Conversio ad Deum

Viernes – XXVI semana del tiempo ordinario – Año par

A lo largo de la semana hemos contemplado en el libro de Job, los dramas por los que atraviesa el hombre justo cuando el sufrimiento llega a su vida, este hombre que atraviesa la prueba ha sido prácticamente abandonado por los que creía sus amigos, que no hacen otra cosa que recriminarle, buscar acusarlo de cosas que no ha hecho, que vea que el se ha causado a sí mismo el mal, sin embargo Job sabe que no es esa la verdad, y busca mostrar su inocencia. ¿por qué sufre? No es  aquí lo importante sino el cómo lo asume. El sufrimiento y el dolor aunque en ocasiones puede ser explicado en otras nos queda velado por el misterio.

Ahora bien, en la lectura de hoy hemos contemplado como Dios interviene en la historia de Job, el Señor se dirige a Él, y curiosamente no responde a sus quejas de un modo directo, no se detiene a darle razones, sino que le hace salir de sí mismo, y contemplarle a Él. Es similar al que se vive quejando de todo, como todo le afecta, al final es una persona que vive encerrada en sí misma, incapaz de ver hacia el frente. Y ¿qué es lo que ve Job? Pues que Dios está donde nunca ha estado él y ni ninguna otra persona, que el interviene donde nadie más lo hecho ni lo hará, que Él esta pendiente y cuida de todo cuanto ha creado.

Dios no da razones a Job de su sufrimiento, pero le hace salir de sí mismo, para contemplarlo a Él, y cuando lo contempla Job, ve la grandeza, la sabiduría y la soberanía del Creador, ante esto queda estupefacto y guarda silencio, y al final aunque no comprenda el porqué del sufrimiento por el que ha pasado, ha podido ver la mano de Dios en la historia y en su propia historia, hasta el punto de decir “de oídas te conocía pero ahora te han visto mis ojos”.

El evangelio de hoy es continuación del de ayer, veíamos como fueron enviados los 72 discípulos para anunciar el Reino e invitar a la conversión, Jesús no esconde el hecho de que habrán dificultades, como la incredulidad, incluso les advierte que van como “ovejas en medio de lobos”, y ahora parece poner un ejemplo de la incredulidad con la que se pueden encontrar, a través de las palabras que dirige a las ciudades que a pesar de haber estado llena de gente que se decía creyente y de haber escuchado las palabras del Señor y haber contemplado sus prodigios, no se convirtieron, mejor otras ciudades que se tenían por lugares poblados de paganos fueron más prontos a escuchar la palabra.

San Francisco de sales nos recuerda que la incredulidad es un mal que nace generalmente del orgullo y la vanidad de aquel que desestima el valor del juicio ajeno y acepta como válido sólo el propio, como aquel que dice ¿soy libre, quién eres tu para decirme qué hacer? Simplemente para justificar su mal obrar, o como el que dice hoy en día “yo creo pero a mi manera” detrás de lo que se esconde muchas veces una excusa para poder pecar a gusto.

Y es que si bien el anuncio de la Buena Nueva puede llegar a nuestros oídos, hace falta humildad para acoger la palabra de otro, especialmente cuando se trata del mismo Jesucristo, el cual muchas veces nos habla a través de la Iglesia.

Que el Señor nos conceda la gracia hoy de salir de la trampa de la autoreferencialidad, del fijarnos sólo en nuestro propio sufrimiento o en nuestra propia conveniencia, para poder verlo a Él que nos llama a la conversión, que nos acoge con ternura y que quiere hacer de nosotros verdaderos discípulos misioneros de ese Corazón bendito que amó a los hombres hasta morir en la cruz y que hoy quiere darles a beber de esa agua viva que brotó de su costado abierto.

Img: Pintura de Job, autor Fray Bartolomeo, ca. 1516