Miércoles – II semana de Navidad
1 Jn 2, 29- 3,6; Sal 97; +Jn 1, 29-34
Continuando con la meditación de la primera carta de san Juan hoy nos acercamos a un texto que nos recuerda la altísima dignidad que se nos ha conferido por el bautismo, la de hijos de Dios. El Verbo de Dios al encarnarse, unió en sí su divinidad con nuestra humanidad, de tal modo que la elevó a sí mismo en sí mismo, y no solo esto sino que por su pasión, muerte y resurrección nos lavó de nuestros crímenes haciéndonos posible el ser libre del pecado, es se realiza a través de la aguas del bautismo y cada vez que nos acercamos al sacramento de la reconciliación.
Por eso se dice que los cristianos hemos sido hechos hijos en el Hijo, y por ello somos llamados a vivir por la gracia santificante lo que Jesús vive por naturaleza, esta gracia la recibimos a través de los sacramentos, a los cuales nos disponemos con la oración y que dan frutos en nuestra vida a través de actitudes y comportamientos concretos que se manifiestan en nuestras buenas obras. La vida de hijos de Dios que vivimos se fortalece de modo especial cuando recibimos la santísima Eucaristía pues al recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor su misma vida por cada fibra de nuestro ser.
La purificación por la esperanza de la que nos habla el apóstol, podemos entenderla como aquel desapego a las criaturas como fuente de felicidad, recordemos, la esperanza en una virtud que Dios nos infunde en el alma el día de nuestro bautismo, y por ella
«anhelamos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo»
Catecismo de la Iglesia Católica n.1817
Por tanto si nuestra felicidad suprema está en Dios mismo, no hemos de poner nuestro corazón en las criaturas, sino buscarlas en la medida que ellas nos ayuden a llegar a la comunión de vida con el Creador. Por ello es que la esperanza nos purifica porque con la confianza puesta en Cristo nuestro corazón procura la felicidad siguiendo el recto orden de la razón iluminada por la fe bajo el influjo del Espíritu Santo.
La pregunta ahora es ¿estoy atento a ésta acción de Dios en mi vida? ¿me dejo purificar? O ¿de que me debería de purificar haciendo uso de la Esperanza?
«Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares (más luches), más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin.»
Santa Teresa de Jesús
Al final de cuentas el pecado es un desorden en el amor, que pone su centro en algo distinto de Dios, y la Carta nos dice que si permanecemos en Cristo no pecaremos, puesto que el que permanece en Él hace continuamente experiencia de su amor, que no es sólo un sentimiento sino que llega al punto de donarnos su propia vida, si realmente comprendieramos que tanto nos ha amado Dios, nunca pecaríamos, sin embargo, para auxiliar a nuestra debilidad el Señor instituyó el sacramento de la Reconciliación, al cual hemos de recurrir con frecuencia, para que arrepentidos por las faltas cometidas y recibiendo su gracia por la absolución dada por el sacerdote, podamos ir desterrando de nosotros todos estas cosas que nos alejan del verdadero amor.
El Señor nos pone todos los medios para vivir en comunión plena de vida con Él y en Él con nuestros hermanos, nunca hemos de olvidar que somos Iglesia, y que nuestra unión con Dios se manifiesta en la relación, con nuestros hermanos, comenzando por la familia (Iglesia doméstica) y extendiéndose hacia todas las realidades en que nos desenvolvemos.
«Todos los cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo del que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la confirmación, de tal manera que todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre y perciban con mayor plenitud el sentido auténtico de la vida humana y el vínculo universal de comunión entre los hombres»
Conc. Vaticano II, Ad gentes, n. 11
El testimonio de san Juan Bautista es para nosotros ocasión de alegría y esperanza puesto que nos descubre en Jesús aquel Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, es una invitación a caminar en el seguimiento de Aquel que es verdaderamente capaz de librarnos del pecado y llevarnos a vivir con plenitud la vida divina que corre en nuestro ser. En el Hijo aprendemos nosotros a ser hijos.
Hoy también celebramos la memoria del santísimo nombre de Jesús, movidos por la esperanza que el Niño nacido en Belén a traído en estos días a nuestras vidas, renovemos nuestro compromiso de vivir bajo ese Nombre ante el cual se dobla toda rodilla en cielo y en tierra y en el cual hemos sido salvados para así poder cantar con el salmo 8 «Señor, dueño nuestro, que admirable es tu nombre en toda la tierra»
Roguemos al Señor nos conceda la gracia de vivir como hombres de esperanza firme y serena en su Amor, como auténticos hijos de Dios.
Nota: la imagen es un fresco llamado «El triunfo del Nombre de Jesús» del Baciccio