Martes después de Epifanía
1 Jn 2, 22-4,6; Sal 2, 7-8.20-11; +Mt 4, 12-17.23-25
Hemos escuchado en la primera carta de san Juan, dos afirmaciones sublimes, preciosas, y santas que nos llevan a contemplar la bondad que el Creador de todo cuanto existe ha tenido con la humanidad. Se nos ha dicho “Dios es amor” y más adelante nos dice en qué consiste este amor “no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero” pero ¿qué significa que nos amó primero? Lo podríamos responder con unas palabras de san Pablo “…Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos dio vida en Cristo…” (Ef 2, 4-5)
El texto del Evangelio es sumamente ilustrativo, esa mirada de compasión que Cristo ha arrojado sobre aquellas multitudes hambrientas que le seguían, es la mirada misericordiosa que le ha llevado a dar su vida por ellos, esa es la misma mirada preciosa y llena de amor con la que Él vio la humanidad en el momento en que lo crucificaban y que le llevo no sólo a perdonarla, sino que incluso ha buscado justificarla “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, sublime abismo de amor que se encuentra en el corazón de aquel que dio su vida por ti y por mí.
Esa misma mirada, es la mirada con la que te ha visto y te ha amado, con la que ha contemplado tu historia, con la que contemplado tu vida, con la que ha contemplado tu corazón. Él se encarnó en el vientre purísimo de María y se hizo hombre, para amarnos y amarnos hasta el extremo, al punto de entregarse a la muerte por nosotros. Él no te ha querido simplemente dar un pan que sosiega temporalmente el hambre, sino que se quiso dar a sí mismo en la Eucaristía para que tu sed de amor fuera colmada, y descubrieras el verdadero alimento que constituye para ti y para mí el pan del camino, y del camino hacia el cielo.
Lo diría con palabras preciosa san Beda el venerable “La mayor prueba de amor de Dios está en que, cuando todavía no podíamos pedirle el perdón de nuestros pecados, Él nos envió a su Hijo para perdonarnos por la fe en Él y llamarnos a la comunión con la gloria del Padre”
Si alguna vez te has sentido cansado en el camino, como cuando buscas hacer oración y de repente la fatiga del trabajo cotidiano te hace pensar mejor descansar que rezar; cuando agobiado quizás por el peso de batallas en las que quizás has resultado herido, como cuando te llega la tentación y quizás has tropezado o incluso caído; cuando andas abatido porque no encuentras un momento de calma en medio de la tormenta, como cuando ves sólo líos en el familia, enfermedades y miseria económica; cuando sientas que estás a punto de sucumbir y te sientes que ya no das una, en ese momento, vuelve tu mirada al pesebre con los magos, vuelve tu mirada al pesebre con los pastores, vuelve tu mirada al pesebre con María, vuelve tu mirada al pesebre con José, vuelve tu mirada al pesebre con los ángeles, y recupera la esperanza porque ese Niño, ese bendito Niño, ese precioso Niño, ese Divino Niño, te anuncia que el mal no tiene la última palabra, que la victoria no es de la muerte, que el vino al mundo para destruir esas cadenas que nos atan y llevarte a aquella tierra en la que mana leche y miel. Dios no te ha engañado con falsedades como quien vive mintiendo, como se dice popularmente, “bajando el sol, la luna y las estrellas” “haciendo castillos en el aire”; no, el Hijo de Dios se hizo hombre, podríamos decir que Él mismo ha bajado para llevarte al cielo hacia las moradas eternas.
Querido hermano, viendo al niño Jesús en Belén, contempla esas situaciones como lo miraban los santos, como santa Teresa que decía que esta existencia terrena en medio de los sufrimientos y angustias “no es otra cosa sino una mala noche en una mala posada”. Es decir estos sufrimientos son poca cosa porque habrán de pasar, en el combate espiritual ,que no es sino una búsqueda del Amor, hemos ya vencido sino somos fieles a la palabra del Señor, lo que nos espera es la eternidad en la presencia de nuestro Amado. Ya lo dice el salmo: “Confía en el Señor y haz el bien; habita tu tierra y guarda la fidelidad. Pon tu delicia en el Señor, y te concederá los deseos de tu corazón” (Sal 36, 4-5) .
Dios es amor, Benedicto XVI, nos enseñará que esas palabras «expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. (…) “Hemos creído en el amor de Dios”: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»
Que al contemplar a Jesús manifestado y revelado a las naciones, podamos contemplar y hacer experiencia de ese amor que ha transformado la historia de la humanidad, y nos dejemos conducir por la voz del Buen pastor que nos amó hasta el extremo para hacernos gozar de la vida eterna.
IMG: «Adoración de los pastores» de Guido Reni