*Tomado del libro de las Tres Edades de la vida interior del P. Reginald Garrigou-Lagrange O.P. – Capítulo sobre el «Naturalismo práctico y la mortificación cristiana»
Bajo otra nueva capa, el-naturalismo práctico hizo, su aparición entre los quiestas, en. la época de Molinos, en-el siglo xvii. Fué un naturalismo, no, de acción, como en el americanismo, sino de inacción. Pretendía -Molinos que «querer obrar es una ofensa a Dios, que quiere obrar, solo, en nosotros». Dejando de obrar, sostenía, .el alma se aniquila y vuelve a su principio; y pn este, estado,’ Dios sólo vive y reina en ella. Así se llega al naturalismo práctico por un camino contrario • al del americanismo, que exalta la actividad natural.
Molinos deducía de su principio que el alma po debe realizar actos de conocimiento o de amor de Dios; ni pensar ya en el cielo, o en, el infierno, ni reflexionar sobre sus actos, ni sobre sus defectos; el examen de conciencia quedaba así suprimido. Añadía Molinos que tampoco debe el alma desear su propia perfección, ni la salvación; ni pedir a Dios cosa’ alguna determinada, sino que se ha de abandonar a él, para que haga en ella, sin ella, su divina voluntad.
Y decía, en fin: «El alma no tiene necesidad de resistir positivamente a las tentaciones, de las que se ha de desentender; la cruz voluntaria de la mortificación es una carga pesada e inútil, de la cual nos hemos de desembarazar». Recomendaba permanecer, en la oración, en una fe oscura, en un reposo en el que se debe olvidar todo pensamiento preciso, relativo a la humanidad de Jesús, o aun a las perfecciones divinas, a la SSma. Trinidad; y permanecer en esta quietud sin producir acto alguno. «En eso consiste», decía, «la contemplación adquirida, en la cual es preciso permanecer toda la vida, si Dios no levanta a la contemplación
infusa» En realidad, esta contemplación, así adquirida por cesación de todo acto, no era otra cosa que una piadosa somnolencia, más somnolencia que piadosa, de la que ciertos quietistas nunca querían salir, ni aun para arrodillarse en la elevación durante la misa. Así permanecían en su pretendida unión con Dios, que confundían con una augusta forma de la nada. Tal estado hace pensar más en el nirvana de los budistas que en la unión transformante y comunicativa de los santos.
Por ahí se echa de ver que la contemplación adquirida, que Molinos aconsejaba a todos, era una pasividad, no ya infusa, sino adquirida voluntariamente mediante la cesación de toda actividad. El mismo atribuía a esta pretendida contemplación adquirida cosas que no son verdad sino de la infusa, y suprimía de un plumazo toda la ascética y la práctica de las virtudes, considerada por la tradición como la verdadera disposición para la contemplación infusa y la unión con Dios. También pretendía que «la distinción de las tres vías: purgativa, iluminativa y unitiva, es el mayor absurdo que se haya dicho en mística; ya que, explicaba, sólo hay un camino para todos por igual, el camino interior».
Tal supresión de la mortificación conducía a los más profundos desórdenes, hasta llegar a decir Molinos que las tentaciones del demonio son siempre útiles, aun cuando nos arrastren a actos deshonestos; y que ni aun en ese caso es preciso hacer actos de las virtudes contrarias, mas hay que resignarse, ya que tales cosas nos revelaban nuestra nada y pobreza. Sólo que Molinos, en lugar de llegar por ahí al menosprecio de sí mismo por el reconocimiento de la propia culpabilidad, pretendía llegar a la impecabilidad y a la muerte mística; singular impecabilidad que se consiliaba con todos los desórdenes.
Tan lamentable doctrina es una caricatura de la mística tradicional, que queda así- radicalmente falseada en todos sus principios. Y con pretexto de evitar la actividad natural que el naturalismo de acción exalta, degenera aquí en el naturalismo práctico de la pereza y • de la inacción. Era, por otro camino, la supresión de la ascética, del ejercicio de las virtudes y de la mortificación.
Los errores del quietismo demuestran que es posible el naturalismo práctico de aquellos que han perdido la vida interior y el otro, bien distinto, de los que nunca la han poseído. En el extremo opuesto del naturalismo práctico, se encuentra a veces, aunque es cosa rara, la orgullosa austeridad de un falso sobrenaturalismo, según se pudo echar de ver en el jansenismo, y, antes, en diversas manifestaciones de fanatismo, como entre los montanistas del siglo II y entre los flagelantes del XII. Todas estas sectas pierden de vista el espíritu de la mortificación cristiana, que no es soberbia, sino amor de Dios.
En el siglo XVII, los jansenistas cayeron en un pesimismo que es una alteración de la idea cristiana de la penitencia. Exageraban, como los primitivos protestantes, las consecuencias del pecado original, hasta el extremo de decir que el hombre no conserva ya el libre albedrío, la libertad de indiferencia, sino solamente la espontaneidad: y que todos los actos de los infieles son pecado. Enseñaban que «el hombre, durante toda su vida, debe hacer penitencia por el pecado original». En consecuencia, retenían a las almas, toda la vida, en la vía purgativa, y las alejaban de la comunión, con achaque de que no somos dignos de unión tan íntima con Nuestro Señor; sólo podrían ser admitidos a ella, aquellos que tienen un purísimo amor de Dios, sin límites ni mezcla
Olvidaban que tal amor es precisamente el efecto de la comunión, cuando ésta va acompañada de la lucha generosa contra lo que hay en nosotros de desordenado. El jansenismo jamás llegó a la libertad interior y a la paz. Preciso es, en ésta, como en otras cuestiones, evitar dos errores opuestos entre sí: el naturalismo práctico y la orgullosa austeridad. La verdad se encuentra entre esos dos extremos y muy por encima de ellos, como una cumbre. Así se echa de ver con toda evidencia, si se considera, por una parte, la elevación de nuestro fin último y de la caridad, y, por otra, la gravedad del pecado mortal y sus consecuencias.
Anterior: Sobre la Mortificación – Parte I
Siguiente: Sobre la Mortificación – Parte III