipo de oración se nos presenta con algunas connotaciones diferentes pero que reconducen al mismo sentido de súplica “pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso “luchar en la oración” (cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más habitual, por ser la más espontánea, es la petición: Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Él.” (Catecismo n.2629)
El primer paso en la oración de súplica es la petición de perdón, de hecho la oración oficial de la Iglesia en la Santa Misa siempre comienza así, y es que esto nos hace entrar en la humildad, ella “nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces “cuanto pidamos lo recibimos de Él” (1 Jn 3, 22).” (Catecismo n.2631)
Nuestras súplicas siempre han de tener su núcleo en la búsqueda del Reino y una vida conforme a las enseñanzas de Jesús, de hecho se evidencia una jerarquía de cosas a pedir: primero el Reino y luego lo que sea necesario para recibirlo y cooperar con Él. De hecho podemos afirmar en este sentido que toda necesidad puede convertirse en objeto de oración “Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre (cf Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago (cf St 1, 5-8) y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20; Flp 4, 6-7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).” (Catecismo n.2633)
«Estando yo una vez importunando al Señor mucho, (…) temía por mis pecados no me había el Señor de oír. Aparecióme como otras veces y comenzóme a mostrar la llaga de la mano izquierda, (…) y díjome que quien aquello había pasado por mí, que no dudase sino que mejor haría lo que le pidiese; que Él me prometía que ninguna cosa le pidiese que no la hiciese, que ya sabía Él que yo no pediría sino conforme a su gloria» (Sta. Teresa de Jesús, Vida 39,1).
Que las palabras de Cristo en este día resuenen en nuestro corazón y se transformen en confianza segura para clamar a Dios nuestro Padre.
IMG: «Jesús en el monte de los olivos» de Josef August Untersberger