Un Corazón que se regocija en el Señor

Martes – I semana tiempor ordinario – Año par

1 S 1, 9-20; Salmo: 1 S 2, 1-8; +Mc 1, 21-28

Hoy se nos presenta la segunda parte de la historia de Ana, en ella, esta mujer se nos propone como modelo de oración, no obstante las incomprensiones y los maltratos sufridos, ella no reniega de Dios, antes bien busca en Él la solución al problema que le aqueja, con humildad y lágrimas se acerca para elevar su oración ante Aquel que ve los corazones de los hombres, y con entera libertad dirige sus palabras, palabras silenciosas pero que van de lo profundo del corazón. Dios ciertamente no es indiferente ante la historia que cada uno de nosotros vive, el obra en ella si le dejamos para dar fruto y que el fruto sea en abundancia, que el hombre sufra ciertamente no era el plan original de Dios para el hombre, estos vinieron como consecuencia del pecado, no obstante esto, el Señor no nos abandona, y de esas situaciones negativas, es capaz de sacar bienes aún mayores, san Pablo dirá que “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia”, incluso el Señor nos mostrará su gloria y poder, no eliminando de la historia presente del hombre el sufrimiento, sino que sirviéndose de él vence las fuerzas del mal con la muerte de Jesucristo en la cruz.

El sufrimiento de Ana, preparó su corazón para un acto sumamento heroico, habiendo pedido un hijo al Señor, no lo retuvo para sí, antes bien consagrándolo al Señor lo restituye a Él. Con este Ana nos muestra que su esperanza no estaba puesta en el don que recibía sino en el Señor que se lo daba, y a la vez se nos manifiesta la gran bondad de Dios, que no pudiéndole dar nosotros nada que Él no posea ya, recibe con agrado aquello que el mismo nos da. ¡Que libertad la de Ana!¡Qué confianza en Dios! ¡Que gran bendición la que el Señor le otorga! No es extraño entonces cómo ella prorrumpe en un canto de alegría que escuchamos en el salmo de hoy.

“Observa la piedad de la mujer. No dice ‘si me das trs hijos, te doy dos, si me das dos, te doy uno’ sino ‘si medas solamente uno, consagraré a ti el fruto entero’. ‘Y no beverá vino ni ninguna bebida embriagante’. No ha recibido aún el hijo y ya plasma un profeta, habal de su educación y hace un pacto con Dios. Oh libertad de una mujer! Desde el momento que etnonces no podía restituir el prestamo, por no haberlo recibido todavía, paga con aquello que habría recibido en el futuro. Y Como muchos agricultores, viviendo en extrema pobreza y no teninendo dinero con que comprar una oveja o un ternero, lo toman al credito de sus patronos, asegurando de pagarlos con los frutos que obtendrá, así hizo ella, hizo aún mucho más. No toma de Dios el hijo a credito, sino a condición de restituirselo de nuevo todo entero e de recoger como frutos la educación del hijo. Valoró de hecho que fuese una recompensa suficiente dedicar las propias fatigas al sacerdote de Dios”

San Juan Crisóstomo, Homilías sobre Ana, 1, 6.

El santo Evangelio nos expresa como esta misericordia de Dios que viene en auxilio del hombre se realiza en Nuestro Señor Jesucristo. Sus palabras y obras causan estupor en la gente, no tanto por lo elaborados que son sino por la autoridad con que habla y actúa. No se presenta como un interprete de Dios haciendo recurso a otros rabinos o maestros, sino que anuncia su propia palabra, que es la Palabra de Dios. No expulsa al demonio invocando otra autoridad sino manifestando la propia.

Nos es conveniente ver la reacción de la gente ante el paso de Jesús, se sorprende, a veces nos puede suceder que nosotros perdemos esa capacidad de dejarnos sorprender o interpelar por su palabra, podemos llegar a “acostumbrarnos” a ella, pensar “ya lo he escuchado” o el famoso “yo sé que tengo que hacer”, o incluso podemos recurrir a la palabra del Señor para justificar nuestros malos comportamientos haciendo de ella un mecanismo de defensa de nuestros antojos, en síntesis podemos llegar a hacernos incluso indiferentes.

Ver como reaccionaba la gente ante esta Buena Noticia de Jesús que llamaba a la conversión nos servirá para interpelarnos sobre nuestras actitudes ante las enseñanza de nuestro Divino Maestro, sea que la encontremos en la Sagrada Escritura, en la Sagrada Liturgia, en el Magisterio de la Iglesia, en la Tradición, etc. ¿cuándo me corrige sofoco la incomodidad y me dejo llevar por la indiferencia? ¿Cuándo me ánima a cumplir una obra buena, la pongo por acto con medios concretos o me quedo sólo en la emoción? ¿me acerco a Él con confianza en la oración? ¿guardo la debida reverencia ante Aquel que es Señor del Universo? Y así podríamos continuar, quizás por estos peligros a los que nos podemos acostumbrar es que el Papa Francisco tantas veces nos invita a dejarnos sorprender por el Señor

“«La gente estaba asombrada por su enseñanza.» ¿Qué tenía, pues, de tan original eso que enseñaba? ¿Qué decía que fuera tan novedoso? No hacía otra cosa que volver a repetir lo que ya había declarado por la voz de los profetas. Pero la gente estaba admirada porque no enseñaba siguiendo el método de los escribas. Enseñaba de forma que mostraba que era él mismo quien poseía autoridad; no como rabino, sino como Señor. No hablaba refiriéndose a uno mayor que él. No, la palabra que decía era suya; y si, a fin de cuentas, tenía este lenguaje de autoridad, es porque afirmaba como presente a Aquel del cual había hablado a través de los profetas: «¡Yo, el que os hablaba, aquí me tenéis!» (Is 52,6).”

San Jerónimo, Sobre el Evangelio de san Marcos.

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de un corazón humilde para poder hablar con el el lenguaje del amor, de corazón a Corazón, y así expresarle nuestras súplicas con las mejores disposiciones posibles tal y como lo hizo Ana, confiando en que el tiene la autoridad para hacer cosas incluso más grandes que aquello que nosotros podemos creer necesitar.