Le hemos encontrado…

Jueves de la II semana de Navidad.

1 Jn 3, 7-10; Sal 97; Jn 1, 35-42

Al encontrarnos con el pasaje del Evangelio conocido como «la vocación de los primeros discípulos» no podemos evitar notar como para los cristianos la fe en Cristo es, antes que todo, un entrar en relación con la persona de Jesucristo, un encuentro de ojos abiertos y corazón palpitante, las doctrinas de la fe contenidas en los dogmas o el itinerario de vida moral contenida en los mandamientos son una explicación de lo que implica ése encuentro con el Señor, es un dar razón de nuestra fe y modo concreto en cómo se vive la misma, pero todo tiene por fundamento una comunión de Amor con el Amado. Cuando esto no está claro suceden las crisis que han llevado a varios a alejarse de la Iglesia y de vivir una vida cristiana coherente.

El corazón humano tiende a Dios por natural inclinación, sin conocerle claramente, pero cuando lo encuentra…y le ve tan bueno, tan hermoso y tan bondadoso para con todos, tan dispuesto a entregarse como soberano bien a todos cuantos le quieran, ¡Dios mío! ¡qué dicha, qué santos movimientos en el espíritu para unirse por siempre a bondad tan soberanamente amable! “He encontrado al fin, dice el alma enternecida, al que deseaba y ahora soy feliz” Así nuestro corazón, querido Teótimo, por tanto tiempo inclinado hacia el soberano bien, ignoraba adónde tendía su movimiento, pero apenas la fe se lo mostró, vio que era lo que necesitaba, lo que el espíritu buscaba, lo que su afán anhelaba

San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios, II, 15

San Juan Bautista es un ejemplo para todo misionero pues no retiene para sí a los discípulos, sino que atento al paso del Señor por sus vidas, se los descubre en el momento oportuno para que le sigan. De igual modo nosotros en nuestro día a día no podemos negar esta dimensión misionera, y si bien es cierto hay quienes se dedican a ella de modo especial, todos los cristianos estamos llamados a dar ese testimonio de Cristo, que sea visto Él, que sea amado Él, que sea conocido Él y no nosotros, y que en por nuestro amor el mundo entero le conozca.

La primera lectura nos dice que en eso se conocen los hijos de Dios, en el obrar según justicia, que no es sino vivir según la voluntad del Padre, y en el amor al prójimo, que no es sino amar con el Amor de ese Padre que se nos ha manifestado en Cristo, es decir en la dimensión de la Cruz.

El Evangelio también nos muestra como la fe no es algo que adquirimos por nosotros mismos, sino que nos es transmitida, es un don, así como san Juan Bautista prepara a los discípulos, y así como san Andrés conduce a su hermano a Jesús. Para el cristiano la fe si bien es cierto es algo personal no es sin embargo algo individual, sino comunitario, puesto que la fe nos la transmite nuestra Madre la Iglesia, a través de diversos medios como la familia, los sacerdotes, los misioneros, los catequistas, etc.

El que ha vivido un encuentro con Cristo siente en sí la necesidad de ir y anunciar a Aquel que ha conocido, esa alegría de haber entrado en relación con un Uno que nos ama con tan grande amor hace que salir de sí mismos para ir al encuentro del hermano, y así el bien de Andrés se continúa en Simón a quien le será cambiado el nombre por el cual le conocemos hoy «Pedro».

En la Sagrada Escritura un cambio de nombre implica el pasar a tener una nueva vocación, ha recibido un nuevo llamado, una nueva misión en la vida, para la cual Dios le ha pensado, Pedro se le confiará la misión de confirmar a sus hermanos en la fe, misión que se continúa en sus sucesores. Nosotros en virtud del bautismo somos llamados cristianos, lo cual no es una mera denominación religiosa, sino que tiene unas implicaciones que comprometen nuestra vida como discípulos de Cristo.

Hoy día tenemos un nombre muy superior a todos los demás; es el nombre de “cristiano” –el nombre que hace de nosotros hijos de Dios, amigos de Dios, un solo cuerpo con él. ¿Hay algún otro nombre capaz de hacernos ardorosos en la virtud, llenarnos de celo, incentivarnos a hacer el bien? Guardémonos muy mucho de hacer cualquier cosa indigna de este nombre tan grande y tan bello, unido al nombre de el mismo Jesucristo. Los que llevan el nombre de un gran jefe militar o de un personaje ilustre se consideran honrados y hacen lo que sea para seguir siendo dignos de él. ¡Cuánto más nosotros que llevamos el nombre no de un general o de un príncipe de este mundo, ni tan sólo de un ángel, sino del rey de los ángeles, cuánto más nosotros debemos estar dispuestos a perderlo todo, incluso nuestra vida, por el honor de este nombre!

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre san Juan, n. 19

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de estar atentos a su paso por nuestras vidas y la fe necesaria para seguirle y llevar a otros a su seguimiento a través de un testimonio de amor.