Por la Cruz a la Gloria

II Domingo de Cuaresma – Ciclo C

En este itinerario cuaresmal que venimos recorriendo, en este peregrinar por el desierto de un tiempo litúrgico que nos prepara con la penitencia y la oración a la Pascua, en este momento de nuestra historia en que hacemos memoria de las bendiciones que Dios nos ha dado y nos ponemos en camino de conversión hacia Él, en este hoy que el Señor nos conceder vivir con el santo Sacrificio de la Misa, dispongamonos queridos hermanos a contemplar la gloria de Dios manifestada en el misterio de la Transfiguración del Señor.

La fe de la Iglesia nos enseña que:

“La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la Pasión: la subida a un «monte alto» prepara la subida al Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos: «la esperanza de la gloria» (Col 1, 27) (cf. S. León Magno, serm. 51, 3).” (CEC 568)

Ciertamente los apóstoles y los demás discípulos de Cristo al contemplar las palabras llenas de autoridad y vida del Divino Maestro, al ser testigos presenciales de la victoria de Cristo sobre las fuerzas del demonio, al llenarse de alegría al ver como las enfermedades que aquejaban a los hombres retroceden ante la acción del Señor, no alcanzan a comprender las palabras que el Hijo de Dios les anunciaría acerca de la pasión, les resultaba chocante pensar que el Reino de Dios tuviera que llegar a través de los sufrimientos del Salvador de los hombres.

Y es comprensible, también a nosotros hoy muchas veces nos estremece el sólo hecho de pensar en el sufrimiento, y es un instinto natural el rechazar todo aquello que nos provoca dolor, sin embargo ese instinto natural ha de ser purificado por el instinto sobrenatural al que nos abre el Espíritu Santo y que nos impulsa a la negación de nuestro propio yo, para encontrar el verdadero yo que Dios pensó para nosotros, que nos impulsa a la mortificación de nuestros cuerpos no tanto como quien castiga al enemigo que nos es obstáculo sino más bien como quien libera de cadenas innecesarias a su mejor aliado en el camino hacia al cielo, que nos impulsa a la acogida benevolente del hermano en quien se descubre el rostro de Cristo, más allá de si nos es simpatico o antipatico, familiar, amigo o desconocido, anciano, joven o adulto etc.

En la Transfiguración “Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para «entrar en su gloria», es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías. La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre” (CEC 555) Toda la Trinidad se hace presente para testimoniar este misterio

«Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa» (Santo Tomás, s. th. 3, 45, 4, ad 2):

Y queridos hermanos, si nosotros hemos recibido la gracia de ser cristianos, si queremos vivir a la altura de ese nombre, si queremos entrar en la voluntad del Padre, contemplar y gozar de la Gloria misma de la Santísima Trinidad, también nosotros, en la fe, hemos de abandonarnos completamente en las manos del Dios y eso implicará muchas veces padecer con Cristo.

“Un sufrimiento soportado con paciencia se convierte en cierto modo en oración y en fuente fecunda de gracia”. San Juan Pablo II

La alianza entre Dios y Abraham fue sellada por el fuego abrasador que consumió la ofrenda presentada, la nueva alianza fue sellada por la Muerte de Cristo en la Cruz aquel primer viernes santo en el Calvario, y esa alianza se continúa a manifestar cada vez que nosotros nos negamos a nosotros mismos, tomamos nuestras Cruz de cada día y seguimos a Cristo. Sabiendo que sin con Él morimos, viveremos con Él, éste es el camino que conduce a la santidad. Por ello san Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia, llegará a afirmar con tanta seguridad en una carta:

“Si en algún tiempo, hermano mío, le persuadiere alguno, sea o no prelado, doctrina de anchura y más alivio, no le crea ni abrace, aunque se la confirme con milagros, sino penitencia y más penitencia y desasimiento de todas las cosas Y, jamás, si quiere llegar a poseer a Cristo, le busque sin la cruz”

El cielo, la resurrección, la transfiguración, la contemplación de Dios cara a cara, no son cuestiones abstractas que nos sirven para llenarnos de un optimismo meramente humano, son realidades a las que viajamos como peregrinos que anhelan la pascua eterna, y que encienden en nosotros ese don precioso que se nos dio el dia de nuestro bautismo: la esperanza. Y por aquello que esperamos, por el cielo, por gozar de la comunión plena con Dios, por todo lo que ello implica, es que nosotros buscamos vivir con coherencia nuestra fe en una actitud permanente de conversión, buscamos vivir como decía san Pablo como “ciudadanos del cielo” que peregrinan por esta tierra. La gloria de Dios por tanto es la mejor razón que tenemos para vivir en plenitud nuestro compromiso bautismal.

En este domingo podríamos deternos a reflexionar ¿qué aspectos de mi vida urgen que sean transformados por la gloria de Dios? O lo que es lo mismo en esta cuaresma ¿qué cosas debo mortificar en mí para unirlas a la cruz de Cristo para que sean purificadas por su sangre preciosa?

Queridos hermanos hoy que celebramos en el altar del Señor el sacrificio de nuestro Santísimo Redentor, hoy que hemos de alimentarnos en este banquete celestial del Cuerpo y la Sangre del Señor, hoy que se han encendido nuestros corazones con la escucha de su palabra, hoy hermanos encomendemos los frutos de este tiempo de cuaresma para que sean un resplandor de la gloria de Dios que lleve el mensaje de su Buena Nueva a todos los lugares en los que nos encontremos.

“Si hoy escuchais su voz no endurezcais el corazón” (Hb 3, 15)

IMG: Ábside Basílica de la Transfiguración