Sábado despues de Epifanía
1 Jn 5, 14-21; Sal 149; + Jn 3, 22-30
La carta de san Juan nos recuerda en este día la importancia de la oración de intercesión, aquella plegaria que elevamos en favor de otros, por un lado se nos dice “si le pedimos algo según su voluntad Él nos escucha” puesto que Jesús dijo “Pidan y se les dará” (Mt 7,7) y también dijo “lo que pidan en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me piden algo en mi nombre, yo lo haré.” (Jn 14, 13-14) pero también añade este texto la carta una clarificación “según su voluntad” y ¿cuál es la voluntad de Cristo? “busquen el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mt 6,33) por ello dirá la carta de san Juan que oremos por la salvación de nuestros hermanos al decir “Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no lleva a la muerte, que pida y le dará la vida.” (1 Jn 5, 16) ¿Esto significa que es malo o que no podemos suplicar por algo material o terreno? ¿que hay de un trabajo, una casa, el vestido, la comida etc.?
Para resolver esto recordemos que en todas las cosas hemos de tener presente el fin, y el fin de nuestras vidas, nuestro fin, es el cielo, la comunión plena en el amor con Dios, por tanto toda oración en cuanto “elevación del alma a Dios” debe llevarnos a sobrenaturalizar nuestra visión sobre lo creado y sobre la vida, de modo que si se suplica un bien terreno sea en cuanto útil para nuestro itinerario hacia la santidad, hacia el cielo, hacia esa perfección de la caridad en la cual entraremos por la comunión con plena y sin obstáculos con el Señor.
Por otro lado vemos que la carta nos dice que hay hermanos por cuales hay que pedir, aquellos que no han cometido un pecado que conduce a la muerte, y hermanos por los que no hay que pedir, hermanos que han cometido algún pecado que conduce a la muerte. ¿Cómo explicar esto?
En primer lugar, notar que en este punto vemos una vez más como la Iglesia desde los tiempos apostólicos ha distinguido entre pecado venial y pecado mortal, un pecado que no rompe nuestra amistad con Dios y otro por el cual nos apartamos de la amistad con Dios rechazando su amor, ahora bien, sabemos que mientras un hombre esté vivo puede entrar en la conversión y volverse a Dios.
«Hay pecado de muerte para los que permanecen en el mismo pecado; hay pecado no de muerte para quienes se apartan del mismo pecado. Ningún pecado hay, ciertamente, por cuyo perdón no ore la Iglesia, o del que, por la potestad que le fue divinamente concedida, no pueda absolver a quienes se apartan de él» San Gelasio I
En segundo lugar notemos que cuando la carta de san Juan nos dice que hay “un pecado que lleva a la muerte: de éste no hablo al decir que se ruegue” (1 Jn 5, 16). No sólo esta haciendo alusión al pecado mortal sino a aquel que cerrándose a la misericordia de Dios decide rechazar su perdón empecinándose en ello, lo que se ha conocido como el pecado contra el Espíritu Santo, que no es otra cosa sino el rechazo de la salvación. De este pecado era que escribía Dante a las puertas del infierno “Lasciate ogni speranza o voi che entrate”
Por ello el Catecismo de la Iglesia nos recuerda que:
“El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana contra el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es eliminado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios.” (CEC 1861)
Al reconocer estas verdades nos deberíamos sentir interpelados por el amor de Cristo, que no quiere que nadie se pierda, la carta lo recuerda al decirnos hacia el final “sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado la inteligencia para que conozcamos al Verdadero; y nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna.” (1 Jn 5, 20).
Ya antiguamente por boca de Ezequiel decía el Señor “¿Acaso me complazo yo en la muerte del malvado-oráculo del Señor y no más bien que se convierta de su conducta y viva” (Ez 18,23). Y es que hermanos tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para salvarnos, no para condenarnos (cf. Jn 3, 16-17), el Hijo de Dios se hizo hombre y murió en la Cruz para abrirnos las puertas del cielo, y no sólo hizo eso sino que al resucitar nos ha dado una nueva vida y la vida por lo cual somos hijos de Dios, por lo cual podemos clamar, por la acción del Espíritu en nosotros “Abba, Padre” (cf. Rm 8, 15).
El cristiano al escuchar la invitación a la oración intercesión, descubre que viene de aquel impulso misionero que el Señor pone en nuestros corazones, de aquel llamado a compartir la fe, la esperanza y la caridad de que han recibido, a que todos los hombres puedan experimentar a través de ellos el amor del Corazón de Cristo, en cada oración, en cada palabra, en cada gesto “—Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto les he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.” (Mt 28, 19-20)
Roguemos hoy que interpelados por esta invitación a la oración de intercesión también se encienda en nuestros corazones el ardor misionero, para que por medio de la súplica y el apostolado llevemos a nuestros hermanos a conocer el amor de Dios en Cristo.
IMG: Pintura de la escena de la Crucifixión de Raúl Berzosa