Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor

La Sagrada Liturgia en este día de cuaresma nos invita a poner la mirada en nuestro corazón y sus tendencias, es decir en donde están puestos nuestros afectos.

Ya el profeta Jeremías y el salmo nos advierten el destino del hombre justo y el del hombre impío, el primero es aquel que confía en el Señor, el segundo es el que se fia de sí mismo y de lo que logra (el hombre que confía en el hombre lo podríamos leer en estas categoría). Así el hombre que se pone bajo el amparo del Señor termina bien, el impío que se aleja de la voluntad de Dios termina mal. El primero lleva una vida resplandeciente y fecunda aún en tiempos contrarios, el segundo al no tener un fundamento profundo es como árbol enfermo que se seca poco a poco.

En este marco podemos también entender rectamente la enseñanza de Jesús sobre el rico Epulón y Lázaro. El rico no se condena por su riqueza, ni el pobre se salva por su pobreza, sino por el modo en que se utilizó aquella situación en la que vivieron. Particularmente la historia pone su acento en el uso egoísta que el rico hizo de sus bienes, de hecho se evidencia que ni siquiera veía ni se compadecía ante la necesidad del mendigo, es esta cerrazón, este afecto desmedido por los bienes lo que le llevo incluso a la insensibilidad e indiferencia frente al pobre que tenía a la puerte y que poco a poco lo condujo a la perdición.

La pobreza entendida positivamente desde el punto de vista del evangelio, no es la mera carencia de bienes materiales, sino la capacidad que se tiene de ser tan vacío de sí de dar lugar al amor de Dios, es el hombre cuyos pensamientos, afectos y obras están están desapegados de toda criaturas y fijos en lo único necesario. Sólo el amor infinito que fluye del Corazón de Cristo puede llenar el vacío infinito que el hombre lleno sólo de bienes materiales y sus propios proyectos experimenta en su corazón, aquel que tiene como unica riqueza la tierra eventualmente entra en la muerte quedando estéril, es decir es incapaz de producir vida.

En el fondo, un corazón con intenciones torcidas llevará a una vida semejante, la gula con la que se asocia el banquetear como se dice que hacía el rico, es reflejo de una voluntad deformada, de un corazón que no sabe amar, es reflejo de una interioridad vacía que busca a toda cosa llenarse por llenarse, y no buscando lo que de verdad le alimentará. La gula, que indica la relación desordenada con la comida y bebida, se manifiesta de tres maneras: en la voracidad al comer, en el comer fuera de horario y en la rebúsqueda exquisiteses, cambiando lo que hay que cambiar el goloso espiritual mete dentro de su corazón cualquier cosa de modo desmedido, fuera del tiempo preciso o tan centrado en pequeñeces para terminar finalmente insatisfecho. Porque paradójicamente, el que busca llenarse según sus propios criterios y no los de Dios, cuando quiera venir a cambiar habrá de aprender a vaciarse primero de sí mismo para llenarse de Él.

Hemos dicho ya que la pobreza entendida positivamente desde el punto de vista del evangelio, no es la mera carencia de bienes materiales, sino la capacidad que se tiene de ser tan vacío de sí de dar lugar al amor de Dios. Es la capacidad de abrirse al don del otro. Es el reconocerse necesitado. Es aquel que descubre un deseo de infinito en su corazón que sólo el amor infinito que fluye del Corazón de Cristo puede llenar. Probarse en los bienes, dar limosna o atender a un enfermo puede ser un ejercicio de pobreza material voluntaria que nos lleve a adquirir estas disposiciones, de hecho las dificultades económicas propias de nuestra sociedad pueden ser aprovechadas en este sentido a la luz de la pobreza de Cristo, sin embargo esto no exime del deber de buscar iluminar y transformar la realidad que tenemos a nuestro alrededor socorriendo al pobre y afligido.

San Agustín reflexionando acerca de la relación del hombre con la riqueza y meditando en la gran cantidad de bienes que dice la Escritura poseía Abrahán, descubrirá en el padre de la fe, el modo de relacionarse con los bienes, dirá:

“No tema las riquezas, sino el vicio; no tema la abundancia, sino la avaricia; no tema la posesión, sino la ambición. Posea como Abrahán, pero posea al mismo tiempo la fe; tenga, posea, no sea poseído”

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de un corazón sano que anhele aquello que de verdad vale la vida, su Amor, y que la sed de éste nos lleve a ver en nuestro hermano necesitado el rostro de Cristo sufriente que nos invita a amar a través de actitudes y gestos concretos.

Jueves – II semana de Cuaresma

Jer 17, 5-10; Sal 1; +Lc 16, 19-31