Toda prerrogativa de la B.V. María sobre los cristianos deriva de su Maternidad divina, es decir, del hecho que fue elegida para ser la madre del Verbo Encarnado.La fecundidad de la maternidad espiritual de María es por la adopción que hace ella de los discípulos de Cristo pues por el bautismo Él nos incorpora a su Cuerpo místico y a la vez deriva de la paternidad espiritual de Dios, pues los cristianos «son nacidos no de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios» (Jn 1, 12).
La fecundidad de la maternidad espiritual de María es por la adopción que hace ella de los discípulos de Cristo pues por el bautismo Él nos incorpora a su Cuerpo místico y a la vez deriva de la paternidad espiritual de Dios, pues los cristianos «son nacidos no de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios» (Jn 1, 12).
Así ella «en unión con Cristo Redentor, nos ha comunicado verdadera y realmente la vida de la gracia, germen de la vida eterna” [1] por ello se le llama Madre de gracia y misericordia, con razón los Padres de la iglesia le otorgaban el título de nueva Eva.
«…se desató la seducción la que fue malamente seducida la virgen Eva ya destinada a un hombre, (cuando) verazmente fue del ángel bien evangelizada la Virgen María ya legada a un hombre. Como de hecho aquella (Eva) fue seducida por el discurso de un ángel para que se alejara de Dios, transgrediendo su palabra; al mismo tiempo aquella (María) fue evangelizada por el discurso de un ángel, para que llevase a Dios, obedeciendo su palabra. Y si aquella fue persuadida a desobedecer a Dios, esta fue persuadida a obedecer a Dios, para que la Virgen María se conviertiese en abogada de la virgen Eva. Y como el género humano fue legado a la muerte mediante una virgen, así también es salvado mediante una Virgen: siendo contrabalanceada la virginal desobediencia por la virginal obediencia…»
San Ireneo de Lyon[2]
Bajo este título podemos ver también la extensión de su maternidad, que no se limita sólo a los bautizados, sino que de algún modo implica también a los no bautizados.
María «es, en primer lugar, Madre de los fieles, de todos los que creen en su Hijo y reciben por Él la vida de la gracia. Pero es también Madre de todos los hombres, en cuanto ella nos dio al Salvador de todos y se unió a la oblación de su Hijo que derramó su sangre por todos»[7]. Podríamos afirmar sin temor que María santísima es un tesoro que Dios ha legado a la humanidad entera.
La elección para ser Madre de Dios es más que una gracia gratis data, de hecho, está por encima a la gracia y a la gloria ya que su fin que es la encarnación del Verbo[3].
También se dice que la maternidad divina es un don que está por encima de la filiación divina de los bautizados, es decir que ser madre de Dios es más excelente que el ser hijo adoptivo[4]. Ella ha tenido el privilegio de entrar en una relación singularísima con la Santísima Trinidad, pues es la hija elegida por el Padre para ser la Madre del Verbo Encarnado, siendo la esposa del Espíritu Santo.
Por medio de Jesucristo ella, de hecho, «entra a formar parte del orden hipostático, es un elemento indispensable —en la actual economía de la divina Providencia—para, la encarnación del Verbo y la redención del género humano.»[5]
Se convierte en Madre de todos los hombres desde que dio su fiat en la anunciación[6], con el sacrificio de Cristo en la Cruz perfecciona esta vínculo de amor, pues se asocia a los sufrimientos de su Hijo perseverando con Él en el calvario. Fue en el momento culmen de la salvación,que Jesús la proclama Madre nuestra al encomendarla al discípulo amado, e hijos suyos, al encomendar su discípulo amado a ella (cf. Jn 19, 26).
Resumiendo, la maternidad espiritual es una consecuencia de la maternidad divina, pues somos incorporados al Hijo del Virgen Madre por el bautismo, pero también es una misión particular que le fue confiada, pues el mismo Cristo nos puso bajo a sus maternos cuidados en el discípulo amado.
Notas: *La imagen presenta la «Adoración de los magos» es de origen alemán, del siglo XV, se encuentra en el Worcester Art Museum en Massachusetts.
**Artículo anterior: María santísima y nuestra santificación
[1] R. Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, Ediciones Desclée de Brouwer, Buenos Aires 19543, 164.
[2] Irineo de lyon, Adv. Haer., V,19,1
[3] Cf. A. Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, 89.
[4] Cf. Ibid.
[5] Ibid.
[6] Cf. R. Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador y Nuestra Vida Interior, 165.
[7] Ibid., 166.