“Quiero. Queda limpio”

Jueves – I  semana del Tiempo Ordinario – Año Par

  • 1S 4, 1-11. Israel fue derrotado y el Arca de Dios fue apresada.
  • Sal 43. Redímenos, Señor, por tu misericordia.
  • +Mc 1, 40-45. La lepra se le quitó, y quedó limpio.

Al contemplar la palabra en este día, podría parecernos sorprendente el encontrarnos con un texto que nos presenta una derrota militar del pueblo de Israel ante sus enemigos, podríamos incluso quedar un tanto desconcertados ¿por qué la Iglesia nos invita a reflexionar en la captura del Arca de la Alianza? ¿por qué estamos leyendo un pasaje en el que parece que Dios fue derrotado? ¿qué hay detrás de todo esto? Para resolver en alguna medida esto conviene que tengamos una visión de conjunto de los acontecimientos que se han sucedido.

Desde el lunes venimos reflexionando el ciclo de Samuel, su concepción milagrosa, su consagración al servicio de Dios y las primicias de su carisma profético. Junto con él se narra en 1ª de Samuel, la historia de Elí un juez y sacerdote de Siló y sus hijos.

Según lo que nos cuenta la Sagrada Escritura, estos últimos cometieron graves crímenes contra el Señor, maltrataban a la gente que llegaba a ofrecer sacrificios a Dios, se aprovechaban de ellos, al punto que dice el texto que la gente comenzó a considerar esas ofrendas como despreciables, y no bastando eso se comenzaron a acostar con las mujeres que servían en la entrada de la Tienda del Encuentro, pecando gravemente y escandalizando al pueblo de Dios.

Cuando llegó el tiempo en que Samuel escuchó la voz de Dios que le llamaba, le fue conferida al joven profeta una palabra dura, en la que se anuncia el castigo a los hijos de Elí por sus maldades a la vez que se le recrimina por no haber asumido su responsabilidad al no actuar y corregir la situación sabiendo que las cosas no andaban bien, él era no sólo su padre, sino también sacerdote del Señor.

Es en ese contexto que encontramos el pasaje de este día, en el que más que la derrota del pueblo vemos el cumplimiento de la palabra que Dios anunció a Samuel. Los israelitas movidos por los hijos de Eli, bajan el arca de la alianza al campo de batalla, quieren “utilizar al Señor”.

Ojo existe una gran diferencia entre acudir al Señor para suplicar su ayuda, y el querer utilizar su poder como si fuese manipulable humanamente, es la misma diferencia que existe entre la oración y la magia, en la primera el hombre se presenta humilde ante Dios como creatura, como siervo, como hijo, reconociendo que Él es el creador, el amo, el Padre que todo lo puede; en la segunda el hombre se presenta soberbio, como el titiritero que en base a pseudo rituales y quien sabe que otros elementos busca hacerse dueño del poder divino para usarlo a su antojo. Parece que todo esto es fruto de la acción de los hijos de Elí, que con sus maldades, relativizando los sacrificios y el servicio en el culto a Dios, contaminaron la fe del Pueblo.

El elemento más desolador para los israelitas no fue la muerte de los hijos de Elí, ni del mismo Elí que sorprendido por las noticias del campo de batalla cae de espaldas golpeándose la cabeza mortalmente, ni siquiera el triste final de la nuera de Eli que muere mientras da a luz a un nieto suyo según nos cuentan los siguientes capítulos, sino que lo más atroz es la captura del Arca del Alianza, el signo de la presencia de Dios en medio de su Pueblo. Los israelitas se sienten abandonados.

Ciertamente según se lee más adelante, esta situación habrá sido permitida por Dios para mostrar su grandeza a los filisteos, el Señor va más allá, el no planeó triunfar una batalla, sino manifestar su poder a los pueblos que hacía la guerra a Israel. Los filisteos luego de contemplar el poder de Dios a través de los signos que se realizarán en los lugares donde retuvieron el Arca, finalmente la regresarán, revelándose la victoria del Señor.

Gran enseñanza que podemos tomar de este pasaje, Dios es justo y su palabra siempre se cumple, cuando el hombre se pervierte y se aleja del camino del Señor, va solo en un campo lleno de bestias que están prontas a devorarle, sus pecados terminarán por acarrearle la muerte y si se empecina en rechazar la misericordia de Dios que le llama a la conversión puede acarrearle incluso la condenación.

Por eso el Señor a veces nos hiere para que nos percatemos que vamos desviándonos, y que lleguemos a ver como cuantas veces el mundo te dice “vida” en realidad te anuncia muerte y como cuando Él nos invita a “morir a nosotros mismos” en realidad nos anuncia el verdadero y eterno vivir, como diría san Juan de la Cruz “¡Oh divina vida!, nunca matas si no es para dar vida, así como nunca llagas si no es para sanar. Llagásteme para sanarme, ¡Oh divina mano!, y mataste en mi lo que me tenía muerta sin la vida de Dios, en que ahora me veo vivir.”

Queridos hermanos, Dios no busca que nos alejemos de Él, al contrario con lazos de amor busca atraernos una y otra vez hacia sí, busca sanar nuestros corazones, y nos pone en el camino hombres y mujeres que han hecho experiencia de Él y que nos lo anuncian con profunda alegría, como el leproso curado en el Evangelio.

Si para la mentalidad del judío de la época de Jesús, las enfermedades como la lepra eran consideradas como el castigo por algún pecado, el milagro de curación de Jesús se presenta entonces como la liberación del hombre de las fuerzas del pecado y de la muerte. Jesús lleva al hombre a la nueva vida de hijos de Dios, una vida de gracia y de virtud, una vida en el amor.

Si encuentras que en tu vida te has acostumbrado a vivir en medio del pecado como los hijos de Elí, y sientes en tu corazón un vacío infinito, una insatisfacción profunda, o incluso la muerte del alma por el pecado mortal, vuelve la mirada y contempla Jesús que te espera con los brazos abiertos, que va pasando por tu vida, acude al sacramento de la reconciliación y al recibir la absolución sacramental recuerda esas palabras grandiosas, dulces, santas y transformadoras “quiero, queda limpio” y da gloria a Dios que te ha salvado.


«Hay muchos leprosos en el mundo. Ese mal consiste en cierta languidez y tibieza en el servicio de Dios. No es que se tenga fiebre ni que sea una enfermedad peligrosa, pero el cuerpo está de tal manera manchado de la lepra que se encuentra débil y flojo.

Quiero decir que no es que se tengan grandes imperfecciones ni se cometan grandes faltas, pero caemos en tantísimas omisiones pequeñas, que el corazón está lánguido y debilitado. Y lo peor de las desgracias es que en ese estado, a nada que nos digan o hagan, todo nos llega al alma.

Los que tienen esta lepra se parecen a los lagartos, esos animales tan viles y abyectos, los más impotentes y débiles de todos, pero que, a pesar de ello, a poco que se les toque, se vuelven a morder… Lo mismo hacen los leprosos espirituales; están llenos de muchísimas imperfecciones pequeñas, pero son tan altivos que no admiten ser rozados y a poco que se les reprenda, se irritan y se sienten ofendidos en lo más vivo.

¿Qué remedio hay? Tenemos que agarrarnos fuertemente a la cruz de Nuestro Salvador, meditarla y llevar en nosotros la mortificación. No hay otro camino para ir al cielo; nuestro Señor lo recorrió el primero. Si no os ejercitáis en la mortificación de vosotras mismas, os digo que todo lo demás no vale nada y os quedaréis vacías de todo bien.»

San Francisco de Sales


Que el Señor nos conceda la gracia de saber escuchar su voz y volvernos a Él, para que gocemos de la alegría de aquellos que han hecho suya la Buena Nueva de la salvación.

 

IMG: Jesús cura a un leproso. Mosaico de Monreale