Jueves – XIII semana del Tiempo Ordinario – Año II
Am 7, 10-17. Ve, profetiza a mi pueblo.
Sal 18. Los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.
Mt 9, 1-8. La gente alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad,
Una de las características de los profetas es la oposición que habitualmente sufren a causa del mensaje que anuncian y Amós no será la excepción. Se le pide irse y alejarse del Reino puesto que resulta incómodo para aquellos que buscan mantener el status quo del momento.
En esta ocasión el profeta, da a conocer como él no anuncia algo por su propia voluntad, sino por la Voluntad de uno más grande que él, Amós está profetizando porque el Señor le ha confiado esa misión, de hecho, reconoce como él no pertenece a ninguna familia de profetas y ni siquiera se trata de uno que lo hiciere de oficio (era costumbre en la época que los reyes tuvieren consejeros en su corte que entraran en contacto con el mundo divino para conocer el porvenir).
Amós es un campesino, un ganadero y agricultor, precisamente será esto, la garantía de la veracidad de su mensaje, puesto que a no ser porque Dios le ha inspirado las palabras que anuncia, el no habría sido capaz de hacerlo. Es un ejemplo de la sabiduría del Señor que confunde a los poderosos y sabios del mundo.
Frente a este panorama el salmo que recitamos nos recuerda que en el fondo la actitud de estos que querían acallar al profeta, buscan en realidad, acallar la voz de Dios, es un rechazo a su Palabra. El corazón del hombre que se cierra al Señor, olvida que en su escucha encuentra la vida, pues esta palabra es «descanso del alma», «instrucción ante la ignorancia», «alegría del corazón», «luz a los ojos», es garantía de caminar en la verdad y por ello es preciosa para el hombre.
La curación obrada por Cristo, pone de manifiesto esta acción de Dios, puesto que Él, es la Palabra de Dios encarnada, su poder sobre el mal se evidencia en la curación del paralítico, y desde esta perspectiva es un contraste frente a los que se cierran a la escucha del Señor.
Jesús vence al pecado y sus consecuencias, libera al hombre de las fuerzas del mal que lo oprimen, Él ha sanado no sólo las enfermedades del cuerpo sino también las del espíritu del hombre. La Palabra de Dios da una nueva vida al que se dispone acogerla con sinceridad.
Roguemos al Señor nos conceda la gracia de estar siempre atentos a su voz, para que que nunca nos hagamos sordos a su Palabra, sino que antes bien con generosidad abramos nuestro corazón para acogerla y dejarla transformar nuestras vidas.