Miércoles – I semana del Tiempo Ordinario – Año par
1S 3, 1-10.19-20; Sal 39; +Mc 1, 29-39.
En medio de la noche, cuando todo calla, cuando muchos duermen, cuando todo está en silencio, el Señor dirige su palabra. El texto que hemos escuchado del joven Samuel nos presenta diversas enseñanzas, el joven que aprende de alguien más experimentado a discernir la voz de Dios que habla, que no es sólo la escucha de un mensaje sino una actitud de apertura a su palabra, de docilidad del corazón, de disponibilidad.
Hay dos palabras preciosas en los labios del joven Samuel, por un lado “Aquí estoy porque me has llamado” palabras que muestran la prontitud de ánimo y la solicitud de aquel joven ante el llamado del sacerdote que le guíaba, por otro, “Habla Señor que tu siervo escucha” palabras que denotan el oído atento de aquel que se dispone a escuchar un mensaje importante, el reconocimiento de Dios como origen de aquella voz y la humildad del que se reconoce como servidor del todopoderoso.
Detrás de este relato vocacional encontramos dos puntos que todo cristiano debe tener en cuenta al momento de discernir la voluntad de Dios para su vida: uno, el dejarse conducir por la mano de aquellos más experimentados y constituidos como autoridad, aprender a escuchar la voz de Dios guiados por la sabiduría de nuestra Madre la Iglesia; dos, aprender a entrar en la noche del corazón, en el silencio de tantos acontecimientos que rodean nuestra vida, de hecho el santo Evangelio nos presenta el modelo por excelencia de esta actitud en Jesucristo, el cual se retiraba de continuo en lugares apartados para entrar en oración, escuchar la voz de Dios implica aprender a guardar un santo recogimiento
Profundizando un poco en este segundo elemento, recordemos que en el silencio exterior encontramos una herramienta para entrar en el silencio de interior de quien recoge sus sentidos, sus emociones y sus pensamientos arrebatándolos a la multiplicidad de situaciones que les rodean y les estimulan, en este silencio recogemos nuestra atención para enfocarla en un punto, en una palabra, en una imagen, en una idea, en un aspecto preciso que Dios nos esta queriendo llevar a considerar.
Al entrar en nosotros mismos a través del santo recogimiento nos disponemos a acoger la voz de Dios que nos habla en la Sagrada Escritura, en la enseñanza del Papa y de los obispos, de la vida y palabras de los santos, buscamos hacer experiencia de la brisa suave del Espíritu Santo que nos conduce e ilumina, confrontamos nuestro ser, hacer y sentir con lo que Dios es, hace y a lo que nos mueve interiormente. Es la apertura de nuestra historia a la palabra que la transforma en historia de salvación.
El santo recogimiento es un preámbulo para aquella oración interior que eleva nuestra alma a Dios, una antiguo maestro espiritual llamado Juan Taulero decía al contemplar a Cristo orante:
«…libérate, de verdad, de ti mismo y de todas las cosas creadas, y levanta tu alma a Dios por encima de todas las criaturas, en el abismo profundo. Allí, sumerge tu espíritu en el Espíritu de Dios, en un verdadero abandono, en una unión verdadera con Dios. Allí, pide a Dios todo lo que quiere que se le pida, lo que deseas y lo que los hombres desean de ti. Y ten esto por cierto: lo que es una insignificante moneda frente a cien mil monedas de oro, lo es toda oración exterior frente a esta oración que es unión verdadera con Dios, este derroche y esta fusión del espíritu creado en el Espíritu increado de Dios.
Si se te pide una oración, es bueno que la hagas de modo exterior como se te ha pedido y como lo prometiste. Pero, haciendo esto, conduce tu alma hacia las alturas y a tu desierto interior, empuja allí todo tu rebaño como Moisés (Ex 3,1). «Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad» (Jn 4,23). En esta oración interior se unifican todas las prácticas, todas fórmulas y todos los tipos de oración que desde Adán hasta hoy se han ofrecido y que serán todavía ofrecidos hasta el último día. Llevamos todo esto a su perfección en un instante, a través de este recogimiento verdadero y esencial.»
La vida del orante produce frutos de vida eterna, de hecho vemos como de Samuel se decía que era un auténtico profeta, el Señor estaba con él y sus palabras siempre se cumplían. Parece que encontramos un anuncio de aquello que se diría de Jesús al contemplar sus obras, ya que de Él se decía “todo lo hacía bien”, su palabra se cumplía y hablaba con gran autoridad, pero el signo distintivo no era que se dijese “que el Señor estaba con Él” sino que el Señor es Él, recordemos la palabra de san Juan que al verlo en la orilla del lago luego de su resurrección exclama con profunda alegría “Es el Señor”.
La oración silenciosa, el entrar en nosotros mismos para llegar a ese Tú a tú a solas con Dios, se traduce en actitudes y comportamientos, pensamientos y sentimientos concretos. Quién ama no queda indiferente luego de haberse encontrado con su amado y amará lo que su amado ama. El encuentro con el Dios-amor transforma nuestra historia y nos lleva a hacer que otros hagan experiencia de ese amor que purifica el corazón, la mente y hasta incluso nuestra vida afectiva, de modo que todo se ordene al fin para el que fue creado: Dios mismo. Como escribiría san Juan de la Cruz: “sólo mora en este monte la honra y gloria de Dios”.
El trato con Jesús cautivaba a las multitudes, “Todo el mundo te busca” diría Pedro, acudían a Él no sólo por los milagros que realizaba, sino porque su vida acreditaba su bondad, la gente reconocía que entre ellos había uno que tenía autoridad, pero no era una autoridad en base a erudición o dominio despótico, sino en base a la coherencia de vida y al amor que manifestaba hacia aquellos que atendía, parafraseando a san Jerónimo la gente no acudía a Él sólo como médico, sino que encontraba en Él la medicina. Y sin embargo nuestro Redentor nos muestra como su amor no es excluyente y busca continuar a hacer el bien a los demás en otros lugares predicando el mensaje de la salvación.
Silencio, escucha, oración, disponibilidad, atención, obras de misericordia, todo va entrelazado por el hilo de la caridad, el hilo del amor, un hilo que humildemente va escondido detrás de todo el obrar cristiano, que es el obrar de Dios en el mundo, un hilo que entreteje toda la historia de la salvación.
Que el Señor nos conceda la gracia de saber escuchar su voz, para que entrando en su voluntad demos frutos que se traduzcan se conviertan en un sacrificio agradable para su Gloria.
IMG: Samuel y Eli: John Singleton Copley, 1780.