Lunes santo
Se dice que la mansedumbre es la virtud de los fuertes y a través de los canticos del Siervo Sufriente parece que se nos presenta la oportunidad para meditar este aspecto del Corazón de Jesús, pues el mismo lo dijo «aprended de mí que soy manso y humilde corazón »
Es precioso ver como a lo largo de la historia de la Iglesia, no obstante los múltiples estudios exegéticos que se hacen acerca de estos textos del libro de Isaías, la tradición ha codificado en la Sagrada Liturgia una lectura cristológica de estos escritos.
Es decir, ver en el Siervo sufriente al mismo Cristo. En este primer cántico vemos las características propias de la mansedumbre de su Corazón bendito, la suavidad y firmeza de su amor.
Aquel que es realmente fuerte no se impone por la violencia ni oprime con la amenaza y sin embargo su virtud se deja reconocer. Su actuar es tal que no se excede en el uso de sus energías, pero tampoco se deja llevar por la pusilanimidad, se deja guiar por la prudencia, haciendo lo justo en el momento justo.
Si ha esto le agregamos el reinado de la caridad que ha sido infundida en el alma en gracia, podremos ver como el manso, por la fuerza del amor sabe llevar dulce, suave y firmemente a la fuente misma desde donde éste procede.
Y ¿quien es el manso por excelencia sino el Hijo de Dios? ¿quien es más fuerte que Aquél que en la agonía de su Pasión y por su muerte gloriosa en la Cruz ha vencido al pecado y la muerte? Realmente de Él se puede decir «¿Quién como Dios? » Por ello Él establecerá la Nueva Alianza basada no ya en el cumplimiento de la Ley sino en la correspondencia del Amor.
Y como todo lo que Jesús es por naturaleza nosotros lo participamos por gracia, somos llamados hacer brillar también esta virtud de la mansedumbre que se mueve y actúa por la fuerza del Amor, dejando que el amor del Corazón de Cristo fluya en nuestros corazones, para que los abrase con la fuego de su Espíritu y pueda difundirse también a nuestros hermanos.
Ese amor es el mismo que llevo a María a querer honrar a Jesús con el perfume que derramó sobre sus pies, fue el que hizo brotar de ella esa gran generosidad hacia el Divino Maestro, y que puso en evidencia la avaricia del que había de traicionarlo.
De hecho, Jesús no se detiene en el reclamo de la limosna, que ya en otra ocasión había reconocido como gran gesto de caridad y justicia hacia el pobre, sino que reclama como bajo una falsa preocupación por los pobres se escondía la poca generosidad de un corazón que no le daba el honor debido.
Y le sirve de ocasión para corregir al que se estaba desviando, a la vez que anunciaba su inminente pasión.
En este lunes santo, dispongamos nuestro corazón al amor manso del Corazón de Cristo, y procuremos vivir bajo esa virtud tan excelsa que revela la fortaleza de los hijos de Dios, y que les abre a la generosidad de dar a su Señor el honor que le es debido.