El Señor no se deja ganar en generosidad

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario-Ciclo C

2 Re 5, 14-17; Sal 97; 2 Tim 2, 8-13; + Lc 17, 11-19


“Que todos los pueblos y naciones aclamen con júbilo al Señor” Sal 97,4

Naamán el sirio, y el anónimo samaritano, eran ambos hombres que no formaban parte del pueblo de Israel y se encontraban afligidos por la lepra. Uno era un alto dignatario, recomendado incluso por su rey para que se le facilitarán todos los medios para su curación; el otro un pobre marginado rechazado y olvidado por la sociedad el cual probablemente había perdido ya toda esperanza de atención médica.

Ambos hicieron experiencia de un milagro de curación, aunque para recibirlo antes tuvieron que hacer un acto de humildad para abrirse al acción de Dios en sus vidas. Naamán tuvo que abandonar su soberbia para entrar en la obediencia a la palabra dada por boca del profeta Eliseo y bañarse en el Jordán; el leproso samaritano abandonó todo miedo al cual le podría haber condicionado su situación de excluido para lanzar el grito que clamaba misericordia al Hijo de Dios y ponerse en camino hacia el sacerdote judío del Templo siendo él un samaritano. Ambos obedecieron a la Palabra y gozaron del don de la curación, ambos  glorificaron y reconocieron la bondad de Dios dándole gracias por el beneficio recibido.

La conclusión de los dos relatos es maravillosa. Fue una gran bendición para Naamán el reconocer al Dios de Israel como su Dios, sin embargo, el Señor, nos muestra en Jesucristo, que Él no se deja ganar en generosidad, puesto que no sólo ha curado físicamente al samaritano sino que al ver su agradecimiento abre las puertas de la salvación a los no judíos, se manifiesta la misericordia de Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, y así aquel hombre que había recobrado la salud del cuerpo recobra la del alma por la palabra del Divino Salvador “Tu fe te ha salvado”

Dichoso este leproso samaritano que reconoció que «no tenía nada que no lo hubiera recibido» (1Co 4,7). Él «guardó hasta el último día el encargo que se le había confiado» (2Tm 1,12) y regresó donde estaba el Señor para darle gracias. Dichoso aquel que, a cada don de la gracia, vuelve hacia aquél en quien se encuentra la plenitud de toda gracia, porque si somos agradecidos con Él por todo lo que hemos recibido, preparamos en nosotros mismos un lugar para la gracia… más abundantemente. En efecto, sólo nuestro desagradecimiento puede parar nuestro progreso en el camino de nuestra conversión…

San Bernardo

Esta experiencia de un encuentro con Dios, un encuentro de ojos abiertos y corazón palpitante en Cristo Jesús, es la que todo discípulo debe mantener siempre presente ante sí, san Pablo dice a Timoteo “Acuérdate de Jesucristo”. Recordar es una función de nuestra memoria, la cual es clave en nuestra vida cristiana, no tanto para vivir encapsulados en el pasado, sino para hacer de aquel evento una experiencia fundante, en la cual nuestra fe se apoya como un edificio en sus cimientos, de modo que conscientes del don recibido nos abramos al futuro de aquellos que esperan en el Señor, los cuales perseveran la fe y en la vida que les ha sido transmitida no obstante los vientos contrarios, como cuando se hace experiencia de persecución, o de los cantos de sirenas, como los de la mundanidad que, presentándonos algo como aparentemente bello y bueno nos seduce y embauca llevándonos a la muerte.

Filotea, sea cual sea tu edad, no hace mucho que estás en el mundo. Dios te ha sacado de la nada, te ha hecho nacer y eres lo que eres por pura bondad suya. Te ha hecho el ser más principal del mundo visible, llamado a compartir su eternidad y capaz de unirse a Él. No te ha traído al mundo porque tuviese necesidad de ti, sino únicamente para manifestar su bondad. Nos ha dado inteligencia para que podamos conocerle, memoria para que nos acordemos de Él, y voluntad para amarle. La imaginación para que nos representemos sus beneficios, los ojos para admirar las maravillas de la creación, la lengua para alabarle…Te ha hecho a imagen suya. ¿No es una desgracia para el mundo el vivir en la ignorancia de todas esas bondades, pensando solamente en amontonar riquezas perecederas? Piensa en todo lo que Dios te ha dado en el ámbito del espíritu, del cuerpo, del alma: te ha dado la salud, el bienestar, los buenos amigos… Te alimenta con sus Sacramentos, te ilumina con sus luces, te ha perdonado tantas veces…

San Francisco de Sales

 

Que al celebrar el memorial de la Pasión Muerte y Resurrección de nuestro Señor en la Santa Misa, también nosotros podamos recordar las tantas veces que hemos hecho experiencia de su misericordia, para que así reavivándose en nosotros el amor, alabemos al Señor con un corazón agradecido.