¡Levántate!

XIII Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B

1 Lectura: “Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo.” Sb 1, 13-15; Sb 2, 23-24.
Salmo: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.” Sal 29
2ª Lectura: “Vuestra abundancia remedia la carencia de los hermanos pobres.” 2Co 8, 7.9.13-15.
Evangelio: “Contigo hablo, niña, levántate.” Mc 5, 21-43.

«No es la muerte la que me “viene a buscar”, es el buen Dios. La muerte, no es un fantasma, un espectro horrible como la representan en las imágenes. El Catecismo dice que “la muerte, es la separación del alma y del cuerpo”, no es otra cosa»

Santa Teresa de Lisieux

Quizás en esas palabras de la Doctora del Carmelo podríamos situar la Liturgia de la Palabra de este día. Al contemplar la primera lectura, el salmo y el Santo Evangelio vemos como hilo conductor el tema de la muerte del hombre. Y por tanto el punto de partida es propio lo que nos explica la santa acerca de la muerte física, no es otra cosa sino la separación del alma y del cuerpo.

Pero también solemos hablar de la existencia de una muerte a nivel espiritual, esta es la separación del alma de la comunión de vida con Dios. El hombre por el pecado mortal puede romper esta relación con Dios, alejándose de Él, perdiendo esa vida divina, y realmente comienza una existencia terrena marcada por el vacío, el sufrimiento sin sentido y la amargura, comienza a padecer el infierno en la tierra, y sino se arrepiente y se convierte, se prolongará hasta la eternidad. Ese sufrimiento e infelicidad, se evidencia en el hombre afanado por la constante búsqueda de diversiones, entretenimientos, placeres desenfrenados etc., busca fuera de sí algo que satisfaga su sed de felicidad, busca a Dios sin saberlo, es uno que no conoce la serenidad que vive el que goza de la presencia del Señor en su alma.

Y el hombre experimenta la muerte realmente como una tragedia, no la comprende, le provoca angustia, y con toda razón puesto que el hombre y todo cuanto existe fue creado para la vida, nos lo dice el libro de la Sabiduría “Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su propio ser; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los de su bando.” (Sb 2, 23-24) por elllo san Pablo dirá que «la paga del pecado es la muerte» (Rm 6, 23) o como diríamos en buen salvadoreño “el diablo mal paga a quien bien le sirve”.

Sin embargo, Dios en su infinita bondad, no abandonó al hombre, sino que llegada la plenitud de los tiempos envió a su Hijo único, Nuestro Señor Jesucristo, Él es la solución de Dios, con su muerte, nos ha rescatado del pecado, y con su resurrección gloriosa se anuncia la victoria de la vida y nosotros sabemos por la fe, que resucitaremos como Él, lo profesamos cada domingo en el Credo.

El Evangelio es vivo reflejo de eso, la curación de la hemorroísa, no es solo la sanación de una enfermedad física, recordemos que en la mentalidad de esa época se creía que toda enfermedad era producto del pecado, y particularmente la condición de esta mujer la convertía en una impura, no podía participar de la vida espiritual del Templo y la alejaba de la comunidad pues quien entraba en contacto con ella se convertía a su vez en un impuro, su curación al fin de cuentas es una recuperación de la relación con Dios y con los miembros de su pueblo, en este caso la curación del cuerpo se convierte así en un símbolo de la salud y vida del alma; y luego, el episodio de la hija de Jairo, es un claro ejemplo del poder de Jesucristo sobre la muerte, o mejor aún, es la muestra de su poder, pues Él le da la vida.

Nuestro Señor también nos quiere hacer partícipes de esta vida, y por ello nos ha dejado en la Iglesia diversos medios para hacerla nuestra, de modo particular tenemos los sacramentos, si hemos perdido la vida del alma por el pecado, tenemos el sacramento de la Reconciliación, que nos pone en paz con Dios y nos devuelve la gracia por la cual volvemos a gozar de aquello que habíamos perdido, la Iglesia nos recomienda la confesión frecuente, lo que implica una actitud permanente de conversión, pues de esa manera no sólo vencemos las faltas leves que nos pueden ser ocasión para las graves, sino que también somos fortalecidos para no volver a caer. Y de modo especial brilla la Santísima Eucaristía que nos fortalece, nos hace entrar en comunión con toda la Iglesia (triunfante, militante y purgante), nos hace crecer en la vida de gracia y nos prepara para para la resurrección futura de nuestros cuerpos, Jesús lo dijo “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.” (Jn 6, 54)

La esperanza del cielo y de la resurrección futura, son para nosotros ocasión de un mayor compromiso para vivir a la altura de la vocación a la que hemos sido llamados, la de hijos de Dios, de hombre y mujeres que se saben camino a la patria celeste, que son conscientes de la vida divina que corre por sus venas.

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de un corazón dócil y un oído atento a su palabra, y así un día lleguemos ante su presencia y cantemos junto con los santos lo que ya hemos dicho en el salmo “te ensalzaré Señor, porque me has librado”.

Imagen: fotografía de un ataúd del marfil del siglo IV que representa la «Resurrección de la hija de Jairo»