Dios no pide imposibles

XV Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C

El Santo Padre, el Papa Francisco, numerosas veces ha hablado como una de las enfermedades espirituales de hoy en día es el de la mundanidad espiritual, la cual se caracteriza por querer llevar una vida acomodada a las diferentes corrientes de pensamiento que están de moda, relajando las costumbres y dejándonos llevar por la dictadura del relativismo, el placer y el conformismo, cayendo en la mediocridad, llegando incluso hasta la tibieza espiritual.

Dios ya no cuenta, venir a la Santa Misa dominical parece requerir un esfuerzo casi heroico, la oración diaria y la confesión frecuente parecen una cosa sólo de santos ya canonizados, se ensalzan las obras de ayuda a los necesitados pero difícilmente se encuentra alguien que quiera involucrarse con el otro al punto de compadecerse y entrar en diálogo con él. Puedo darle una moneda al que pide en la calle, pero ¿me he detenido al menos a preguntarle cuál es su nombre?.

El perdonar a alguien parece fruto de un largo proceso en el que el otro debe humillarse hasta que se prueba merecedor de mi misericordia, y no se recuerda más que el perdón para el cristiano es un don que ha de dar gratuitamente porque gratuitamente le ha sido dado.

Vivir cristianamente nos parece un reto imposible, es más fácil decir hoy en día “la Iglesia tiene que cambiar esto” que decir “he de luchar por hacer vida la fe que la Iglesia me ha transmitido”; es más fácil decir “la Iglesia es injusta, peor fuera que yo hiciera otras cosas peores” que decir “la Iglesia me invita a vivir la santidad, como auténtico hijo de Dios”; es más, decimos “la Iglesia somos todos” cuando sacamos provecho personal de algo que nos conviene, pero cuando nos sentimos cuestionados por su enseñanza decimos “la Iglesia es una estructura clericalista, medieval, rígida y alejada de la sociedad”

De muchos modos la mundanidad espiritual nos tienta a  considerar nuestra vocación a la santidad como algo imposible y la caridad cristiana se vuelve una utopía, amar a Dios y amar al prójimo se nos presentan como ideales que nunca se harán realidad.

Frente a todo esto la palabra que nos ha sido proclamada en este día nos interpela, puesto que dice “Estos mandamientos que te doy, no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están el cielo…ni tampoco están al otro lado del mar…todos mis mandamientos están muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón para que puedas cumplirlos” (Dt 30).

Los israelitas al contemplar la Ley del Señor se sentían privilegiados porque el camino de la vida y la bendición les había sido comunicado, la palabra que el Señor les había dirigido era para ellos su sabiduría frente a los demás pueblos, ¿a qué otra nación se había dirigido el Señor tan claramente como lo hizo con Israel? Con mucha más razón nosotros deberíamos sentirnos fortalecidos porque hemos tenido la gracia de conocer a Jesucristo, Él ha venido a llevar a plenitud lo que aquella palabra había anunciado, en Él Dios mismo nos ha hablado y nos ha enseñado como vive el hombre que quiere llevar a su plenitud la altísima dignidad de hijo de Dios, que quiere vivir en plenitud su vocación al amor, que quiere en pocas palabras vivir en santidad.

Él es el buen samaritano que viéndonos perdidos y medio muertos a causa del pecado y sus consecuencias nos ha salido al encuentro y nos ha llevado a la posada, que es la Iglesia, en donde nuestras heridas son curadas por su gracia, y en donde aprendemos a vivir por su Palabra que continúa a proclamarse hoy en día. Ello llevaba a san Agustín a decir: “Tú, alma mía, ¿dónde te encuentras, dónde yaces, dónde estás mientras eres curada de tus dolencias por aquel que se hizo propiciación por tus iniquidades? Reconoce que te encuentras en aquel mesón a donde el piadoso samaritano condujo al que encontró semivivo, llagado por las muchas heridas que le causaron los bandoleros” (De Trinitate)

En este Domingo, día del Señor, pongamos ante el altar del Señor todas aquellas ocasiones en las que hemos sentido, por algún momento, que no podemos vivir a plenitud nuestro cristianismo, sea por el peso de los problemas del día a día, de algún pecado recurrente o que quizás no hayamos confesado aún, de algún rencor que guardamos con alguien o simplemente porque quizás habiéndonos enfriado no encontramos por donde comenzar de nuevo.

Pongamos todo esto en manos del Señor y dejemonoss transformar por la acción de su gracia, tomemos la resolución de confesarnos si fuera el caso y no temamos de emprender nuevamente este buen combate de la fe, este buen combate en el que la batalla se da amando y amando hasta entregar la vida. Sabiendo que “Dios no manda cosas imposibles, sino que al mandar avisa que hagas lo que puedas y pidas lo que no puedas, y ayuda para que puedas” (De Iustificatione)

IMG: Pintura de la Parábola del Buen Samaritano de Giacomo Conti