Es eterna su Misericordia

Sábado – III semana del tiempo ordinario- Año Par

2S 12, 1-7.10-17; Sal 50; +Mc 4, 35-41

El pecado de David no permanece en lo oculto sino que viene puesto a la luz por la intervención del profeta Natán, el rey de Israel había abusado al tomar a la mujer de Urías cometiendo adulterio y luego mandó a la muerte a ese hombre inocente para encubrir el pecado y el embarazo que surgió como consecuencia.

El pecado de David fue grave, y hace ver como al pecar se va contra Dios que viene ofendido porque se quebranta su ley, se obra contrariamente a la voluntad de amor que en ella venía expresada, y se va contra el prójimo, pues Urías y su mujer sufren a causa del abuso de poder del rey. Podríamos decir a la luz de la revelación de Jesucristo que cuando se peca no sólo se hace un desprecio a Aquél que dio su vida por nosotros en la cruz, sino también se hiere a la Iglesia, su Cuerpo místico, conformado por todos los bautizados, sea porque se va directamente contra el prójimo y/o contra sí mismo.

Pero ante esto que se presenta como un panorama sombrío, la misma lectura nos hace ver la grandeza de Dios, porque ante el reconocimiento de su pecado, David, es perdonado. De nuevo quien brilla aquí es el Señor, que se muestra rico en misericordia, la penitencia de David será una expresión del reconocimiento de la misma.

David deberá hacerse responsable de las consecuencias de su falta, pero por su arrepentimiento volverá a gozar del favor del Señor. La falta del rey no trunca el plan de Dios para su Pueblo, pues del matrimonio de David y Bestabé nacerá Salomón sucesor de David. Así también se evidencia como el Señor es fiel a su palabra porque había prometido que el trono no se alejaría de su desdencia.

«A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor gratuito. E Israel comprendió, gracias a sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo y de perdonarle su infidelidad y sus pecados»

Catecismo de la Iglesia Católica, n. 218.

La misericordia de Dios es más grande que el mal que podamos cometer, no importa que tan grande nos parezca muchas veces nuestro pecado el Señor nos sana si volvemos a Él con un corazón contrito y humillado, y no obstante el mal cometido, confiemos en que el Señor es capaz de transformar esa situación negativa en algo positivo, lo cual será expresión de su Amor.

Recordemos, de David dijo ser un hombre según su corazón, no porque careciera de debilidades, sino porque en medio de ellas siempre se supo acoger al que era más fuerte, siempre supo volver al Señor.

No hay fuerza más grande que la Suya, y nos lo nuestra Jesús con sus apóstoles calmando la tempestad. Si el viento y el mar a su voz se detienen, cuanto más las agitaciones que pueden turbar nuestro corazón.

«¿Has escuchado un insulto? Es el viento. ¿Te has irritado? Es el oleaje. Cuando el viento sopla y se encrespa el oleaje, zozobra la nave, zozobra tu corazón, fluctúa tu corazón. Nada más escuchar el insulto, te vienen ganas de vengarte: si te vengas, cediendo al mal ajeno, padeciste naufragio. Y esto, ¿por qué? Porque Cristo duerme en ti. ¿Qué quiere decir que Cristo duerme en ti? Que te has olvidado de Cristo. Despierta, pues, a Cristo, acuérdate de Cristo, vele en ti Cristo; piensa en él. ¿Qué es lo que pretendías? Vengarte. Se apartó de ti, pues él mientras era crucificado, dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

El que dormía en tu corazón, no quiso vengarse. Despiértale, piensa en él. Su recuerdo es su palabra; su recuerdo es su voz de mando…Y lo que acabo de decir de la iracundia, tomadlo como norma en todas vuestras tentaciones. Nace la tentación: es el viento; te alteras: es el oleaje. Despierta a Cristo, que hable contigo.»

San Agustín, sermón 43

Por eso llenos de confianza volvamos siempre al Señor, no obstante nuestra debilidades, porque el será siempre capaz de robustecernos através del sacramento de la Reconciliación. Su misericordia es siempre más grande que nuestro pecado.

Nota: imagen de Howard Lyon, «From fear to faith»