“Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor rescata a su pueblo, consuela a Jerusalén. Descubre el Señor su santo brazo a la vista de todas las naciones. Verá la tierra entera la salvación que viene de nuestro Dios” Is 52,9
¿Quién no se conmoverá al escuchar estas palabras? ¿qué espíritu apocado no será levantado al escuchar esta Buena Nueva del Señor? ¿quién se sentirá derrotado o debilitado cuando sabe que Dios está con él?
En este día en que conmemoramos el nacimiento de nuestro Divino Redentor, el nacimiento de Nuestro Señor Jesús, los cristianos sin duda nos vemos reanimados y nos llenamos nuevamente de esperanza, y de esperanza cristiana, pues sabemos que el niño Jesús vino por nosotros, vino por nuestra salvación, vino no para quedarse en la madera del pesebre, sino para subir al madero de la Cruz, Jesús vino para dar su vida en rescate por nosotros.
La llegada del Niño nos alegra porque nos anuncia la victoria definitiva de Dios, sobre las fuerzas del mal que nos oprimen, sobre el pecado y sus consecuencias las cuáles experimentamos día con día, sea en nuestra propia debilidad, o sea cuando hemos de sufrir a causa del pecado de otros. El Señor nacido en Belén vino para derrotar definitivamente esas fuerzas del mal que tanto aquejan al hombre.
Todos hemos hecho experiencia de ello, pensemos ¿cuál es nuestro pecado recurrente? ¿en qué ocasiones veo que se manifiesta? ¿Qué experimento luego de haberlo cometido? Ese pecado del que decimos, “yo no lo puedo dejar” “ya me cansé siempre de irme a confesar de lo mismo” “es que ya es parte de mí” y del cual incluso llegamos a negar la maldad como una especie de autoengaño diciéndonos “si hay cosas peores” “si todo el mundo lo hace” etc. O quizás podríamos pensar en ese “gran pecado” que sentimos que cargamos y que no tiene perdón. O quizás podríamos pensar en aquellas faltas de perdón, aquellos resentimientos que cargamos en el corazón y que nos amargan la existencia y que pensamos que nunca podremos superar.
Para librarnos de esos pecados, para decirnos que ese pecado no tiene poder, para sacarnos de esa situación, es que el Señor ha nacido en Belén. El niño Jesús, el Hijo de Dios, ha querido hacerse hombre para mostrarnos una nueva manera de vivir, ha querido hacerse hombre para liderar el camino, se ha hecho hombre para que nosotros pudieramos ser liberados de esas esclavitudes, y lo hizo subiendo a la Cruz por ti y por mí.
Por eso cantan los ángeles, por eso lo adoran las cortes celestes, porque Dios nos revelado en este Niño nacido en Belén, que su Amor Misericordioso es más grande que todo el mal que podamos cometer, que su Amor Misericordioso es capaz de dar una nueva vida, es más, que su Amor misericordioso ha transformado en hijos de Dios ha aquellos que se han dejado abrazar por Él. Pues lo dice el mismo Evangelio “a todos los que le recibieron, le concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales no nacieron de la sangre, ni del sdeseo de la carne, ni por la voluntad del hombre, sino que nacieron de Dios” Jn 1, 12-13
Nosotros hemos encontrado el amor de ese Niño el día de nuestro Bautismo, pues en ese momento hemos muerto al hombre viejo, y hemos renacido al hombre nuevo, con la dignidad de hijos de Dios, y hacemos experiencia de ese nuevo nacimiento cada vez que nos acercamos al sacramento de la Reconciliación y nos alimentamos de la Santa Eucaristía. Pues sabemos que nuestra existencia, no es una existencia pasajera, que no somos una casualidad del destino, sino que hemos sido pensados por Dios desde la eternidad, hemos sido queridos por Dios desde la eternidad, hemos sido amados por Dios desde la eternidad, y el desde la eternidad nos ha llamado a ser hijos suyos uniéndonos a su Hijo Bendito, nuestro Señor Jesucristo.
Navidad, es tiempo de esperanza, de amor, de bondad, de amabilidad, de solidaridad, de fraternidad, etc. pero sobre todo es tiempo de encuentro con Jesús en el pesebre, es tiempo de encuentro con la Misericordia de Dios que late en el Corazón sacratísimo de ese Niño, es tiempo de renovar la vida divina que el Amor de Dios puso en nuestros corazones. Que este sea nuestro deseo hoy, Amén.
IMG: Detalle del Niño Jesús en la pintura de la «Madonna delle ombre» del beato Fra Angelico