Entrega

Miércoles – XXVI semana del Tiempo Ordinario – Año par

La Buena Nueva que se nos anuncia en este día es una clara invitación a la generosidad en el seguimiento de Jesucristo, todo bautizado es un discípulo del Señor, una persona que ha hecho experiencia del amor de Dios, una experiencia que cada vez más se arraiga en su corazón.

Sin embargo a lo largo del camino pueden presentarse momentos de dudas y dificultad, los cuales, pueden hacer venir a menos aquel primer entusiasmo con el que se prosiguió el camino de la fe y viene el momento de atravesar una purificación de la intención acerca del seguimiento de Jesús.

¿Por qué lo seguimos? ¿somos conscientes de lo que implica el camino de la imitación de Cristo? ¿Qué pretendemos con nuestro seguimiento?

La primera intervención en el evangelio de hoy, pone manifiesto como el discipulado no puede hacerse previendo seguridades humanas, estamos llamados a imitar a Cristo pobre y peregrino, a vivir según el espíritu de las bienaventuranzas, y ciertamente el “Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” pero eso no significa que vive sumergido en la fatalidad, sino que fía de la Providencia divina, es decir que su Padre eterno gobierna el mundo y que dispondrá todo según convenga para que pueda llevar a cabo su misión, asimismo el seguimiento de Jesús implica imitarlo en su itinerancia en el anuncio de la buena nueva en todos los lugares a los que iba.

La segunda intervención nos puede parecer un poco dura “deja que los muertos entierren a sus muertos”. No es que Jesús desestime el cuarto mandamiento, es imposible pensar que este sea el mensaje que quiere transmitir cuando lo contemplamos a Él que clavado en la cruz piensa en su Madre y se la confía a su discípulo amado. La enseñanza que se nos revela en esto es lo que san Benito recoge en su regla cuando habla de nunca anteponer nada Jesucristo, y ello incluye los afectos humanos. Es natural que la familia tenga el primer puesto en importancia en la vida de una persona, pero será sobrenatural y más excelente si ocupa el segundo lugar por reservarle el primero Cristo. Es más, Él en el fondo nunca quita la familia, sino es para extenderla, lo dijo Él mismo “Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna” (Mt 19, 29).

La tercera intervención “nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios” nos recuerda la radicalidad y constancia del discipulado, para ello es preciso mantener viva ciertamente la llama del amor primero, por ello es bueno hacer memoria de los grandes acontecimientos en los que hemos contemplado el paso del Señor por nuestra vida, pero para que este recuerdo dé fruto y no se quede en mera nostalgia, hemos de hacer crecer el amor, a través de la fidelidad a la llamada del Señor a una vida de santidad, porque como escribía un día san Juan XXIII “la voluntad de Dios es nuestra paz”

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de perseverar en su seguimiento con un corazón puro, que sepa mantener la rectitud de intención en este camino de fe, para hacer crecer de día en día nuestro celo por una vida según las bienaventuranzas, recordando que el corazón que ama “no cansa ni se cansa”.