Misericordia y Reparación

XXXI Domingo – Tiempo Ordinario

Sb 11, 22–12,2; Sal 144; 2 Tes 1, 11–2,2; +Lc 19, 1-10

Todo aquel que ha vivido un encuentro Jesucristo, experimenta en su vida algo similar a la entrada de un rayo de sol por la ventana de una habitación, éste comienza a iluminar y a dar calor ante todo lo que encuentra en su camino, descubre todo lo que ahí se pueda esconder, incluso aquellas cosas que arrojan sombra sobre otras, santa Teresa de Jesús decía “en pieza donde entre mucha luz no queda telaraña escondida”.

Cuando Jesús entra a nuestras vidas, su palabra nos va iluminando, nos muestra las bendiciones recibidas, nos hace darnos cuenta del amor con el que el Padre nos ha rodeado, pero también nos revela los pecados que hemos cometido, las heridas que han dejado en nosotros esos pecados, o los pecados de otros, nos hace ver las consecuencias de nuestras acciones, y de un manera amorosa, nos va moviendo a la conversión del corazón. Al reconocernos amados por Él no obstante todas esas ocasiones en las que hemos buscado alejarnos de su amor, podemos ir viendo como su misericordia va enriqueciendo nuestras vidas. Deja de ser una historia de pecado, para pasar a ser una historia de misericordia.

La Liturgia de la Palabra de este día nos va subrayando este aspecto, el autor del libro de la sabiduría nos habla de esa bondad de Dios que se compedece de la humanidad que caída, el santo Evangelio vemos como esa bondad se hace misericordia en las actitudes y palabras de Jesús, que viendo a Zaqueo subido en un árbol se compadece de él y busca entrar en su vida, y por medio de él en la de tantos otros. El amor del Señor obra en Zaqueo y lo lleva a entrar en la conversión, y una conversión que se traduce en actitudes y comportamientos concretos.

El pasaje es precioso, alguno podría decir que por curioso le fue bien a Zaqueo, pero la verdad si nos ponemos a pensar, el hecho de tener que subirse a un árbol para ver a Jesús es ya un gesto de humildad, no le importa lo que piensen los demás él sube al árbol porque aquel del cual el pueblo decía “todo lo hace bien” y que “habla con autoridad” está por pasar.

El Señor le dirige una palabra, y el fruto de esa palabra es la alegría del corazón y la salvación, dice la Escritura que “bajó en seguida y lo recibió muy contento”, más tarde una vez habiendolo recibido en su casa, quien sabe cuantas cosas habrán hablado lo cierto es que Zaqueo busca cumplir la ley de Moisés que en caso de robo decía “si un roba un buey o una oveja, y los mata o vende, restituirá cinco bueyes por el buey, y cuatro ovejas por la oveja” Ex 21, 37 y todavía va más allá puesto que dice dará la mitad de sus bienes a los pobres.

La misericordia de Jesús al entrar en relación con Zaqueo, se proclama en esas palabras preciosas «Hoy ha llegado la salvación a esta casa». El fruto del amor que llega a la vida del hombre,  lo lleva no sólo a rectificar los caminos desviados para vivir según justicia, según la voluntad de Dios, sino que incluso lo lleva a reparar por el daño cometido. Nos enseña la Iglesia (CEC 1459-1460) que:

 Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige esto. Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó (cf Cc. de Trento: DS 1712). Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe «satisfacer» de manera apropiada o «expiar» sus pecados. Esta satisfacción se llama también «penitencia».

 La penitencia que se practica, sea propuesta como iniciativa personal (que siempre debería ser consultada con el confesor o padre espiritual) o impuesta (como el sacramento de la reconciliación) busca la salud del alma, tiene un sentido medicinal, por eso existen diferentes tipos, Zaqueo hizo limosna, habrá quien hace oraciones, obras de misericordia, privaciones voluntarias, etc.. Y recordemos tiene su fruto, de las misma fuente de donde surge todo bien, Cristo nuestro Señor, nos unimos al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, al que expió nuestro pecados.

 «Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por nuestros pecados, sólo es posible por medio de Jesucristo: nosotros que, por nosotros mismos, no podemos nada, con la ayuda «del que nos fortalece, lo podemos todo» (Flp 4, 13). Así el hombre no tiene nada de que pueda gloriarse sino que toda «nuestra gloria» está en Cristo… en quien satisfacemos «dando frutos dignos de penitencia» (Lc 3, 8) que reciben su fuerza de Él, por Él son ofrecidos al Padre y gracias a Él son aceptados por el Padre» (Cc. de Trento: DS 1691).

Así vemos como una historia de pecado, se transforma en una historia de misericordia, la experiencia del amor mueve al hombre no sólo a volver al camino del bien, sino a enmedar por el mal cometido. Cristo ilumina el camino pero también hacer arder el corazón en deseos de amar y hacer el bien. Que al contemplar la vida de Zaqueo también nosotros experimentemos esa alegría que experimento él al recibir a Jesús en su casa y podamos en nuestras vidas frutos de vida eterna.