XXIX Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C
Ex 17, 8-13; Sal 120; 2 Tm 3, 14–4,2; +Lc 18, 1-8
Dios hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo» (Ex 33, 11). La oración de Moisés es típica de la oración contemplativa gracias a la cual el servidor de Dios es fiel a su misión. Moisés «habla» con Dios frecuentemente y durante largo rato, subiendo a la montaña para escucharle e implorarle, bajando hacia el pueblo para transmitirle las palabras de su Dios y guiarlo. «Él es de toda confianza en mi casa; boca a boca hablo con él, abiertamente» (Nm 12, 7 – 8), porque «Moisés era un hombre humilde más que hombre alguno sobre la haz de la tierra» (Nm 12, 3).
De esta intimidad con el Dios fiel, lento a la ira y rico en amor (cf Ex 34, 6), Moisés ha sacado la fuerza y la tenacidad de su intercesión. No pide por él, sino por el pueblo que Dios ha reunido. Moisés intercede ya durante el combate con los amalecitas (cf Ex 17, 8 – 13) o para obtener la curación de Myriam (cf Nm 12, 13 – 14). Pero es sobre todo después de la apostasía del pueblo cuando «se mantiene en la brecha» ante Dios (Sal 106, 23) para salvar al pueblo (cf Ex 32, 1 – Ex 34, 9). Los argumentos de su oración (la intercesión es también un combate misterioso) inspirarán la audacia de los grandes orantes tanto del pueblo judío como de la Iglesia. Dios es amor, por tanto es justo y fiel; no puede contradecirse, debe acordarse de sus acciones maravillosas, su Gloria está en juego, no puede abandonar al pueblo que lleva su Nombre.
Catecismo de la Iglesia Católica 2576-2577
Estas palabras del Catecismo nos explican con gran elocuencia uno de los aspectos más importantes de nuestra vida de hombres que han sido comprados con la sangre del Cordero, hemos conocido a Dios, hemos contemplado su gloria en los triunfos que Cristo ha tenido en nuestras vidas al enfrentarse a las fuerzas del pecado que nos aqueja y busca someternos, hemos hecho experiencia de su palabra que revela lo que llevamos en nuestro interior, de esa predicación que como decía san Pablo a veces nos enseña, otras nos reprende, a veces nos corrige y otras nos educa en la virtud, la palabra de Dios transforma nuestras vidas por el amor a fin de que seamos perfectos en la caridad (santos) y enteramente preparados para toda obra buena.
Si hemos hecho esta experiencia no podemos quedarnos encerrados en nuestro mundo, viviendo como si no hubiera un Dios tan bueno que se hizo hombre para salvarnos, antes bien buscaremos tratarlo continuamente como quien trata a un amigo, eso es la oración, por eso santa Teresa decía hablando de la oración que “es un tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.
El Divino Maestro, busca enseñarnos por la palabra del santo Evangelio a perseverar constantemente en ella, la vida de nuestra alma depende de eso, la oración reviste variadas y múltiples formas, siendo un trato de amor, requiere la humildad de presentarnos ante el Señor tal y como somos, suplicando aquello que consideramos necesario para nuestra salvación y alabando al Señor porque en su infinita misericordia nos da no sólo lo que necesitamos sino que colma nuestros anhelos con la superabundancia de sus bendiciones.
La oración requiere la sinceridad de aquel que no se oculta, se realiza de modos diferentes según nuestro aquí y ahora concreto, un niño quizás dará un beso a la imagen de Jesús, sonreirá al contemplar el sagrario, cantará canciones de cuna ante el pesebre en navidad, o incluso memorizará los cantos de la santa Misa repitiéndolos en casa, y eso es oración.
Un adolescente se encenderá de gozo en el Señor al escuchar una alabanza que mueve su sensibilidad y le hace añorar aquellos grandes ideales por los que está dispuesto a lanzarse, aprendiendo a recogerse en el silencio de la oración para nutrir esa vida de amistad con Jesús donde sentirá latir su Corazón e irá comprometiéndose con diferentes iniciativas en la Iglesia, peregrinajes, campañas de ayuda a los más necesitados, etc. Eso es oración.
Un hombre o una mujer cansados del trabajo a veces visitarán una iglesia o capilla a media jornada y en medio de las fatigas y vaivén de sentimientos del día a día, buscarán estar ahí con Jesús, a veces sin decir nada, otras diciendo mucho, pero en fin de cuentas recurriendo a Aquel de quien se saben amados, eso es oración.
Y al atardecer de la vida o quizás en medio de la enfermedad, cuando las fuerzas flaquean y la mente se aquieta, el paso de las cuentas de un rosario entre avemarías y padrenuestros serán el vínculo que una nuestra alma al Señor, eso es oración.
“Trato de amistad” decía santa Teresa, quizás eso era lo que el Señor quería recordarnos con esta palabra de hoy, hacernos consciencia que no vamos solos, que Él no es indiferente, que quiere amarnos y mostrarnos los signos de su amor, que con confianza acudamos a Él en nuestras necesidades. Quiere que entremos en las profundidades de la herida de su costado abierto, donde encontraremos la seguridad de un Corazón santísimo que entre pálpitos de amor se convierte en una hoguera de ternura y caridad, que busca unirnos a sí como el hierro que llega a ser uno con el fuego en la fragua del herrero, de tal modo que nos dejemos formar por Él, cómo Él y para Él. O en palabras de san Juan de la Cruz “amada en el Amado transformada”.
Img: un icono en el que Moises en el que se aprecia como Moisés con lo brazos extendidos en la batalla de Refidim es una prefiguración de la Cruz de Cristo, que ha vencido la batalla contra las fuerzas del mal.