En consonancia con la fiesta que recién hemos celebrado en la Epifanía del Señor, los textos de la Sagrada Liturgia en este día buscan llevarnos a poner la mirada en esta luz de Cristo, que nos ha manifestado a Dios y su plan de salvación para todos los hombres. El mismo ministerio de Jesús tiene su comienzo en Galilea, una región próspera y multicultural, puesto que en ella habitaban personas de diferentes naciones, los judíos de hecho se dicen que representaban si acaso un tercio de la población.
Ahí es donde Jesús realizará aquellos grandes prodigios que moverán a las multitudes a volverse hacia Él, manifestando así la llegada del Mesías, el triunfo de Dios sobre las fuerzas del pecado y sus consecuencias que tanto han oprimido al hombre. Pero no hemos de olvidar que en medio de todas estas realidades, la Palabra que Cristo nos anuncia y por la cual nos quiere llevar a vivir en esa luz que no conoce el ocaso, es una palabra que nos invita a un cambio de vida, su ministerio público comienza de esa manera “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los Cielos”.
A través de sus palabras y obras, nuestro Divino Maestro, nos ilumina para mostrarnos cual es la verdadera vida de los hijos de Dios, el es nuestro modelo supremo de santidad, entrar en la conversión ciertamente es un morir a nuestro hombre viejo, al yo que se deja arrastrar por las seducciones del mundo, del demonio y de la carne, para vivir la vida nueva que Cristo inauguró con su resurrección. Rompiendo con el mal el hombre se dispone a entrar en el Reino de los cielos.
Dicho esto hemos de reconocer que en ocasiones en este volvernos a Cristo, encontramos una serie de dificultades que se vuelven como la niebla en la carretera y que nos impiden ver con claridad el camino hacia el cielo ¿Cuántas veces la gran variedad de opiniones que rondan los medios de comunicación social o las redes sociales nos hacen sentirnos agobiados? ¿Cuántas veces incluso en nuestras comunidades o familias escuchamos o vemos actitudes de un Evangelio vivido a medias? ¿Cuántas veces escuchamos la famosa frase: “yo soy cristiano o yo soy católico pero no estoy de acuerdo con la Iglesia en esto” haciendo parecer como si la fe fuese una cosa enteramente subjetiva?
Frente a esa multitud de interrogantes la Palabra de Dios resplandece como un faro y nos arroja una luz admirable, la luz de Cristo que disipa toda tiniebla. La primera carta de san Juan nos invita a estar vigilantes a no dejarnos llevar por falsedades en la vivencia de nuestra fe puesto que existen numerosas maneras en que un cristiano puede desviarse, particularmente, cuando quiere hacer la vida cristiana a su manera, y se olvida que en primer lugar se es discípulo. San Juan nos la pauta para discernir el buen espíritu del malo: la humanidad de Cristo
“Todo aquel que reconoce a Jesucristo, Palabra de Dios, hecha hombre, es de Dios”. Hoy en día hay diversos modos en que nos vemos tentados a negar la humanidad de Cristo, al caer reducirlo a una teoría sin fundamento en la realidad, al dejar la fe en un mero moralismo que no implica una relación personal con Cristo, al reducir nuestra relación con Él al sentimentalismo que no profundiza en su verdad, al rechazar el valor redentor del sufrimiento negando la Cruz, etc. El Señor en el niño nacido en Belén y manifestado a los Magos de oriente, se nos muestras encarnado, no es simplemente un gurú, un fiscalizador moral o una canción bonita, es el Dios vivo y verdadero, que nos ama y por amor entró en la historia de la humanidad para poder entrar en la historia de cada uno de nosotros y transformarla desde dentro dándonos a conocer quien es Él y quienes somos nosotros según su plan de salvación.
“La confesión de la venida de Cristo en la carne no se hace con la lengua sino con los hechos. ¿Cómo? Pablo dice: “llevando siempre la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús se haga evidente en nuestro cuerpo” (2 Co 4, 10). En efecto el que tiene a Jesús activo en su interior y ha muerto para el mundo y ya no vive para el mundo, sino para Cristo y lleva éste no sólo en la carne de Cristo, sino también en la suya propia, éste es ciertamente de Dios”
Ecumenio, Comentario a la primera carta de Juan
Que al contemplar al niño nacido en Belén, encontremos en el la luz que disipa las tinieblas del pecado y descubramos al Dios vivo y verdadero que se encarno por amor para la salvación de todos los hombres.
IMG: «San Juan en la isla de Patmos» de Jean Fouquet