Serviam!

Domingo XXV del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Continuamos nuestro caminar con Cristo a Jerusalén, y nuevamente contemplamos como el Divino Maestro busca instruir a sus discípulos acerca de los eventos que ocurrirán ahí. Hoy nos encontramos ante el segundo anuncio de su pasión, ciertamente, por lo que nos dice la Sagrada Escritura, éste, era un tema difícil de comprender para los discípulos, de hecho, no será sino hasta después de la resurrección del Señor que se les abrirán los ojos para ver como la humanidad fue salvada a través de la muerte en Cruz del Hijo de Dios.

Jesús, se nos presenta como el siervo sufriente de Yahvé, el justo que se enfrenta a una gran variedad de pruebas e insidias de sus enemigos. Habitualmente, al hombre en cuyo corazón reina el mal, no le basta complacerse en los placeres pasajeros que le producen sus fechorías, sino que busca incluso destruir cualquier señal de justicia que se le atraviese, porque el bien en donde quiera que se encuentre siempre es luz, y la luz por pequeña que sea siempre disipa las tinieblas, y revela la verdad de las cosas, así un hombre justo, un hombre que busca vivir según la voluntad de Dios, viene perseguido siempre porque su sola presencia denuncia el mal.

Jesús asume los sufrimientos de su pasión y muerte en cruz, por amor al Padre y por amor a nosotros. Amor al Padre porque busca cumplir con su plan de salvación para la humanidad, porque como Hijo que es, busca complacerle a través de la obediencia; amor a nosotros, porque Él mismo ofrece su vida para restablecer la comunión del hombre con Dios. Recordemos en el corazón de Cristo late el amor de Dios que no es indiferente ante los sufrimientos de los hombres, late el amor de Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento la verdad, late el amor de Dios que quiere al hombre consigo para hacerle gozar de la felicidad eterna para la que fue creado; y en Jesús, late también el amor del hombre que no ha conocido pecado, late el amor del hombre que no ve en la realización de la voluntad de Dios una esclavitud, late el amor del hombre que encuentra en la voluntad del Dios el verdadero sentido de su libertad. En el Corazón de Jesús late el amor que en la obediencia filial hasta la muerte en Cruz nos enseñó el camino de regreso a la casa del Padre.

En el Evangelio vemos también como los discípulos mientras el Señor les hablaba de su Pasión, iban discutiendo por el camino sobre quien era el más importante, Jesús, aprovecha la ocasión para mostrarles que aquellos que viven bajo el Reinado del Amor conciben el gobierno, no como un mero afán de dominio y poder, sino como servicio. Jesús nos dio ejemplo de esta servicialidad a lo largo de toda su vida, cuando era niño, en la obediencia a san José y a María santísima y más tarde cuando es adulto en la atención a los pobres, a los enfermos y afligidos, en la atención a los multitudes que se reunían en torno a Él, en la escucha y atención a su madre, en la atención a sus discípulos en la Última Cena, etc.

Jesús sana el desorden que ha introducido el diablo en la creación, el lema del enemigo de la humanidad es “no serviré” mientras el del Hijo de Dios, el del mejor amigo de la humanidad es “serviré”. Nuestro Señor vence la soberbia y la envidia que el diablo ha sembrado en el mundo, con su amor que se traduce en un servicio humilde y benevolente.

La soberbia, es un afán desordenado de excelencia que brota de una concepción errónea de sí mismo, del que creyéndose estar por encima de los demás no duda en hacer lo que sea necesario para imponerse y someter al otro para cumplir sus caprichos; la humildad es una virtud que nos ayuda a regular este afán desordenado de la excelencia, a través de una justa valoración de nosotros mismos frente a Dios y frente a los demás, nos lleva a reconocernos necesitados y dependientes de Dios y a valorar a los demás como nuestros hermanos, hombres y mujeres, por los que Jesús también dio la vida. Por ello es que santa Teresa decía que humildad era andar en la verdad.

De hecho, algún psicólogo como Roberto Marchesini, dice que la humildad está muy relacionada a una sana autoestima, a menudo, cuando escuchamos esta palabra, pensamos que una sana autoestima es “pensar optimistamente de sí mismo” sin embargo, es algo mucho más que es eso, es la valoración realista, adecuada, recta de nosotros mismos, considerando nuestras aptitudes y nuestras limitaciones, de hecho podríamos decir que, la sensación de bienestar que experimenta la persona que goza de una autoestima sana viene de esto, del conocerse en la verdad.

El humilde por tanto, al caminar bajo esta la luz, no puede ser envidioso, recordemos, la envidia es la tristeza por el bien ajeno y deseo desordenado de poseerlo, el humilde al contrario es benevolente, busca siempre el bien para el otro y se alegra por él. El humilde sabe descubrir el valor del servicio, como el medio para llevar a los otros a gozar del amor de Dios que ha llenado su corazón. El humilde, no es un pusilánime, no carece de fuerza en su actuar, al contrario el humilde se convierte en un magnánimo, una persona de animo grande, que en cada cosa que hace no sólo da, sino que se da a sí mismo, se entrega.

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de saber descubrir en las virtudes del Corazón de Jesús, en su obediencia hasta la cruz, en su humildad y en su benevolencia, la clave para saber ponernos al servicio del Padre y de nuestros hermanos, extendiendo el reinado de su amor a todos los aspectos de nuestra vida y la de aquellos con los que nos relacionamos.

Img: pintura del Giotto