Santa Madre Iglesia Jerárquica

Miércoles – XXVII semana del TO – Año par

Mientras vamos leyendo la carta a los gálatas, nos vamos dando cuenta como para san Pablo era tan importante la vida de comunión con la Iglesia, mientras va fundamentando su autoridad para exponer el Evangelio y por tanto, la autenticidad de su anuncio, nos deja ver también su relación con los apóstoles, particularmente con san Pedro, el cual gozaba de una autoridad particular, pues era quien fungía de cabeza. San Pablo sabe que ha vivido un acontecimiento extraordinario mientras se encontraba camino a Damasco, que había recibido una revelación especial, pero busca confrontar lo que ha vivido con la enseñanza de aquellos que caminaron junto al Señor; san Pablo somete al discernimiento de la Iglesia sus propias experiencias, y al recibir el visto bueno de ella, camina con una gran seguridad, y con toda autoridad se dedica al anuncio de aquello que recibió. Su autoridad viene ciertamente de la llamada que le hizo el Señor pero esa llamada fue confirmada por aquellos que tenían esa potestad.

De textos como este es que la Iglesia toma su base para recordarnos como nosotros también hemos de ver al Espíritu Santo que actúa en el carisma de la autoridad, particularmente en aquellos ministros consagrados que ha puesto para guiar a la comunidad del Señor en medio del mundo. Por eso san Ignacio de Loyola solía hablar de la “Santa Madre Iglesia Jerárquica”. No es un servilismo ni un sometimiento despótico, el de aquel que busca vivir en la obediencia, sino que es un entrar en comunión con el Cristo Buen Pastor que continúa a guiar a su rebaño a través de la historia. Cuando perdemos de vista esta dimensión sobrenatural de la Iglesia, esta visión de fe, corremos el peligro de caer en una visión que reduce el Cuerpo Místico de Cristo, a una mera asociación política o un conglomerado social, y nos olvidamos que se trata de aquellos hombres y mujeres que caminan en la historia buscando configurarse con el Corazón manso y humilde del Señor, y que lo hacen de la mano de aquellos que Él mismo se eligió para ser los pastores que guían a su rebaño.

La Iglesia, que también ha sido simbolizada por la barca de Pedro no navega en medio de la anarquía, ni siquiera sometida a los planes meramente humanos de los marineros que a veces van en ella, sino que va movida por el viento del Espíritu Santo, la tarea Pedro, los apóstoles y sus sucesores es reconocer hacia donde sopla para mejor dejarse llevar por Él, pero la mayor seguridad que tienen los que ejercen la autoridad en la Iglesia es la misma que tiene todo el Pueblo de Dios, saber que son obreros y no dueños de la barca, porque en última instancia quien gobierna a través de ellos es el Pastor Supremo que cuida de su rebaño.

En el santo Evangelio, nos encontramos con la oración cristiana por excelencia, el Padre Nuestro. San Agustín siguiendo esta idea, enseñaba que ella es el modelo de oración, es más es la regla de la oración.

¿Queremos saber cómo anda nuestra oración? ¿Si lo estamos haciendo bien? Examinémosla a la luz del Padre Nuestro, una oración bien hecha nunca se sale de esas peticiones que encontramos en ella.

Y es conveniente que de cuando en cuando nos detengamos a examinar cómo estamos orando, no sea que agarremos mañas en este aspecto de la vida espiritual, porque sí, las hay, por ej. La de aquella persona que bajo la excusa de encomendar a Dios la jornada dice hacer oración pero lo que realmente hace es planificar mentalmente todas las actividades que hará durante la jornada, o quizás ensayando las conversaciones que tendrá con alguien o las respuestas que le dará; o aquella otra persona que dice haber encontrado un buen libro para ayudarle a la oración, pero se olvida que el libro es un auxilio para tomar impulso y termina haciendo del tiempo reservado a esta, un tiempo de lectura espiritual, que ojo también es buena, pero no es en sí oración; y quien sabe que otras cosas más podrían decirse.

Al contemplar hoy el Padre Nuestro, hagamos un repaso de lo que estas siete peticiones nos van diciendo a nuestra vida, hoy sería un buen propósito el tomar una de ellas y ver que resonancias tiene en mi vida, que sentimientos, pensamientos o iniciativas provoca en mí, que compromisos me hace tomar frente a la comunidad en la que vivo, y entrar en diálogo con el Señor de aquello que experimento al contemplar su santa Palabra, y así, de un modo sencillo, estaré haciendo verdaderamente oración.

También, hay maestros de espiritualidad que nos enseñan que el Padre nuestro también es un buen termómetro de vida espiritual, pero leyéndolo de abajo para arriba, porque habitualmente el que está en los comienzos de una relación personal con el Señor vive muchas veces con la concepción de un Dios bombero o policía, que quiere que solo le libre de los males, pero poco a poco va avanzando y se da cuenta de su propia debilidad y le piden no caer en tentación, se va reconociendo entonces pecador y necesitado del perdón del Señor y de perdonar a los demás, comienza a reconocer a sus hermanos, su comunidad, luego, aprende a ver la mano de Dios en su historia, su providencia divina, y ansía nutrirse de algo que verdaderamente dé vida, ese  “pan de cada día” que nos habla de la Eucaristía y la palabra de Dios, y así poco a poco no busca otra cosa sino la voluntad de Dios, llegando a purificar tanto su corazón que deja todo egoísmo y procura en todo lo que hace sólo la gloria de Dios, puesto que ha comenzado a amar verdaderamente con todo su corazón con toda su alma y con toda su fuerzas, y todo porque se supo amada por ese Dios cercano, es Dios que es Padre, y que le ha dado unos hermanos en este camino hacia la patria celeste, y por eso dice verdaderamente “Padre Nuestro”.

Que el Señor nos conceda la gracia de saber reconocer su presencia en medio de nosotros a través de su santa Iglesia, para que como niños que han sido instruidos por su Madre, podamos también nosotros elevar esa oración preciosa en la que se expresa la ternura de un hijo por su Padre.

Img: san Ignacio de Loyola por Peter Paul Rubens