Hablando del ayuno…

Viernes después de ceniza

En este día la Sagrada Liturgia nos recuerda la práctica del ayuno, en modo particular las disposiciones que deben acompañar está práctica y que son aplicables a cualquier forma de mortificación corporal. Así hablando del ayuno podemos hablar de la práctica de la penitencia en la vida cristiana.

La mortificación corporal nos ayuda a ordenar las tendencias de nuestros sentidos, en modo tal que sean dirigidos por la razón iluminada por la fe, es decir que el motivo porque el los practicamos es en primer lugar Dios, en cuanto que buscamos eliminar los obstáculos que nos impiden unirnos plena y perfectamente a Él, en otras palabras se trata de sacar de nuestra vida aquello que se interpone entre nosotros y su amor. Se trata de entrar en un proceso de conversión, es decir de volvernos a Él, de no anteponer nada a Él. La penitencia así se vuelve medicina que nos ayuda corregir nuestras tendencias desordenadas.

Este proceso de purificación y unión con el Señor, conlleva entonces también la solidaridad fraterna, puesto que al liberarnos de nuestras tendencias egoístas somos capaces de ampliar la mirada, y nos aprendemos a ama aquello que Él ama, y Él ama sin duda a todos los hombres por quienes se encarnaría en el seno de Santa María Virgen para luego dar su vida en el madero De la Cruz..

De esto deriva otra situación, las prácticas penitenciales y en general toda práctica de piedad son obra de la virtud de la religión por la cual buscamos tributamos dar a Dios lo que le es debido, por ello decimos en este sentido que deriva de la virtud de la justicia, pero ¿cómo será justo alguien si sólo da a unos lo que les corresponde y a otros no? De ahí que el justo verdadero es aquel que da a Dios y al prójimo aquello que es debido.

La penitencia corporal por tanto va acompañado por la obras de misericordia, de hecho en ellas se ve su fruto. Santa Teresa insistía a sus monjas hablando acerca de la oración: «obras quiere el Señor». Porque como existe el peligro del ensimismamiento en la práctica de una oración que busca meras consolaciones interiores, existe ese mismo peligro en un practica penitencial meramente externa y que no se detiene en la consideración del hermano.

Al mortificarnos recordamos que hemos sido creados para algo más grande que los afanes terrenos, que gozamos ya de una vida divina que está llamada a crecer hasta llegar a su plenitud en el cielo cuando contemplemos a Dios cara a cara.

Y el desarrollo de esta vida se produce a través de la práctica de las virtudes y de la solidaridad fraterna, que lleva a ver compartir los bienes que gozamos, puesto que mi bien es también el bien de mi hermano, y su bien también es el mío, puesto que somos uno en Cristo.

Por su parte el santo Evangelio nos recuerda que Cristo ha de pasar por la muerte en cruz, es lo que quiere decir cuando dice que «el esposo será arrebatado». Anuncia nuevamente su Pasión redentora, esta vez de un modo indirecto, pero igualmente eficaz.

De hecho, hablar del Cristo esposo, nos debe llevar a considerar a su esposa, la Iglesia, con la cual es uno, esto nos recuerda la otra dimensión de la mortificación, que es unirnos a los sufrimientos de Jesús, compartir su destino, colaborando así con Él a la salvación del mundo. Las prácticas penitenciales también tienen este sentido que San Pablo nos recordará, completar lo que falta en nosotros a la pasión del Señor.

Roguemos al Señor nos conceda la gracia en este día de saber vivir las prácticas penitenciales de la santa Cuaresma para poder ordenar nuestras vidas conforme a la voluntad De Dios, uniendo los sufrimientos que podamos pasar a la cruz de Cristo colaborando con nuestro amado en la obra de la salvación

IMG: «Las 7 obras corporales de misericordia» de Caravaggio

Lecturas:

Is 58, 1-9. Este es el ayuno que yo quiero
Sal 50. Un corazón quebrantado y humillado, oh Dios, Tú no lo desprecias
Mt 9, 14-15. Cuando les esa arrebatado el esposo entonces ayunarán