La adoración
El pueblo de Israel en el desierto mientras peregrinaba rumbo a la tierra prometida era precedida por la tribu de Judá, sabemos que en hebreo Judá quiere decir alabanza, y es interesante para nosotros que vamos como peregrinos hacia la patria celeste que también se nos presente este paradigma como una manera de recordarnos qué es lo primero en atención a nuestro ser cristianos.
Se dice que en toda movimiento dinámico siempre hay que tener presente el fin, y el fin de la vida del hombre es la glorificación de Dios, de ahí que una de las peticiones del Padre Nuestro diga “santificado sea Tu nombre”, en cada cosa que realizamos siempre buscamos infundir ese matiz, buscamos darle esa forma, configurar todo nuestro obrar de manera que seamos, como dice san Pablo, una alabanza para la gloria de Dios. Ya en la más tierna infancia del Niño Jesús, los magos venidos de oriente nos revelan la importancia de este primer movimiento, ellos se pusieron en camino para adorar al Dios-Rey que había nacido en Belén, por ello el Papa Francisco nos dirá que: “Si perdemos el sentido de la adoración, perdemos el sentido de movimiento de la vida cristiana, que es un camino hacia el Señor, no hacia nosotros. Es el riesgo del que nos advierte el Evangelio, presentando, junto a los Reyes Magos, unos personajes que no logran adorar.” Homilía del 6 de enero.
Si todo nuestro obrar debe caracterizarse por esto, y sabemos que todo nuestro obrar está animado por nuestra vida de oración, significa que en ella debe primar de un modo especial la oración de adoración.
Pero ¿qué es adorar? Esta palabra viene del latín ad – ore , literalmente nos da la noción de llevar a la boca, y que es lo que llevamos a la boca, una palabra, pero no cualquier palabra, es una palabra que elogia, ensalza, enaltece, reconoce y admira a nuestro Señor por quién es Él y por las maravillas que obra, es reconocer su perfecciones, es olvidarnos de nosotros mismos para volvernos a Él.
Dice el Catecismo de la Iglesia que adorar:
“La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el “Rey de la gloria” (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre […] mayor” (San Agustín, Enarratio in Psalmum 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.” CEC 2628
La adoración está íntimamente vinculada a la justicia, pues de ella brota dandole a Dios lo que le debemos, de hecho la “religión” entendida en cuanto virtud es propiamente una hija de esta virtud cardinal. De hecho, el mismo Señor en el decálogo nos manifiesta este deber nuestro como el primero de los mandamientos, aún más cuando a Jesús le preguntaron cuál era el mandamiento más importante el comienza recordando el Shemá “Escucha Israel, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón con toda tu alma y con toda tu fuerzas”, ¿qué es adorar al Señor sino amarlo de esta manera?, incluso cuando en el desierto es tentado por el demonio luego de ofrecerle “poder y gloria” si se ponía de rodillas y le adoraba, el Hijo de Dios evoca la Sagrada Escritura y dice: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto” (Lc 4, 8) Es sumamente importante en nuestra vida de fe aprender a vivir esta dimensión de la vida espiritual puesto que “La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.” (CEC 2097)
Esto mismo lo vemos reflejado en la Sagrada Escritura, volviendo al ejemplo de la adoración de los magos, vemos como también hay otro personaje que no supo adorar, sino que busco ponerse a sí mismo en lugar del Niño Jesús, ¿Quién es este? Herodes. El Papa Francisco nos invita a recordar cuan peligroso y fácil es caer en la idolatría que es lo radicalmente opuesto a la adoración “En realidad, Herodes sólo se adoraba a sí mismo y, por lo tanto, quería deshacerse del Niño con mentiras. ¿Qué nos enseña esto? Que el hombre, cuando no adora a Dios, está orientado a adorar su yo. E incluso la vida cristiana, sin adorar al Señor, puede convertirse en una forma educada de alabarse a uno mismo y el talento que se tiene: cristianos que no saben adorar, que no saben rezar adorando. Es un riesgo grave: servirnos de Dios en lugar de servir a Dios. Cuántas veces hemos cambiado los intereses del Evangelio por los nuestros, cuántas veces hemos cubierto de religiosidad lo que era cómodo para nosotros, cuántas veces hemos confundido el poder según Dios, que es servir a los demás, con el poder según el mundo, que es servirse a sí mismo.” (Papa Francisco, Homília del 6 de enero de 2020)
El corazón del hombre ha sido hecho para amar, para recocer el bien y moverse afectiva e inteligentemente hacia él, sin embargo cuando nuestro interior no está rectamente ordenado poniendo a Dios y su voluntad en primer lugar, tendemos a aficionarnos o apegarnos a otras cosas, buscamos hacernos “dioses” a nuestra medida según nuestra “necesidad” o mejor dicho según nuestras “ganas”. Así nos esclavizamos de bienes materiales, la ropa, las joyas, el dinero, etc. o incluso inmateriales, los afectos, posiciones, respetos humanos, etc. El hombre que no adora a Dios adorará cualquier otra cosa, bien se dice “uno es lo que ama” si amas las cosas de la tierra, terreno serás, si amas las cosas del cielo, celestial serás. Lo decía san Juan de la Cruz de modo poético hablando de la unión del alma que ha llegado a la perfección en el amor de Dios cuando escribía “la amada es en el Amado transformada”.
Tan necesaria es la adoración en la vida del cristiano que la fuerza de nuestro ser y nuestro que hacer cristiano encuentra ahí su fundamento, para asemejarnos cada vez más a Jesús, para adquirir sus actitudes y comportamientos, pensamientos y sentimientos, es preciso pasar tiempo con Él en adoración, es más, el fruto de todo nuestro apostolado misionero está ahí, ya lo decía un sacerdote anciano una vez “el éxito de la misión se alcanza primero en la oración”. Ciertamente hace falta salir de nuestra comodidad, profundizar en el conocimiento de la Sagrada Escritura y del magisterio de la Iglesia e incluso de ciencias auxiliares, claro que conviene pensar nuevas formas de presentar el Evangelio, planificar y programar las cosas que hemos de hacer, pero no hemos de olvidar el fundamento que el Señor. El mismo Jesús nos dio ejemplo de esto cuando luego de sus largas jornadas de predicación y atención a los más necesitados pasaba la noche en oración ante el Padre celestial. Y en este sentido claro que vale la súplica, claro que vale la intercesión pero debe todo ser precedido por la adoración.
Siguiendo con el ejemplo del pasaje de la Escritura sobre los magos venidos de oriente, el Papa Francisco nos recordaba como también estaban junto a Herodes los Doctores de la Ley, aquellos que conocían la Escritura, estos también escucharon hablar de Jesús, pero no por eso fueron y adorarón, a partir de ahí nos recordará el Santo Padre que: “En la vida cristiana no es suficiente saber: sin salir de uno mismo, sin encontrar, sin adorar, no se conoce a Dios. La teología y la eficiencia pastoral valen poco o nada si no se doblan las rodillas; si no se hace como los Magos, que no sólo fueron sabios organizadores de un viaje, sino que caminaron y adoraron. Cuando uno adora, se da cuenta de que la fe no se reduce a un conjunto de hermosas doctrinas, sino que es la relación con una Persona viva a quien amar. Conocemos el rostro de Jesús estando cara a cara con Él. Al adorar, descubrimos que la vida cristiana es una historia de amor con Dios, donde las buenas ideas no son suficientes, sino que se necesita ponerlo en primer lugar, como lo hace un enamorado con la persona que ama. Así debe ser la Iglesia, una adoradora enamorada de Jesús, su esposo” (Homilía 6 de enero de 2020)
La mejor manera de aprender a adorar al Señor es aprendiendo de la mejor escuela de oración que tenemos, los Salmos de la Sagrada Escritura, por ejemplo el Sal 92, Sal 148, Sal 150 o también Dn 3, 57ss. También las mismas oraciones que nos propone la Iglesia en la Sagrada Liturgia como por ejemplo el “Santo” que es el himno de adoración que se eleva Dios, Uno y Trino tanto en la tierra como en el cielo según el vidente del Apocalipsis. Existen numerosos recursos en pequeños devocionarios y libros de oraciones que también son un recurso útil para este fin.
La experiencia de Dios en la vida de cada uno será la mejor motivación, al contemplar las obras del Señor como lo descubres a él, en la sanación de una enfermedad de dificil tratamiento descubrimos su omnipotencia, cada vez que nos concede su perdón a través del sacramento de la reconciliación descubrimos su misericordia, cuando en medio de crisis económica y laboral vemos que nunca ha faltado lo necesario para comer y vivir descubrimos su Divina Providencia, cuando contemplamos como durante mucho tiempo no obstante nuestras debilidades, tropiezos y caídas nos continúa a llamar a su servicio santo descubrimos su infinita Paciencia, al ver como no castiga nuestros pecados como mereceríamos podemos contemplar su gran clemencia, al ver como nos recompensa por nuestra buenas obras más de lo que merecerían contemplamos su Generosidad infinita, al contemplar como las situaciones que considerabamos incomprensibles en algún momento hoy tienen sentido en orden nuestra salvación contemplamos su Divina Sabiduría.
De modo especial en nuestra vida tiene un lugar particular la práctica de la Adoración Eucarística, contemplando a Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, es el momento propicio para formar en nuestro corazón la actitud que más tarde se convertirá en plegaria, de adoración, de acción de gracias, de expiación o de súplica.
Ciertamente, a Dios se le puede adorar en cualquier lugar, pero siempre a nuestra naturaleza humana conviene tener momentos y espacios adecuados para formar el corazón, de ahí que la Adoración al Santísimo Sacramento es con gran razón un don del Señor, no sólo porque se quedó realmente entre nosotros, sino que, como toda realidad sacramental es un gesto de su misericordia ya que sabiendo que el hombre conoce por los sentidos ha querido dejarnos estos signos sensibles, en los cuales nos comunica su gracia, su vida divina, sabiendo que en este sacramento de Amor, nos ha dejado algo mucho más grande, se que ha querido hacer presente Él mismo.
Santo Tomás de Aquino lo decía de la siguiente manera: “Lo de escoger un lugar determinado para adorar no se requiere por parte de Dios, a quien adoramos, como si se hallase allí recluido, sino por parte del propio adorador. Y esto por una triple razón. La primera, por la consagración del lugar que hace concebir en los orantes una especial devoción y confianza en ser escuchados con mayor seguridad, como nos consta por la adoración de Salomón (3 Re 8). La segunda, por los sagrados misterios y otros objetos sagrados que contiene tal lugar. La tercera, por la concurrencia de muchos adoradores, por lo que la oración se hace más digna de ser escuchada, según aquello de Mt 18,20: Donde hay dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” Suma Teológica, II-II q.84 a.3 sed contra 2
De ahí que el Papa Benedicto XVI nos recordaba en alguna ocasión que ahí:
“En el momento de la adoración todos estamos al mismo nivel, de rodillas ante el Sacramento del amor. El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico…. Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento es una de las experiencias más auténticas de nuestro ser Iglesia, que va acompañado de modo complementario con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida. Comunión y contemplación no se pueden separar, van juntas. Para comulgar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, llenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la Comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte, un gesto superficial. En cambio, en la verdadera comunión, preparada por el coloquio de la oración y de la vida, podemos decir al Señor palabras de confianza, como las que han resonado hace poco en el Salmo responsorial: «Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza invocando el nombre del Señor» (Sal 115, 16-17).” Benedicto XVI, Jueves 7 de junio de 2012
La misma adoración al Señor es de gran beneficio incluso para nosotros mismos, para nuestras comunidades, para nuestros proyectos, para todo nuestro ser y hacer. Dios infinitamente misericordioso y sabio con razón estableció como el primero de sus mandamientos la adoración. De hecho si recordamos en qué momento fueron dadas las tablas de la Ley a Moisés, recordaremos que fue cuando el Pueblo estaba saliendo de Egipto y poniéndose en camino a peregrinar por el desierto rumbo a la tierra prometida, justo habían salido de la esclavitud, justo habían roto con la situación de opresión que vivían, por eso algún comentarista nos dirá que en aquellas diez palabras, el Señor no les dio otra cosa sino las instrucciones para vivir en libertad, la primera de las cuales es la adoración de Dios uno.
Al considerar todo lo que hemos dicho de la adoración no resulta extraño que nuestra Madre la Iglesia haya asociado a la práctica de la Visita al Santísimo Sacramento por al menos 30min una indulgencia plenaria. Recordemos que esta gracia que se nos concede apunta a remisión de la pena temporal, es decir nos ayuda a romper al apego o afición desordenada que el pecado deja en nosotros una vez cometido, aunque haya sido perdonado en el sacramento de la reconciliación todo pecado deja consecuencias en nuestras vida a causa del desorden que implica, por tanto, cuando cumplida las debidas disposiciones nos acercamos a adorar a Jesús en el Santísimo Sacramento durante este tiempo, la Iglesia implora para nosotros esta gracia del cielo en virtud de la facultad que Jesús le confirió de atar y desatar.
Al meditar acerca del rol de la adoración en nuesta vida no nos queda otra cosa sino buscar ponerla en práctica, poniéndo la mirada en Dios nuestro Señor que no se deja ganar en generosidad, hagamos nuestras aquellas palabras que san Juan de la Cruz escribía en cuatro versos que tituló Suma de perfección: “Olvido de lo creado, memoria del Creador, atención a lo interior, y estarse amando a la amado”