Jueves XXVI semana tiempo ordinario- Memoria de san Francisco
A lo largo de esta semana hemos venido meditando el libro de Job, un libro que nos narra el drama del sufrimiento del hombre justo, hoy contemplamos como Job en medio de su angustia no encuentra consuelo en sus amigos, al contrario, estos viven recriminándole. Job muchas veces les advierte de que sus conclusiones son falsas, que han de tener cuidado de la temeridad de sus juicios, no sea que se extravíen por el camino de la falsedad y finalmente pequen contra Dios, por ello les pide misericordia. Job nos muestra el drama del que en su sufrimiento, abandonado por todos, llega a quejarse incluso contra Dios y sin embargo siempre vuelve a Él, sólo en el Señor encuentra consuelo en medio de su drama.
Es más Job reconocerá a Dios como su “redentor”, como lo que se conocía en la época como el “Goel”, este era “el familiar más próximo, el que estaba obligado a defender los derechos vulnerados, unas veces recobrando las posesiones injustamente arrebatadas, otras rescatando de la esclavitud al familiar ultrajado, e incluso vengando su muerte” (Biblia Navarra) Job en medio de su angustia, confía y sabe que el Señor lo rescatará. La tradición cristiana verá en estos textos de Job en primer lugar a Cristo, que rescata al hombre del pecado y de la muerte con su sacrificio en la Cruz, Él es el Salvador que llevará a los hombres a la nueva vida que brota de su Resurrección.
El Evangelio por su parte nos muestra el envío de los 72 discípulos. Él los envía con instrucciones muy similares a las que había dado a los apóstoles anteriormente. Sin embargo aquí resalta no sólo como el misionero precede, anuncia, y prepara el camino para el encuentro con el Señor, sino que el campo de la misión es amplio y es urgente el llevar el anuncio de la Buena Nueva a todos los rincones.
Asimismo en la instrucciones brilla de nuevo la sobriedad con la que han de viajar los enviados por Cristo, están llamado a confiar en que no les faltará nada, deben fiarse de que la Providencia de Dios les acompaña: «tanta debe ser la confianza que ha de tener en Dios el predicador, que, aunque no se provea de las cosas necesarias para la vida, debe estar persuadido de que no le han de faltar, no sea que mientras se ocupa de proveerse de las cosas temporales, deje de procurar a los demás las eternas» (S. Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia 17). Ciertamente el que anuncia el Evangelio tiene derecho como el obrero a su salario, pero debe recordar que este es sólo una figura de la verdadera recompensa en la eternidad. Cuando se quita la mirada del cielo se vive buscando solo compensaciones terrenas.
Este texto del Evangelio nos hace traer a la memoria, al santo que celebramos hoy, san Francisco de Asís. Sabemos muy bien que era hijo de padres ricos, formó parte de algunas campañas militares, incluso fue hecho preso y enfermó, poco a poco comenzó un proceso de conversión, que lo llevaría hasta llegar hacer el santo que conocemos hoy.
La historia nos cuenta que un día escuchó una voz que venía de un crucifijo en el cual él reconoció la voz del Señor que lo invitaba a reparar su Iglesia, en un primer momento interpretó el mensaje como una reparación de la capilla donde se encontraba el crucifijo pues se encontraba en mal estado, más tarde se verá cómo este hecho era un gran símbolo de la labor que habría de realizar en un período de tiempo en el que la Iglesia se encontraba en un gran drama: “una fe superficial que no conforma y no transforma la vida, con un clero poco celoso, con el enfriamiento del amor; una destrucción interior de la Iglesia que conlleva también una descomposición de la unidad, con el nacimiento de movimientos heréticos.”
El santo buscará esa renovación de la Iglesia desde la unidad, lo cual se manifiesta en su comunión con el Papa al cual visitará y someterá su regla y la orden que nacería. Benedicto XVI nos enseñará que el santo de Asís: “no renueva la Iglesia sin el Papa o en contra de él, sino sólo en comunión con él. Las dos realidades van juntas: el Sucesor de Pedro, los obispos, la Iglesia fundada en la sucesión de los Apóstoles y el carisma nuevo que el Espíritu Santo crea en ese momento para renovar la Iglesia. En la unidad crece la verdadera renovación.”
En un inicio Francisco vivirá como eremita, es decir en soledad, pero luego de escuchar una predicación en la que se hablaba del envío misionero de los apóstoles, se sentirá movido también él a ir en misión, predicando con su ejemplo y con sus palabras. Él será un gran amante de la Sagrada Escritura, quería vivir según el Evangelio, se dice sine glossa, sin tantas interpretaciones, es decir en toda su radicalidad, y ésta, de hecho, será una característica de los verdaderos reformadores de la Iglesia, siempre buscan volver a la raíz, volver al Evangelio.
Era un hombre con un profundo amor a la Eucaristía y hasta nuestros días nos han llegado unas palabras de Francisco en las que se reflejo esto «¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo, se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote! ¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa! ¡Oh sublime humildad, oh humilde sublimidad: que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios, se humilla hasta el punto de esconderse, para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!» (Fuentes Franciscanas)
También promovía la fraternidad universal y el amor a la creación, “Francisco nos recuerda que en la creación se despliega la sabiduría y la benevolencia del Creador. Él entiende la naturaleza como un lenguaje en el que Dios habla con nosotros, en el que la realidad se vuelve transparente y podemos hablar de Dios y con Dios” (Benedicto XVI)
Ojalá podamos hoy, con esta Sagrada Liturgia, renovar nuestra confianza en Dios no obstante las tribulaciones que podamos estar atravesando tal como lo hizo Job, sabiendo que nuestro Redentor vive y que nosotros hemos de vivir desde ya junto a Él esta nueva vida que comenzó en el Bautismo. Una nueva vida que hemos de llevar a otros, pues la fe se comparte, viviendo como verdaderos misioneros del Señor, así como lo fue san Francisco, hombres y mujeres que viven del Evangelio y de la Eucaristía, siempre en comunión el Papa y que saben que su verdadera recompensa está en el Señor, a quien descubren en todo hombre y en toda la creación. Así sea.
IMG: Cruz de san Damián