Misionando

Jesús, nos cuentan los Evangelios, pasó por este mundo haciendo el bien, se compadeció de los pobres, de los enfermos, de los atribulados, de todos aquellos que pasaban necesidad; y no sólo eso, sino que también pasó anunciando el bien, iba de pueblo en pueblo proclamando la Buena Nueva de salvación, y lo hizo de tal manera que dejaba a la gente boquiabierta puesto que decían que “hablaba como uno que tiene autoridad”. Jesús con sus palabras y obras nos ha manifestado el corazón de Dios, que nos ama con infinita misericordia y nos atrae hacia Él con lazos de amor.

Jesús, es el Hijo de Dios, enviado por Él, para llevar a los hombres a la salvación, rescatándolos del pecado y sus consecuencia, y Nuestro Señor, quizo hacer partícipes de esta misión a sus discípulos, a aquellos primeros apóstoles, aquellos primeros enviados, para anunciar esta Buena Nueva. Jesús no sólo nos incorpora a su Cuerpo sino que también nos envía en misión como hizo con aquellos que contemplamos en el Evangelio de este día. ¿Somos conscientes que también nosotros estamos llamados, cada cual según su vocación específica, a esta misión?

La Iglesia constantemente lo ha venido repitiendo a lo largo de la historia, particularmente nuestros obispos de América Latina nos recordaban que estamos en estado de misión peramente, que somos discípulos misioneros para que los pueblos en los que vivimos tengan vida. Y en esta misión no debemos de olvidar lo que Jesús ya recomendaba a sus primeros enviados.

El misionero en primer lugar es uno que va con la autoridad, de aquel que le ha enviado, y ahí radica la fuerza de su anuncio, en saber que no es su propio proyecto el que va a realizar, sino que va a colaborar en la extensión y ejecución del plan de Dios, va para ser profeta de esperanza, para sanar a aquellos que se ven afectados por el mal que pecado va dejando, camina confiado en la providencia divina, sabe que no está en las manos de los hombres, sino en las manos de Dios, sabe que no va a instalarse, sino que es un peregrino, que en su caminar va anunciando la fuerza del amor.

El misionero toma fuerza del amor a Jesús que lo ha llamado y lo ha enviado, toma fuerza del hecho que Jesús lo ha amado primero, se procura lo necesario para su viaje, y no atiende a lo superfluo, no quiere embarazar su corazón con cosas que lo hagan pesado y lento para amar, sino que mantiene un corazón libre que sea canal limpio de la gracia de Dios, por eso dice con el sabio “no me des tantas cosas, no sea que me olvide de ti, ni tampoco me des tan poco, que reniegue de ti”. No se anuncia ni se proclama a sí mismo, ni sus propias ideas, sino que anuncia la Palabra que Dios le comunica, ella es su guía, ella es su defensa, ella su fuerza, ella su mensaje, en ella encuentra el sentido de su misión.

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de ser discípulos y misioneros auténticos de la Buena Nueva, que seamos hombres que habiendo experimentado en primera persona el amor de Dios, podamos llevarlo y transmitirlo a los demás.