Iluminados los ojos del corazón

San Pablo da gracias por las buenas cosas que hacen y ruega que lo puedan conocer más a fondo “iluminando los ojos de su corazón, para que sepan cuál es la esperanza a la que los llama” Ef 1, 18. Y cual es “la suprema grandeza de su poder en favor de nosotros”. El apóstol quiere llevarlos a descubrir la belleza de la vocación cristiana. Todos y cada uno de nosotros hemos sido creados para dar gloria a Dios y para que dandole esa gloria podamos ser santos. San Pablo se ve que vivía en la sana tensión de la espera gozosa del encuentro definitivo con el Señor, sus deseos de Cielo, de comunión plena de amor con Aquel que lo amó primero están plasmados en sus cartas. Y su sed de que todos los hombres a los que él ha evangelizado participen de ese mismo gozo es uno de los alicientes que lo llevan a emprender el camino de la misión, que el considera ya su paga, pues aquellos que aman buscan que el objeto de su amor se amado por todos.

Es la experiencia del amor la que dona al cristiano la fortaleza para ser mártir de Cristo, es el haber hecho camino con Jesús en el amar al Padre y a los hermanos, el que ejercita al bautizado para poder dar testimonio de la fe. Por ello la traición es tan cara ¿cómo traicionar al que dio la vida por mí? ¿cómo traicionar a aquel que se entregó y sufrió por mí? Sólo quien no ama de verdad, es capaz de traicionar. El amor genera lazos de fidelidad entre los que se aman, sea que se trate de un amor esponsal como el de maridad y mujer, amor filial como el de los hijos a los padres, amor paternal o maternal, el de un padre o una madre hacia sus hijos, o un amor de amistad. El amor genera cierta estabilidad y firmeza, características de la fidelidad.

Y el Señor conociendo nuestra debilidad, no nos abandona, pues sabe que podemos flaquear por eso nos ha dado su mismo amor en el Espíritu Santo, lo dice san Pablo y lo repetimos nosotros en la santa Misa en ocasiones “El amor de Dios a sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que se nos ha dado”, esto significa que Dios nos ha compartido su mismo amor para fortalecer el nuestro y caminar como auténticos testigos y amadores suyos.

Que al escuchar las palabras de Jesús hoy nuestros corazones se enciendan de ese amor que nos lleva a dar hasta la última gota de nuestra sangre por Él.

IMG: Vitral que presenta a Jesús como la Luz del mundo, en Bantry, Irlanda