Alma misionera

Viernes – XXVII semana del tiempo ordinario — Año par

San Pablo reafirma hoy la gracia que ha llegado a los gálatas a través de Cristo, a través de su Pasión, Muerte y Resurrección, se trata de la salvación por la fe, gracias a ella, los cristianos son miembros del Pueblo que Dios se escogió.

El apóstol afirmará que la justificación, el ser hechos justos, se hace por la fe y “lo prueba la Sagrada Escritura con la figura de Abrahán Dios le prometió la bendición para su descendencia, estableció con él una Alianza y lo justificó no por las obras de la Ley, que no había sido aún promulgada, sino por su fe. De la misma forma, todos los que creen en Dios, como Abrahán, son verdaderos descendientes suyos y recibirán la bendición divina.” (Biblia de Navarra)

El santo Evangelio nos presenta la expulsión de un demonio que hacia enmudecer a un hombre, recordemos que en la Sagrada Escritura, el mal físico está generalmente asociado a un mal mucho más profundo. Estos portentos que Jesús obraba eran signos que ayudaban a los hombres a reconocer la llegada del Reino de Dios, nuestro Señor libera a los cautivos.

La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás: «Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios». Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios. Anticipan la gran victoria de Jesús sobre «el príncipe de este mundo». Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de Dios: Regnavit a ligno Deus («Dios reinó desde el madero de la Cruz») (CEC 550)

Jesús también les advierte de la gravedad de la acusación que le hacían, era ya una bendición el hecho que tuvieran quienes entre ellos expulsasen los demonios, pero al negarse a reconocer la obra de Dios a través de su enviado, se ponían en ocasión de convertirse en un lugar donde el demonio pudiera actuar. Lo mismo podría decirse a nivel individual de aquellos que se niegan a reconocer la presencia del Señor cuando actúa.

Jesús combate contra el mal que aqueja a los hombres, sea que se trate del maligno o del pecado al que este lo induce. El triunfo de Jesús es claro y palpable a través de los Evangelio. No obstante esto, el Señor busca que el  hombre también participe de este combate, porque si bien Él expulsó al espíritu impuro dejando la casa limpia y ordenada, le corresponde al hombre la vigilancia ante los nuevos ataques.

San Juan Pablo II decía que “Para combatir el pecado que anida dentro de nosotros y en nuestro entorno, debemos seguir los pasos de Jesús y aprender el gusto del «sí» que él dijo continuamente al proyecto de amor del Padre. Este «sí» requiere todo nuestro esfuerzo, pero no podríamos pronunciarlo sin la ayuda de la gracia, que Jesús mismo nos ha obtenido con su obra redentora”.

Hoy también celebramos a Nuestra Señora del Pilar, una herencia española que nos recuerda la aparición que en vida hiciese nuestra Buena Madre en un pilar al apóstol Santiago (el mayor) mientras estaba en misión evangelizadora en lo que hoy se conoce como España.

Nuestra Buena Madre, sabemos, ha estado siempre presente en la vida de la Iglesia, ya nos lo recuerda el libro de los Hechos como era una de las que perseveraban en oración junto con los apóstoles y demás discípulos del Señor luego de la Ascención. Ella a la que los obispos en Aparecida nos han presentado como modelo de misionera por la solicitud con que fue a auxiliar a su prima santa Isabel llevando a Cristo en su vientre, también nos continua animando con su presencia e intercesión a nosotros que nos encontramos anunciando el evangelio en medio de nuestra sociedad como lo hiciese un día el apóstol Santiago en España.

Que por intercesión de Nuestra Señora del Pilar, el Señor nos conceda la gracia en este día de saber vivir como parte de su nuevo Pueblo al que entramos a formar parte por la fe, haciendo presente la victoria de Cristo sobre las fuerzas del mal a través de nuestro testimonio de vida, siendo verdaderos discípulos misioneros del Señor.