Lunes – I semana del tiempo ordinario – Año par
1 S 1, 1-8; Sal 115; Mc 1, 14-20
Habiendo concluído el tiempo litúgico de la navidad, comenzamos ahora el tiempo ordinario, en este “no se celebra algún aspecto peculaiar del misterio de Cristo, sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos”* , meditando las lecturas de estos días somos similares a un peregrino que va recorriendo con Jesús los caminos de su vida pública, escuchando su palabra y siendo testigo de sus obras, como aquellas multitudes que lo siguieron hace más de dos mil años.
Nuestro punto partida en la primera lectura es la contemplación en el Antiguo Testamento del libro de Samuel, a lo largo de la semana nos encontraremos con la primera parte, en la cual vemos la vocación de Samuel, el robo del Arca y la instauración de la monarquía en Israel. El texto de hoy nos presenta la primera parte del drama de Ana, la futura madre del último de los jueces, una mujer que sufría a causa de la esterilidad y de las ofensas que la otra mujer de su marido le lanzaba (recordemos que en esta época aún en Israel se toleraba la practica de la poligamia que eventualmente desaprecerá) esta situación se repetía cada año y que la hacía entrar en una profunda tristeza, diríamos le hacía entrar en la muerte. La lectura concluye mostrandonos como Elcaná, su esposo, buscaba consolarla aunque no lo lograba, en este contexto se manifestará la acción misericordiosa de Dios, que no se olvida de los sufridos.
El Evangelio de este día, es una buena ocasión para comenzar con pie derecho este año, pues vemos a Jesús que viene a anunciar la llegada del reino de Dios y a invitar a los hombres a la conversión, las promesas del Antiguo Testamento encontrarán su realización en Cristo. Esta primeras palabras del Señor debería marcar cada uno de nuestros días, si el tiempo de ha cumplido y el Reino ha llegado, no podemos vivir de manera indiferente, más aún si nos llamamos cristianos, hemos de asumir esta llamada a la conversión como una actitud permanente y que se renueva continuamente, alejando de nuestras vidas todo aquello que quiera impedir el reinado de Jesús en nosotros y haciendonos cada vez más dóciles a la acción de su gracia, a modo tal que la gloria de Dios resplandezca en nuestras vidas. Hay quienes por dar un sentido más profundo a la palabra conversión la explican como un hacer penitencia, san Juan Pablo II, nos explica en que sentido penitencia y conversión se relacionan:
“Penitencia significa el cambio profundo de corazón bajo el influjo de la Palabra de Dios y en la perspectiva del Reino. Pero penitencia quiere también decir cambiar la vida en coherencia con el cambio de corazón, y en este sentido hacer penitencia se completa con dar frutos dignos de penitencia; toda la existencia se hace penitencia orientándose a un continuo caminar hacia lo mejor. Sin embargo, hacer penitencia es algo auténtico y eficaz sólo si se traduce en actos y gestos de penitencia. En este sentido, penitencia significa (…) el esfuerzo concreto y cotidiano del hombre, sostenido por la gracia de Dios, para perder la propia vida por Cristo como único modo de ganarla; para despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo; para superar en sí mismo lo que es carnal, a fin de que prevalezca lo que es espiritual; para elevarse continuamente de las cosas de abajo a las de arriba donde está Cristo”
Reconciliación y penitencia, 4
Nos hemos de convertir ciertamente de todo pecado y también hemos de alejarnos de todas aquellas situaciones que nos pongan en ocasión de pecar.
Alejarnos de todo aquello que es contrario al plan de Dios que nos ha sido revelado en Jesucristo y transmitido por la Iglesia a través de los siglos llevará sin duda a persecuciones, y no hemos de pensar solo en el medio oriente, ¿cuántas personas sufren hoy por luchar por el derecho a la vida o defender a la familia? ¿cuántos jóvenes quieren llevar un noviazgo cristiano pero se ven bombardeados por la presión de los medios de comunicación que les inducen a la fornicación o la convivencia fuera del matrimonio? ¿cuántos jóvenes sufren a causa de la presión de la cultura del «experimento» luego «soy» cayendo en una vida sentimentalista? ¿cuántos pobres se ven obligados a trabajar horarios desproporcionados para poder sustentarse no permitiéndoles tener tiempo para su familia y vivir una vida de fe como desearían? ¿cuantos creyendo decir «las verdades» a los demás, especialmente si buscan vivir cristianamente, terminan exasperandolos, faltando a la caridad, y terminan desanimandolos en la búsqueda del bien que viene de Cristo? Y así se pueden mencionar muchos casos. En estas ocasiones hemos de recordar el «Bienaventurados cuando los injurien, los persigan y, mintiendo, digan contra ustedes todo tipo de maldad por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en el cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas de antes de ustedes» (Mt 5, 11-12).
Y ojalá no seamos nosotros los perseguidores, ya que también podríamos caer en ese error. Eso no pasa solo si vivimos mal y queremos que los demás digan que está bien, pasa también cuando caemos en la «buenitis» un enfermedad del espíritu por la cual nos creemos buenos por excelencia y nos ponemos como la medida de todas las cosas olvidandonos de la humildad, la caridad y la misericordia.
Junto con los primeros discípulos encaminemos hoy para ir detrás de Jesús, abandonando nuestras redes, abandonando nuestras seguridades terrenas para ponerla en el Único que es capaz de asegurar la vida verdadera, siendo colaboradores de su anuncio. Nunca desanimandonos nos obstante nuestras debilidades, antes bien, encontrando en ellas la ocasión para que se manifieste el amor y el poder de Dios en nuestras vidas, santa Teresa de Lisieux nos recuerda constantemente este camino de la infancia espiritual de aquel que reconociendose pequeño es capaz de dejarse llevar por Aquel que es más grande, puesto que nuestra miseria atrae a su amor misericordioso.
«Lo deja todo el que no guarda nada para sí. Lo deja todo el que, sin reservarse nada para sí, abandona lo poco que posee. Nosotros, por el contrario, nos quedamos atados a lo que tenemos, y buscamos ávidamente lo que no tenemos. Pedro y Andrés pues, abandonaron mucho al renunciar los dos al mero deseo de poseer. Abandonaron mucho puesto que, renunciando a sus bienes, renunciaron también a sus ambiciones.
Así pues, al seguir al Señor renunciaron a todo lo que hubieran podido desear si no le hubiesen seguido. Que nadie, pues, incluso el que ve que algunos han renunciado a grandes riquezas, no diga para sí mismo: «Mucho quisiera yo imitarles en su menosprecio de este mundo, pero no he dejado nada ». Abandonáis mucho, hermanos míos, si renunciáis a los deseos terrestres. Y el Señor se contenta con nuestros bienes exteriores, por mínimos que sean. Porque, en efecto, lo que él aprecia es el corazón y no los bienes; pone más atención en las disposiciones que acompañan a la ofrenda que le hacemos, que a la misma ofrenda.
Porque si tenemos en cuenta los bienes exteriores, vemos que nuestros santos comerciantes han pagado con sus redes y sus barcas la vida eterna que es la de los ángeles. El Reino de Dios no tiene precio: y sin embargo sólo vale lo que tenéis.»
San Gregorio Magno, In kephas, n.1
Cuántas redes y barcas hemos de abandonar si queremos seguir plenamente a Cristo, hoy en día corrientes culturales como el relativismo nos hacen ciegos a esta realidad, por querer hacer una religión al propio modo, no sólo se anula el valor que tiene la abnegación por el miedo al sufrimiento que puede conllevar el esforzarse, sino que se presenta el «YO no creo que sea asi» como una atarraya en el cual cualquier principio de vida cristiana puede envolverse y sustraerse.
En este día meditemos podríamos renovar nuestro compromiso de vivir con un corazón que tiene por centro a Cristo, y que no antepone nada su Palabra. Sería también una ocasión propicia para examinar nuestra vida y proponernos medios concretos para poder acercarnos cada vez más a Él, para poder vivir cada vez más unidos a Él, según nuestro propio estado de vida, incluso bajo la guía de un Padre espiritual, podríamos trazarnos un plan de vida para este nuevo año que comienza.
Importancia de tener un padre espiritual: Tener un sacerdote que nos conozca y oriente es conveniente, para que nos ilumine sobre como unirnos más a Cristo, y sobre todo es fundamental cuando tenemos dudas o pasamos situaciones dificiles, para poder pasarlas no fiandonos en nuestras propias capacidades (no sea que caigamos) sino en el auxilio de Dios que nos ha dejado medios ordinarios para manifestarse.
Nota: Imagen es «La vocación de los primeros apóstoles» de Domenico Ghirlandaio
*De las normas universales sobre el Año litúrgico y sobre el calendario