II – Domingo – Tiempo Ordinario – Ciclo A
• Is 49, 3. 5-6. Te hago luz de las naciones, para que seas mi salvación
• Sal 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
• 1Co 1, 1-3. A vosotros, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
• Jn 1, 29-34. Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo
La Sagrada Liturgia en este día nos invita a contemplar el gran amor de Cristo en la ofrenda de sí en obediencia filial al Padre para la salvación de nuestras almas. El Hijo único de Dios se encarnó por obra del Espíritu Santo para cumplir el designio salvador, para llevarnos nuevamente a gozar de la amistad con Dios y habitar en las moradas eternas.
El antiguo pueblo de Israel se sabía heredero de las promesas hechas a los patriarcas y profetas, sabían que el Señor se había fijado en ellos y que Dios había tenido misericordia y les había librado de la esclavitud de Egipto, de los enemigos en el camino hacia la tierra prometida, e incluso los había hecho volver del destierro que sufrieron a causa de su pecado, sin embargo, en medio de todos acontecimientos salvíficos, encontramos no sólo la promesa de un Mesías que rescatará definitivamente al Pueblo de Dios sino que ellos tendrían una vocación universal es decir que en ellos los demás pueblos serían salvados porque en Israel nacería el salvador del Mundo “Yo te hago luz de las naciones” decía el profeta Isaías.
Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre que ha venido para ofrecer su vida entera en expiación por nuestros pecados, Él ha entrado en la voluntad del Padre para que por su pasión, muerte y resurrección nosotros gozásemos de una nueva vida, la vida eterna, la vida de hijos de Dios. Él que no había pecado cargó sobre sí nuestros pecados, Él es el cordero de Dios que ha quitado el pecado del mundo.
“Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, «los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1) porque «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17 – 18; Hb 4, 15; Hb 5, 7 – 9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: «Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente» (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4 – 6; Mt 26, 53).”
Catecismo de la Iglesia Católica n. 609
Ahora bien, esta verdad de fe, es tan segura y creída por todos los cristianos que cada domingo lo profesamos en el Credo que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, pero ¿somos conscientes de las consecuencias de lo que esto implica? Significa que el pecado ya no tiene dominio sobre nosotros, que el mal no tiene la última palabra, que la gracia de Dios va penetrando toda nuestra historia y sanando las heridas del corazón, significa que has sido robustecido con el poder que viene de lo alto de modo que puedas combatir el buen combate de la fe, significa que ahí donde te sientes débil y a punto de caer nuevamente en “x” o “y” pecado Cristo te dice como a Pablo “mi gracia te basta”
«Pues ¿por qué desesperas, hombre, teniendo por remedio y por paga a Dios humanado, cuyo merecimiento es infinito? Y muriendo, mató nuestros pecados, mucho mejor que muriendo Sansón murieron los filisteos (Jc 16,30). Y aunque tantos hubiésedes hecho tú como el mismo demonio que te trae a desesperación, debes esforzarte en Cristo, Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo (Jn 1,29); del cual estaba profetizado que había de arrojar todos nuestros pecados en el profundo del mar (Mi 7,19), y que había de ser ungido el Santo de los santos, y tener fin el pecado, y haber sempiterna justicia (Da 9,24). Pues si los pecados están ahogados, quitados y muertos, ¿qué es la causa por que enemigos tan flacos y vencidos te vencen, y te hacen desesperar?»
San Juan de Ávila
Queridos hermanos, la luz de las naciones nos ha iluminado, y nos ha hecho a su vez lámparas a nosotros mismos, esto significa que la vida virtuosa no es una carga sino el modo auténtico y real en que viven los hijos de Dios, significa que ir a Misa el domingo no es sólo un deber o un compromiso con el cual hay que salir sino una alegría y una necesidad gozosa porque es encuentro con nuestro amado y un dar testimonio de nuestro amor por Él, que el sacramento de la reconciliación no es un tortura o castigo sino el espacio de encuentro con la misericordia que sana mis heridas en el combate ¡cuanta luz arroja sobre la vida de los niños pequeños el ver que sus padres se confiesan! Jesús no enseñó el camino de regresó al Padre: “He aquí que yo vengo para hacer tu voluntad” que bendición si esto lo pudiéramos decir todos al Señor.
«¿Qué significa para la Iglesia, para nosotros, hoy, ser discípulos de Jesús Cordero de Dios? Significa poner en el sitio de la malicia, la inocencia; en el lugar de la fuerza, el amor; en el lugar de la soberbia, la humildad; en el lugar del prestigio, el servicio. Es un buen trabajo. Nosotros, cristianos, debemos hacer esto: poner en el lugar de la malicia, la inocencia, en el lugar de la fuerza, el amor, en el lugar de la soberbia, la humildad, en el lugar del prestigio el servicio. Ser discípulos del Cordero no significa vivir como una «ciudadela asediada», sino como una ciudad ubicada en el monte, abierta, acogedora y solidaria. Quiere decir no asumir actitudes de cerrazón, sino proponer el Evangelio a todos, testimoniando con nuestra vida que seguir a Jesús nos hace más libres y más alegres. »
Papa Francisco
Que la Palabra de Dios en este día sea una antorcha que ilumine nuestra vida, de modo que al reconocer al Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo, podamos disponernos nosotros a vivir con integridad la vida nueva de hijos de Dios.