Domingo de Ramos
Comenzamos la semana santa, la semana mayor, la semana en que conmemoramos en la Sagrada Liturgia la victoria de Jesucristo sobre el pecado y la muerte.
Recordamos, celebramos y nos unimos al gran evento salvador de nuestro Rey y Señor. Él no es como los reyes de este mundo, no llega en grandes corceles galopantes e imponentes, sino montando un burrito sencillo, no tiene un cetro de poder en su mano, sino dos clavos; no se sienta en un trono sumamente decorado, sino que es exaltado en el leño de una cruz; no usa vestidos vistosos ni se adorna con piedras preciosas, sino que lleva solo la piel de su humanidad, piel desgarrada por la brutalidad de sus enemigo; ni usa en su cabeza una corona hecha de oro sino de espinas.
De ese modo nuestro Rey se ha puesto en el frente de batallas para combatir por nosotros, de ese modo ha vencido en la Cruz, de ese modo libre y voluntariamente a donado su vida para que nosotros pudieramos vivir, de ese modo ha triunfado el amor.
Esta semana estamos por hacer nuevo presente el cumplimiento de las promesas hechas desde antiguo a nuestros primeros padres, el cumplimiento de las profecías, la llegada de lo que tantos hombres de buena voluntad habían anhelado.
Dispongámonos pues a ser testigos y testimonio de aquel gran acontecimiento de la historia de la salvación en la que hemos sido insertados por el bautismo, abramos nuestro corazón a la gracia para que al contemplar los misterios de nuestra redención retomemos nuevas fuerzas y ánimo para vivir la vida de gracia, la vida eterna, la vida de Cristo que nos ha sido dada por su pasión, muerte y resurrección.
Nota: imagen es un fresco de Pietro Lorenzetti en Assisi