María santísima y nuestra santificación

Durante el mes de mayo me dedicaré a postear artículos referentes al rol de la Bienaventurada Virgen María en el desarrollo de la vida espiritual del cristiano explicaré en modo sintético cuáles son los fundamentos de la relación de María Santísima con los demás miembros de la Iglesia, y en qué sentido ella influye en el proceso de santificación de los mismos. El punto de partida, será la consideración de su Maternidad Divina y espiritual, de donde brota todo don, prerrogativa y misión que le fuese dada, así como su cooperación a la redención de la humanidad por su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

En un segundo momento se explica cómo influye en la vida del creyente, sea por su rol de intercesora, por el cual obtiene al cristiano todo tipo de gracias según el don de Dios, sea por su ejemplaridad, es decir su vida como modelo de santidad que el Señor ha dado a los cristianos. Concluyendo con una presentación de la Consagración mariana como un modo en el que se concretiza la relación entre María y el cristiano.

María, nuestra Buena Madre

El punto de partida para entender cual es el papel de la Bienaventurada Virgen María en el desarrollo de la vida interior del cristiano, es decir en su proceso de santificación, es comprender que como Madre del Salvador tuvo un papel activo en la historia de la salvación “Dios Hijo se ha hecho hombre para nuestra salvación, pero en María y por María. Dios Espíritu Santo formó a Jesucristo en María, pero después de haberle pedido su consenitmiento por medio de uno de los primeros ministros de su corte”[1]. Por ende también tiene un rol activo en la salvación de cada uno de aquellos que participan de la salvación dada por Cristo, así como en su perfeccionamiento según el plan de Dios.

“Jesucristo vino al mundo per medio de la Virgen María, y por medio de ella debe también reinar en el mundo”[2]. Se establece un principio de consorcio en virtud del cual el Verbo encarnado asocia a la Virgen María a toda su misión redentora y santificadora[3]

Así para el cristiano ella es el camino más corto y seguro al Padre en cuanto que es la vía que se eligió desde la eternidad para enviar a su Hijo unigénito como reconciliador entre Dios y los hombres[4], por ello se dice que recurrir a ella es “algo básico y fundamental en nuestra vida cristiana”[5] y aunque su rol no es de necesidad absoluta es lo que ha dispuesto Él[6], es decir no se trata de hipótesis o supuestos sino de la realidad. «Error sería querer llegar a Nuestro Señor sin pasar por María a quien la Iglesia llama, en una fiesta especial, Mediadora de todas las gracias»[7]. Por ello cuando afirmamos que la santificación de los hombres es voluntad de Dios y para ello no es necesaria su gracia, al ver como ella nos es donada en Cristo, también encontramos que pasa por medio de María[8]

Así la lógica del proceso de santificación queda del modo siguiente: «Para subir y unirse a Él [Dios] preciso es valerse del mismo medio de que Él se valió para descender a nosotros, para hacerse hombre y comunicarnos sus gracias; y ese medio tiene un nombre dulcísimo: María»[9]

Ello no desdice la sentencia de san Pablo que afirma “…Dios es uno, y único también el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús” (1 Tim 2, 5), antes bien la mediación de María, tiene su causa en la de Cristo, por eso decimos que la mediación mariana es secundaria y asociaciada a la de su Hijo. María santísima es mediadora universal por dos motivos: «1° por haber ella cooperado por la satisfacción y los méritos al sacrificio de la Cruz; 2°, porque no cesa de interceder en favor nuestro y de obtenernos y distribuirnos todas las gracias que recibimos del cielo. Tal es la doble mediación, ascendente y descendente» [10]

[1] L. M. Grignon de Monfort, Tratado de la verdadera devoción, 16.

[2] L. M. Grignon de Monfort, Tratado de la verdadera devoción, 1.

[3] Cf. A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2008, 90.

[4] Cf. Ibid., 88.

[5] Ibid.

[6] Cf. L. M. Grignon de Monfort, Tratado de la verdadera devoción, 15.

[7] R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior: Preludio de la del cielo, I, Biblioteca Palabra, Palabra, Madrid 19958, 135.

[8] Cf. A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, 90.

[9] Ibid., 92.

[10] R. Garrigou-Lagrange, Las tres edades de la vida interior: Preludio de la del cielo, 138.