“Dichoso el pueblo escogido por el Señor”

XIX Domingo Tiempo Ordinario – Ciclo C

Sab 18, 6-9; Sal 32; Heb 11, 1-2.8-9; +Lc 12, 32-48

A lo largo de la Escritura el Señor nos invita numerosas veces a la vigilancia,  se trata de uno de los elementos claves en nuestro itinerario hacia Dios, de hecho, hay quienes dicen que la vida espiritual del cristiano avanza como lo hace un tren sobre dos rieles, el de la oración y el de la vigilancia, por el primero nos unimos cada vez más profundamente con el Señor, invocando su gracia en nuestras vidas; por el segundo vamos respondiendo con prontitud a su voluntad y defendiéndonos de la acción de los enemigos.

En la primera lectura se nos ha mostrado como el anuncio de la Pascua fue una invitación a la vigilancia para el antiguo pueblo de Israel, por un lado dice la Escritura era un consuelo al reconocer “la firmeza de las promesas del Señor” y por otro, ello les llevó a tomar conciencia de los acontecimientos salvíficos que estaban por vivir. El anuncio de la Pascua, fue el anuncio de la liberación de Israel de la esclavitud y del triunfo del Señor sobre los enemigos de su pueblo. Fue un recordarle a Israel que ellos habían sido elegidos como Pueblo del Señor y que habrían de vivir como tal.

Para nosotros los cristianos, que hemos comenzado a gozar de los frutos de la Pascua definitiva que se ha vivido con la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, el anuncio de la segunda venida del Señor cuando habrá de venir a juzgar a vivos y muertos, es también anuncio de la plenitud de la Pascua, es también una invitación a la vigilancia, pues es ocasión de consuelo ya que Dios ha sido fiel a sus promesas, la liberación del pecado y sus consecuencias ha comenzado, su gracia ha sido derramada sobre nosotros, el mal no tiene la última palabra, sino que el Bien ya ha triunfado y su triunfo habrá de llegar a su plenitud en esta historia de salvación que va tejiendo con nosotros. Como Iglesia decimos anhelantes “Ven Señor Jesús” clamando su venida gloriosa como su Pueblo elegido pero también buscamos corresponder a la acción de gracia en nuestras vidas, a través de actitudes y comportamientos concretos en coherencia con esa elección divina.

Las palabras de Cristo en el Evangelio resuenan en nuestro corazón, nos interpelan y nos llaman a renovar este celo por su voluntad a través de la vigilancia, se nos invita a estar prontos a la búsqueda del bien que Él ha pensado, haciéndonos de tesoros en el cielo, viviendo según su voluntad, acordándonos del pobre y necesitado, poniendo los ojos y el corazón en las cosas que de verdad valen, aprendiendo a tener una mirada y unos afectos sobrenaturales, preguntándonos en medio de nuestras actividades aquella máxima de vida espiritual, que frecuentemente preguntaba san Ignacio de Loyola a Francisco Javier cuando lo miraba empeñado en una carrera eclesiástica y civil en Paris, aquella máxima que ha movido a tantos hombres y mujeres a la conversión, aquella máxima con la cual el corazón se eleva a las cosas eternas, aquella máxima que cuestiona nuestros afanes preguntándonos Quid hoc ad aeternitatem? “¿de qué aprovecha todo esto para la vida eterna”

Jesús nos invita a estar con las cintura ceñida, como quien se sujeta una túnica, mostrándonos dispuestos para el trabajo y rechazando toda oportunidad de mediocridad, con la lámpara encendida aguardando su venida a pesar de los oscuro de la noche. Su llegada es segura y hemos de estar en una espera vigilante siempre, puesto que no sabemos en qué momento llegará el Señor o en qué momento llegará el enemigo a querer arrebatarnos lo que el Señor nos ha dado. Dirá algún comentarista que hemos de vigilar “como el criado espera a su amo, o como el dueño espera al ladrón; ambos saben que el otro va a venir y que en ese encuentro se decide su futuro”.

Hemos de dar cuenta de lo que se nos haya encomendado, ¿qué has tenido bajo tu responsabilidad? ¿una familia? ¿un trabajo? ¿unos empleados? ¿una comunidad? ¿la formación en la fe de alguien? ¿quizás la tuya propia? ¿un padre o una madre ancianos? Etc.

La vigilancia de nuestra vida espiritual implica en nuestro proceso de conversión un aprender a valorar las cosas en su justa dimensión, un abrirnos a la vida sobrenatural, un hacernos cada vez más sensibles a lo que de verdad vale, renunciando a vivir con indiferencia frente a las realidades terrenas, hemos de estar despiertos y atentos, recordemos aquel famoso dicho el camarón que se lleva la corriente es aquel que se ha dormido. Podríamos ser personas con buenas intenciones que no roban no matan pero que se han quedado dormidos en la vida espiritual, sin tener una mirada atenta un visión profunda del mundo ni de nosotros mismos.

 La verdadera vigilancia incluye la sensibilidad para escuchar la voz de Dios, el mantenerse internamente preparados para acoger al Señor, e incluye también el conocimiento de sí mismo “Quién eres Tú y quién soy yo” ¡Ahí tenemos la pregunta de un ánimo vigilante y despierto! Noverim te, noverim me (Ojalá te conociera a ti, ojalá me conociese a mí): tal es el anhelo que la vigilancia exclama. La vigilancia incluye también la captación de la verdadera situación de sí mismo ante Dios, la confrontación de sí mismo con Dios…La vigilancia es una abrirse internamente y un dejarse iluminar por la luz de Dios. Y esto hasta tal punto, que uno se conozca y se encuentre a sí mismo en esa luz…cuanto más vivamos con la mirada puesta en Dios, cuanto más conscientes seamos de aquel mundo auténtico y verdadero, y de nuestra propia situación fundamental, y cuanto más lo veamos todo a esta luz: tanto más abierto y sensibles seremos, tanto más nos hablará a nosotros el hondo y supremo contenido de todo lo que surja ante nuestra mirada espiritual y tanto más se aguzará nuestro oído para percibir la voz de Dios

Dietrich von Hildebrand

La vida de la Iglesia está llena momentos para vivir esta actitud vigilante ante el Señor que llega, de modo excelente y privilegiado la Santa Misa todos los domingos, también la invitación a la confesión frecuente, el rezo de la Liturgia de las Horas, las visitas al Santísimo Sacramento, el santo rosario, el ángelus, la invitación a comprometernos en obras de apostolado, la participación en catequesis y formaciones, retiros, lectura espiritual, dirección y consejería espiritual, etc. Todo esto nos ayuda a vivir en la sana tensión de aquel que tiende a las cosas del cielo.

¡Que precioso si el Señor nos llama a su presencia mientras hemos estado vigilantes! ¡Qué precioso si Él viniere y nos hallare ocupados en lo que ha encomendado a cada uno según su vocación particular! ¡Que hermoso llegar a Su presencia luego de haber gastado una vida para Él!

Decía san Cirilo de Alejandría “Cuando venga y nos encuentre ceñidos, despierto y con el corazón encendido, entonces Él nos bendecirá inmediatamente. “Se ceñirá la cintura y les servirá”. En esto aprendemos que nos lo recompensará proporcionalmente. Si estamos cansados del esfuerzo, Él nos confortará y dispondrá para nosotros banquetes espirituales, desplegando la mesa abundante de sus dones”.

Y recordemos lo más grande no será aquel banquete, sino que estaremos con Él en ese banquete, pero, ¿el Santo sacrificio de la Misa no es también la celebración del Sagrado Banquete del Amor? ¿no estamos ya sentados a su mesa aquí? ¿no estamos ya comenzando a gustar ese banquete?  ¡Cuánta bondad de nuestro Señor, con razón dice el profeta “Mira que llega tu salvador, mira que trae su recompensa, y su premio va por delante” (Is 62, 12) con razón se dice que este santo sacramento es ya la antesala del cielo en la tierra, la prendas de la gloria que nos fueron prometida.

¡Alabado sea Jesucristo!

Img: Una torre de vigía. «Torre de Vengore» en Roccaverano